La 24˚ Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, más conocida como COP24, se celebró del 3 al 15 de diciembre en Katowice, Polonia. Dicho encuentro anual es un evento multitudinario que reúne a centenas de instituciones, organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, activistas, fundaciones y personas de todo el mundo alrededor de una causa común, la problemática ambiental global. Esta cumbre en particular fue relevante por dos aspectos fundamentales.

Por un lado, se discutió el último reporte publicado por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), que advierte sobre la importancia de evitar el incremento de la temperatura global por encima de los 1,5 °C en relación a la época preindustrial. Este informe marca un antes y un después en cuanto a la fundamentación científica y acúmulo de evidencias sobre el cambio climático y sus efectos. La publicación del último reporte del panel representa la derrota definitiva de la corriente negacionista utilizada por autoridades como el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, para deslegitimar la importancia del tema.

El segundo aspecto tiene que ver con el Acuerdo de París firmado hace tres años en este mismo espacio de negociación, en la COP21 organizada en la capital francesa. Este acuerdo establece una reducción efectiva que represente al menos el 55% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, medida que entra en vigencia a partir del 2020.

El informe del IPCC no fue incluido en el documento final de la COP24 debido a que cuatro países no estuvieron de acuerdo con dicha inclusión: Estados Unidos, Rusia, Arabia Saudita y Kuwait. Las razones parecen más que evidentes: no están dispuestos a renunciar a su matriz energética basada en los hidrocarburos por la lucha global contra el clima. En ese sentido, queda demostrado que las autoridades más importantes e influyentes del mundo en el tema no tienen interés en respaldarse en la ciencia que ellos mismos financian y defienden, limitándose a tener la evidencia empírica apenas como una referencia, y no como la sustentación central del plan de acción climático.

En relación a la participación de los países, vemos que existen dos bloques bastante diferenciados en cuanto a su posicionamiento. El bloque conservador es aquel políticamente correcto, pero que carece de compromiso real frente a la agenda pendiente de la lucha climática. En el fondo priman sus propios intereses de mercado. El segundo es el bloque que defiende el cumplimiento efectivo del Acuerdo de París, y que sabe que las ambiciones deben aumentar en la próxima década si realmente queremos evitar alcanzar el punto de no retorno, a partir del cual el sistema-Tierra no podrá regresar a su condición normal (proceso de regeneración) y donde la capacidad de previsibilidad humana sobre sus efectos será completamente nula.

Como punto destacable de estas dos semanas de negociación en Polonia estuvo la participación protagónica de los países insulares, los cuales estuvieron presentes en las comisiones de trabajo y los espacios de decisión de forma activa. Prueba de ello fue la intervención de Maldivas en la plenaria final del evento, donde advirtió que “estamos a solo 12 años de poder alcanzar los 1,5 °C y que los efectos del calentamiento global afectarán a los países de forma desigual, por lo que es necesario tomar medidas más severas y eficaces”. La situación de los países insulares como las islas del Pacífico y sus diferentes confederaciones es de extrema gravedad, ya que acompañado al incremento de la temperatura el nivel del mar también subirá, provocando el hundimiento de territorios aislados y la muerte de comunidades enteras; todo esto pudiendo ocurrir a partir del 2030, según el último informe del IPCC.

Sumados a los países con mayor grado de vulnerabilidad climática están Egipto y Etiopía, cuyos representantes hablaron a nombre del G77 + China cuestionando la falta de compromiso de los países desarrollados hacia el cumplimiento de los convenios ya acordados por las partes, tales como el Acuerdo de París. De la misma manera, Malasia manifestó su descontento por no haber abordado el concepto de equidad climática de forma holística, al entender que todos los países merecen la cooperación del multilateralismo y que el tamaño geográfico del país no debe ser un criterio para priorizar el apoyo o el financiamiento por parte del organismo internacional.

Quizá el punto más representativo de la COP24 tiene que ver con la cuestión de la transparencia, ya que a partir de ahora se establece un conjunto de reglas vinculantes a todos los países para que presenten informes periódicos en relación a las acciones climáticas adoptadas. Además, cada país tendrá la obligación de presentar un plan de adaptación nacional donde se detallen todas las acciones previstas para los próximos años y los procedimientos empleados para cumplirlo. Ambos puntos carecen de precedentes en los acuerdos multilaterales previos al que se aprobó en Katowice por los 197 países presentes.

También se creó la Plataforma de Pueblos Indígenas y Comunidades Locales, que representa un paso importante en la consolidación de un espacio permanente de participación y sinergia con las otras representaciones de la convención, que tiene como objetivo tomar en cuenta la visión holística de los pueblos ancestrales como guardianes de la naturaleza. Este espacio estará compuesto por comunidades de las siete regiones socioculturales del mundo, y se reunirá dos veces al año para implementar un plan de trabajo para el 2020. De la misma manera, la intervención de las representaciones de Mujeres y Género tuvo un gran destaque en Polonia. El papel de la mujer en los distintos ejes de cambio climático como agua, agricultura, seguridad alimentaria, biodiversidad y otros va ganando el reconocimiento colectivo de las organizaciones y tiene una agenda propia de cara al futuro.

Sin embargo, a pesar de que incluso se aprobó un financiamiento global de $us 5.500 millones para la implementación de 93 propuestas de financiamiento para la adaptación y mitigación en 96 países en desarrollo, la COP24 no estuvo a la altura de las expectativas del conjunto de organizaciones medioambientales, instituciones de investigación, comunidades indígenas, locales, jóvenes y activistas que acudieron a la cita de todas las regiones del mundo.

En primer lugar, porque si bien el Acuerdo de París está vigente, no existe una guía de cómo este conjunto de buenas intenciones puede llegar a transformarse en acciones concretas a partir de 2020, sobre todo en lo que refiere a la reducción sistemática de emisiones de gases de efecto invernadero, que hoy en día son producto inevitable de la matriz económica de varios Estados parte. En segundo lugar, porque muchas instituciones y organizaciones que saben que los efectos del cambio climático ya están ocasionando serios problemas sociales y ambientales por todo el planeta, tenían la esperanza de que esta edición de la conferencia muestre un escenario mucho más ambicioso de cara al futuro, lo que significa construir, al menos desde la retórica, convenios más drásticos que el propio Acuerdo de París. Y finalmente, porque el documento final no incluyó al informe del IPCC como sustentación central del Acuerdo de Katowice, lo cual tiene una implicación profunda desde el punto de vista político. Sí, aunque sea difícil de digerir, la minoría todavía es capaz de sobreponerse a las necesidades de la humanidad.

En este sentido, la COP25, que será organizada en Chile, será la piedra angular para la adaptación climática global, no solo porque constituye la última oportunidad para establecer los tiempos y las formas de lo firmado en París, sino también porque urge estar a la altura de este que es el desafío más grande de nuestra historia. Las cuestiones relacionadas a la mitigación, específicamente con el mercado y los bonos de carbono, han sido postergadas para ser resueltas en esta próxima edición.

América Latina, la región más biodiversa de la Tierra, recibirá una vez más a las autoridades de las Naciones Unidas en la antesala de lo que quizá sea la última década de estabilidad climática en el planeta. Urge que nuestras organizaciones locales, campesinas, indígenas, sociales y ciudadanas tomen este hecho como una oportunidad para cambiar el rumbo de la COP hacia un futuro verdaderamente sustentable y al servicio de las próximas generaciones.

* Biólogo, corresponsal en la COP24 para América Latina.