Ficciones que ocultan
Los medicamentos, como cualquier otro producto que el mercado introduce, no colman nunca lo que prometen.
Semejante a lo que algunos calificarían como un trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), lo primero que hago al llegar a mi consultorio es revisar la correspondencia. Por estar tan alejados de lo que hace ya muchos años era el único modo de recibir un mensaje escrito, confieso que este acto me genera cierta nostalgia.
Recuerdo que un día dentro del manojo de cartas que el encargado del edificio (e iniciador del ritual) me entregó al llegar se destacaba un sobre, con un almanaque de escritorio que un conocido laboratorio me enviaba como atención por fin de año. Su diseño era elegante y original. Contaba con fotografías de puentes de diversas partes del mundo, famosos por sus estilos arquitectónicos. Cada mes del año era representado por un puente distinto. En el reverso de cada página se detallaba su nombre y ubicación, junto con una breve reseña histórica.
Claramente, este almanaque no era más que una publicidad de uno de sus tantos productos. En este caso, una conocida medicación ansiolítica que debajo de su nombre comercial decía: “Un puente a la serenidad”. En resumen, esta empresa promocionaba su producto tratando de hacernos creer que, cruzando un puente, una persona con ansiedad y malestar podía llegar casi de manera mágica a otro lugar en el que predominaba el bienestar y la felicidad. Luego de hojearlo, lo guardé en el primer cajón del escritorio y continué con mis tareas.
Poseedor del don de la profecía, Aldous Huxley, en su libro Un mundo Feliz (1932) cual adivino griego retrata una sociedad futurista estratizada, condicionada genéticamente, individualista, incompatible con cualquier agrupamiento semejante a una familia. En esta sociedad el amor deja de tener un lugar y la promiscuidad pasa a ser el modo natural de las relaciones de pareja. Premisa que garantizaba la “felicidad” de todas las personas.
Sin embargo, para lograr esta suerte de “felicidad” colectiva, desubjetivizada y utópica se necesitaba recurrir a un puente: el soma, una droga de consumo libre para todas las castas que exaltaba las pasiones y provocaba un estado de frenesí. Ante el menor indicio de angustia, los personajes no dudaban en consumirla. Pero si el sentimiento era excesivo y no sensible a dosis ambulatorias, debían tomarse unas “vacaciones de soma” para luego reincorporarse contentos a la comunidad.
Muchos calendarios como el que me llegó aquel día han pasado desde entonces, empero, hoy en día las campañas publicitarias de los psicofármacos, de manera parecida a lo que ocurre en la novela de Huxley, intentan crear la ilusión de la existencia de un mundo feliz, de una satisfacción plena e inmediata. Siguiendo el ejemplo del ansiolítico: si usted está nervioso, solo hace falta que consuma la medicación para cruzar el puente hacia la serenidad.
Toda publicidad trata de hacerle creer a los consumidores que adquiriendo el producto ofrecido, cualquiera que éste sea, podrán colmar su necesidad. Lamento aquí decepcionar a algunos, pero las publicidades mienten. En este caso los medicamentos, como cualquier otro producto que el mercado introduce, no colman nunca lo que prometen; y muchas veces resulta difícil discernir los engaños implantados por las campañas de publicidad médica.
La medicación puede ser útil en un determinado momento, pero tiene sus límites. Siempre debe ir acompañada de un tratamiento psicoterapéutico que dé lugar a la palabra del paciente; de tal manera que, con la intervención de un profesional (analista), pueda implicarse en lo que le sucede, en su padecimiento: “¿Qué tengo que ver yo en todo esto que me ocurre?”.
La felicidad no es la misma para todos, tampoco es absoluta. Tiene que ver con ir en busca de un propósito, de encontrar y entrar en sintonía con el deseo (propio y original de cada persona). Por lo que habrá tantos mundos felices como personas decididas a enfrentar este desafío existan en el universo.
* Psicoanalista, titulada de la Universidad de Buenos Aires, Argentina.