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Forjemos el futuro del trabajo que queremos

En 2019, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) cumplirá 100 años. Y aunque es una buena ocasión para recordar el impacto positivo que la organización ha tenido a lo largo de su historia en la vida cotidiana de la gente, en esta ocasión nos motiva más llamar la atención sobre el futuro del trabajo. Los pronósticos pesimistas al respecto están desviando la atención hacia algunos temas que podrían considerarse marginales, dejando de lado otros que son esenciales y sobre los que efectivamente se debería debatir.

Se ha divulgado mucha información sobre los trabajos que van a desaparecer en el futuro, como si fuera algo inevitable y sobre lo cual no tenemos posibilidad alguna de incidir. Es cierto que hay muchas actividades que tienen una alta probabilidad de desaparecer, como ha sucedido a lo largo de la historia de la humanidad. Pero nadie sabe a ciencia cierta cuándo, ni en qué proporciones, ni cómo afectará a los diferentes países.

Los cambios tecnológicos siempre producen modificaciones sustantivas en los sistemas de producción, en las características de las tareas que realizan los trabajadores, en la estructura de los mercados, en la demanda de los consumidores, en la estructura empresarial; en la forma en que se comercia, se estudia, se usa el tiempo libre e incluso en cómo los gobiernos cumplen con sus funciones. En cada periodo posterior a las revoluciones tecnológicas o productivas se dan procesos de ajuste que ocasionan la pérdida de empleos, pero también se observan otros que son generadores de nuevas ocupaciones de mejor calidad y de nuevos mercados que las demandan.

La era en que vivimos no es producto del azar, ni empezó ayer. Es el resultado de una evolución constante en los procesos de innovación científica y tecnológica, que buscan continuamente y por todos los medios alcanzar mayores incrementos de la productividad, lograr nuevos productos o servicios que satisfagan nuevas necesidades a un menor costo, mejorar la calidad de vida de la gente o, simplemente, hacer que sea más sencilla para los ciudadanos. Más que la pérdida de puestos de trabajo, lo que se ha observado en las diferentes eras que han sido verdaderamente disruptivas es que ha habido cambios profundos en las actividades que realizan las empresas y los trabajadores.

Con esto en vista, parecería más sensato hacer algo por descubrir cuáles son los motores o mecanismos que podrían ocasionar pérdida de empleos para minimizar su impacto negativo, a la vez que actuamos sobre aquellos que son generadores de nuevas oportunidades de empleo. Los ciudadanos deberían exigirle a quienes tienen la responsabilidad de gobernar que dediquen más tiempo y recursos a investigar, diseñar e implementar políticas públicas convergentes hacia un entorno económico, social, ambiental y productivo que, además de crecimiento, genere desarrollo y trabajo decente en el presente y en el futuro.

Tratemos de diferenciar ambos elementos de esta ecuación. La revolución digital, representada en forma esquemática con los avances en robótica, telecomunicaciones, inteligencia artificial, internet de las cosas, digitalización de procesos, etc.; sumada a la histórica y creciente fragmentación de las actividades productivas que realizan las empresas y trabajadores a medida que avanza la tecnología son impulsores de la desaparición de actividades rutinarias tanto de bajo como medio contenido tecnológico.

Ello provoca que ciertas actividades asociadas a determinados puestos de trabajo vayan perdiendo relevancia, lo cual se traduce en menos empleos de estas características. Pero también aparecen nuevas ocupaciones algo más complejas y para las que se requieren otro tipo de conocimientos o habilidades, que en parte disminuyen los efectos negativos sobre el empleo de baja o media calificación, el cual sigue siendo predominante en las economías en desarrollo.

Pero no es suficiente concentrarse en mitigar impactos negativos. Las demandas de las actuales generaciones que ingresan al mundo del trabajo y las que lo harán en el futuro cercano requieren que la sociedad, a través del Gobierno y los actores sociales del mundo de la producción y el empleo, asuman un rol protagónico en la construcción del futuro del trabajo que queremos.

El concepto de desarrollo es muy amplio, pero es claramente diferente al de crecimiento, una condición indispensable para pasar a estadios superiores de bienestar, pero no la única. Poner el foco en seguir creciendo, haciendo más o menos lo mismo que desde hace dos o tres décadas, no dará buen resultado.

Para empezar, los países deberían identificar nuevas áreas de actividad en las cuales incursionar o promover la creación de nuevos productos o servicios, para llegar a nuevos mercados internos y externos, teniendo en cuenta las capacidades actuales y proyectando las capacidades futuras que serán indispensables para lograrlo. Esto requiere de investigación seria, de mecanismos que promuevan la innovación, de la acumulación de conocimiento colectivo y de sistemas de formación orientados a generar valor en la sociedad, sin perder de vista que los principales actores de esta obra son los empresarios y los trabajadores.

Es aquí donde cobra real importancia la calidad del contexto. Para que los países puedan capitalizar los resultados de una mejor estrategia de innovación, así como los de una formación básica, media y terciaria de calidad (cuyo alcance sería un logro en sí mismo), es indispensable la existencia de un entorno propicio para el desarrollo de empresas sostenibles que puedan crear trabajo decente.

Sin una infraestructura apropiada, acceso simple y generalizado a los bienes y servicios básicos, financiamiento para el desarrollo, seguridad jurídica y ciudadana, baja corrupción, legislación apropiada, etc., los esfuerzos individuales que puedan llevar adelante los ciudadanos con vocación de emprender en sectores o áreas nuevas irán quedando mayoritariamente por el camino.

Todos los elementos anteriores deberían servir para la construcción de políticas de desarrollo cuyo objetivo central sea el cambio de la estructura productiva de los países, mediante la innovación y el aumento de las capacidades individuales y colectivas de la gente. De conseguirlo, se pasará de ser meros espectadores de cómo desaparecen sectores y puestos de trabajo a ocupar un papel protagónico en la construcción de un futuro más promisorio, que tenga un aparato productivo diversificado y que sea generador de más valor agregado, con más y mejores empleos.

Dependiendo de la importancia que se le asigne en el debate diario a temas como los anteriores, así como de la calidad de las instancias de diálogo social que permitan la participación de los actores del mundo de la producción y el trabajo, mayor será la velocidad a la que puedan lograrse los cambios necesarios para anticiparse a lo que tanto nos preocupa: un futuro productivo con trabajo decente.

* Especialista en actividades para los empleadores de la oficina de la OIT para los países andinos.