Icono del sitio La Razón

Señales de humo

Estamos inmersos en el escenario preelectoral. Los bolivianos sabemos que estos tiempos son una mixturación de circo, carnaval y tragedia griega, todo al mismo tiempo. Así, las conversaciones en las calles, a la hora del almuerzo, en taxis y micros devienen en ejercicios de politología empírica y teorética. Tenemos la pretensión de ser una voz de esos resquicios que no pululan en las redes sociales o en la televisión o prensa escrita. Por eso, muchas veces mis pacientes lectores me preguntan si esos personajes de los que escribo existen; y debo confesarles que —lamentablemente o felizmente— sí, son de carne y hueso duro, en la mayoría de los casos. Son representantes de las subculturas urbanas de la ciudad de La Paz-Chukiyawu marka, y cuyo rasgo más sobresaliente es la desmesura para todo.

En la primera semana del último mes del año, el tema de mis amigos amantes del fútbol era el partido entre Boca Juniors y River Plate, obviamente mezclado con el caldo político que hierve en la Argentina. Cuyo presidente (expresidente de Boca), dicho sea de paso, sabe utilizar muy bien “la pasión de multitudes” para sofrenar los problemas sociales que le están carcomiendo su escasa popularidad.

Muchos celebramos que en Bolivia se practique el peor fútbol del mundo, porque así los políticos no pueden manipularnos, o si lo hacen, los resultados no serían como en la Argentina. Por eso, resulta patético escuchar y leer los constantes lamentos sobre nuestro fútbol e ignorar que el talento real de muchos deportistas bolivianos había sido el ráquetbol, deporte en el que conquistamos medallas de oro y campeonatos mundiales y cuyos protagonistas deben ir a competir con sus propios recursos.

Si en algo no pueden competir con nosotros es en organizar festivales, entradas, desfiles folklóricos y carnavaleros. Por ejemplo, desde hace un mes en Santa Cruz ya han coronado a cuanta muchacha con ciertas virtudes carnales bien dispuestas y con ausencia de ideas han encontrado, para los centenares de eventos de la realeza carnavalera.

En La Paz existen más de 380 fiestas patronales (más que los días de un año), y no hay fin de semana en el que en algún barrio se esté celebrando la festividad de alguna santa, virgen, santo, apóstol o mártir; con un gran derroche no solo de energía, sino también de bandas, orquestas, cantantes que fueron famosos en su momento y que vienen a resucitar a los barrios para alegrar a grupos sociales que han acumulado fortunas con el comercio informal y que lo deben mostrar para que sepan que existen.

El almanaque Argote ya no es suficiente para albergar a tanta gente importante y sobrenatural que pueda servir de guía para instalar la fraternidad, hermandad, club, sindicato, junta de vecinos, junt’ucha o partido político entre compadres. Yo mismo soy miembro de tres organizaciones; tengo comadres y compadres, a cual más alegre, cariñoso, fiestero; y trato de cumplir mis obligaciones espirituales puntualmente, pese a los achaques, que devienen no solo por la edad, sino también por el kilometraje.

Este tejido intercultural de las clases populares urbanas es el cardumen ágil que los partidos políticos tratan de pescar. En el área rural, el oficialismo es fuerte, pero ya no lo suficientemente como para obtener un triunfo holgado. Sabemos que las concentraciones humanas más numerosas están en las ciudades y la apuesta de las oposiciones está en la seducción los sectores urbanos a su favor. Hay un serio problema: la desilusión en los políticos. Es frecuente escuchar, sobre todo en los jóvenes millennials: “¡Ahh, todos son iguales”. Desideologizados, cómodos, con entusiasmos efímeros y grises, es su tiempo. Bolivia es un Estado con población joven y en lontananza se vislumbra, entre estos grupos, un horizonte blanco.

Los discursos repetitivos ya no alertan a nadie. Por ello, si las campañas electorales no son de alta creatividad, serán vanas. Ese es el desafío más importante para los partidos políticos a partir de ahora. El oficialismo deberá empezar una purga entre sus autoridades corruptas e ineficientes; y junto con las oposiciones, deben dar señales sobre todo de honestidad y transparencia. El discurso ideológico ya no importa mucho, solo la narrativa moral, la cual a nuestro entender podrá interesar a la población, lo demás serán señales de humo sin rumbo.

* es artista y antropólogo.