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Un acuerdo exiguo

El fin de semana finalizó en Katowice (Polonia) la 24˚ Conferencia de las NNUU sobre Cambio Climático (COP24). En este encuentro se debían sentar las bases para poner en práctica el Acuerdo Climático de París, pero de nueva cuenta se dejaron para más adelante aspectos cuya resolución urge materializar si se desea evitar que la temperatura del planeta se incremente por encima de los 1,5 C˚.

En efecto, las organizaciones medioambientales y los gobiernos comprometidos con la lucha contra el calentamiento global esperan que se cumplan dos objetivos principales en esta cumbre. Por un lado, la elaboración del reglamento que permita aplicar el acuerdo alcanzado en la capital de Francia en 2015, y que debe entrar en vigor a partir de 2020. Y por otro, la asunción de compromisos adicionales en la reducción de gases de efecto invernadero (GEI), en concordancia con el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático de Naciones Unidas (IPCC), presentado en octubre.

Este documento advierte que con los planes presentados hasta ahora por los diferentes países el aumento de temperatura a finales de siglo sería de 3C˚, lo que tendría efectos catastróficos. Por ello, en sus conclusiones convoca a la comunidad internacional a adoptar acciones “urgentes y sin precedentes” a fin de reducir las emisiones de GEI, las cuales han alcanzado niveles históricos durante los últimos años.

El primer objetivo fue alcanzado parcialmente. Pese a la oposición de los países que niegan el cambio climático, finalmente se aprobó un reglamento que incluye medidas comunes de transparencia, recortes, estrategias de adaptación a los impactos del calentamiento global y formas de financiación. Sin embargo, la regulación de algunos aspectos clave como el intercambio de cuotas de emisiones de gases de efecto invernadero entre países (mercados de carbono) fue postergada para el próximo año. Una estrategia ya tradicional que deja para “después” los asuntos más controversiales, que por lo general son los más urgentes.

Esto pasó por ejemplo con las recomendaciones del último informe del IPCC, el cual fue descalificado por los gobiernos de EEUU, Rusia, Arabia Saudita y Kuwait. Los motivos (mezquinos) que explican este rechazo son los mismos que han entorpecido hasta ahora la lucha contra el cambio climático: el negarse a adoptar medidas drásticas y urgentes de descarbonización por temor a que sus economías se vean afectadas.

Es decir, una visión miope y cortoplacista que defiende un modelo de desarrollo que se muestra cada vez más contraproducente en cuanto a calidad de vida se refiere, construido sobre la base de la acumulación del dinero y la sobreexplotación de los recursos fósiles y minerales, y que ha provocado una crisis ecológica sin precedentes que amenaza con destruir la forma de vida tal y como la conocemos.