Apostemos por un cine más real
Como la mayoría de los filmes nacionales, lo que más se destaca en Søren es la fotografía. Un trabajo lindo, claro está. Pero si uno se pone a pensar, es muy difícil que un amanecer en el salar de Uyuni luzca mal.
No se necesita una cámara costosa para tomar una buena foto”, me dijo alguna vez un docente, quien añadió que lo realmente importante es tener un buen “ojo” para conseguir una imagen memorable. Esa frase puede resumir el momento que atraviesa el cine boliviano, en el que más importan las escenas artísticas, logradas con cámaras y drones de gran nivel, que una historia bien contada, que trascienda y a la vez muestre nuestra realidad: el “ojo” de una película.
Este año se estrenó en Bolivia una película en promedio por mes, cantidad bastante superior a la de otras gestiones, pero la calidad de las propuestas argumentales no ha mejorado. Søren fue una de las recientes novedades. Curiosamente, la cinta de Juan Carlos Valdivia solo estuvo cuatro semanas en cartelera (incluso menos en algunos cines). Un periodo llamativo para una producción que bordea el millón de dólares y que esperaba una mayor acogida por parte del público.
Como la mayoría de los filmes nacionales, lo que más se destaca en Søren es la fotografía. Un trabajo lindo, claro está. Pero si uno se pone a pensar, es muy difícil que un amanecer en el salar de Uyuni luzca mal, mucho más si se utiliza una cámara “súper profesional” para lograr la toma. ¿Pero qué pasa con la historia, con lo verdaderamente importante de una película? La respuesta: no transmite nada, carece de “sustancia”.
Al igual que esta película, el resto de las producciones bolivianas incurren en un error constante: la falta de historias reales. Uno de los que buscaron mostrar algo natural fue Muralla, la cinta de mayor audiencia en 2018, al superar los 40.000 asistentes en 10 semanas. La historia de Gory Patiño presenta a un exfutbolista que trabaja como chofer de minibús y que, para pagar la operación de su hijo, debe involucrarse en el “negocio” de la trata y tráfico de personas.
Parece una historia simple, lo es, pero gusta porque presenta un problema real, algo que sucede en nuestra sociedad. Tiene limitaciones, suceden acciones inexplicables y tiene bastantes tomas echas con un dron que destacan la belleza nocturna de La Paz, pero no aportan en nada a la trama. Con todo, será la propuesta boliviana para los premios Oscar.
¿Acaso en nuestro país diverso no existen historias para contar? El séptimo arte es un medio para mostrar hechos que reflexionen y demuestren lo que sucede en un contexto. Las producciones que lo logran son las que trascienden y las primeras que vienen a la mente cuando se habla de este tema.
Hay que dejar de lado los drones costosos para desarrollar el “ojo” que cuente historias que valgan la pena. Se debe apostar por un cine más real, porque ahí, creo yo, está lo hermoso de este arte.
* es periodista de La Razón.