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Energía antipropaganda tradicional

En el último tiempo, las estrategias destinadas a ganar votantes en las elecciones primarias y presidenciales del próximo año se han desarrollado desde dos perspectivas. Por un lado, está la propaganda electoral tradicional, que recurre a grafitis, carteles, panfletos y otros materiales desplegados en los muros de las calles y avenidas de la ciudad, que han saturado a la población por el excesivo “fanatismo” de sus contenidos y, sobre todo, porque se sobreponen a una gran cantidad de publicidad que, por su número excesivo, a la población ya le resulta “agresiva”.

Sin embargo, otra forma de expresión contemporánea tiene lugar hoy a partir de las redes sociales, las cuales, si bien son un medio muy efectivo, no siempre aciertan con textos e imágenes que cautiven a los indecisos, debido, en muchos casos, al grado de violencia que traslucen sus mensajes. No cabe duda de que es la juventud votante la más propensa a tomar decisiones con base en lo que proponen las publicaciones virtuales, pese a la inmadurez política y la falta de propuestas que se observa en buen número de ellas.

Es deseable que esa especie de vanguardia, cuya esencia se centra en la defensa irrenunciable de un cambio político y la búsqueda de nuevos conceptos, transite los senderos hacia nuevas ideas y propuestas para solucionar los problemas del país. Ese camino exige no dejar en el anonimato y el olvido la memoria histórica sobre la que se construyó Bolivia. Es decir, los planteamientos de cambio que se alientan deberían ser la respuesta a las necesidades, que nunca fueron resueltas en distintas áreas, como una educación de calidad, mayores oportunidades económicas, salud, entre otras.

En este sentido, las ideas nuevas debieran fluir hacia la planificación de proyectos que beneficien a toda la ciudadanía, y no solo estar destinadas a la búsqueda de un ganador en las elecciones que se avecinan. Únicamente así se podrá hablar de democracia. Esto es, cuando ambos grupos, oficialistas y opositores, contribuyan al crecimiento de la nación. Aquello significaría un salto —de los muchos que aún hacen falta— para llegar a ser un país con pensamiento y praxis contemporáneos.

Es evidente que en Bolivia ha surgido una antipropaganda tradicional que ha sentado presencia, como ya antes se dijo, a través del campo virtual; la cual no busca crear significantes icónicos ni busca desarrollarse en una realidad perceptible, sino en la comunicación exitosa a partir de las redes sociales. Este tipo de propaganda se ha posicionado en todas las organizaciones políticas, y es “alimentada” por éstas de manera permanente, debido a su fuerza de atracción de votantes, especialmente jóvenes.

Toda ruptura exige cambios. Sin embargo, éstos no deben concebirse únicamente dentro de la negatividad que conlleva la crítica; necesitan estar inmersos en lo creativo y hasta en lo utópico. Por ello, el contenido de los mensajes debiera estar encaminado no solo a atraer electores, sino también a absolver imaginativamente las dudas que les invaden ante procesos de votación.

Las ciudades ganan con una adecuada y pertinente propaganda virtual, ya que se las libera de buena parte de los carteles y otros materiales electorales que avasallan y afean sus muros, calles, avenidas, jardineras y demás. Al final, de lo que se trata es de aprovechar la energía antipropaganda tradicional para atraer al votante, pero también para aminorar las agresiones contra las urbes.

* Arquitecta.