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Indignación estéril

Esta semana, la opinión pública se movilizó masivamente frente al ultraje perpetrado por cinco jóvenes contra una muchacha de 18 años en la ciudad de Santa Cruz. Lo ideal hubiese sido que la indignación social se traduzca en una reflexión colectiva sobre las causas detrás de este hecho, así como la mejor manera para evitar que se repita. Sin embargo, no ocurrió tal cosa

Se están volviendo usuales las grandes movilizaciones en las redes sociales y en los medios de comunicación cuando sucede algún hecho traumático de violencia contra personas vulnerables, o cuando se destapan hechos de corrupción. Esto fue lo que pasó con la repudiable violación en Santa Cruz; la cual concitó decenas de miles de comentarios en las redes sociales, opiniones en los medios de comunicación y tomas de posición de personalidades.

Estas expresiones reclamaron justicia, a tiempo que manifestaron indignación y repudio contra los agresores. Incluso el nombre y las fotografías de los presuntos autores de este hecho fueron difundidos en las redes sociales y por algunos medios de comunicación. Además, como era de esperarse, las autoridades prometieron severidad y premura en el tratamiento judicial de este delito.

El debate en este tipo de situaciones es mayormente emotivo y de reclamo por acciones de parte del Estado o la sociedad. Y en mucha menor medida se dan reflexiones rigurosas sobre estrategias concretas para evitar o al menos atenuar estos inquietantes fenómenos. Muchas veces se concluye en apelaciones genéricas que apuntan a la responsabilidad de la familia, la necesidad de educación o a un trabajo más oportuno de las instituciones públicas.

Pero pasada la indignación, o tras la llegada de otro suceso igual de lamentable, la atención de la opinión pública pasa a otra nueva fuente de molestia y de queja por la inacción institucional. De esta manera vamos acumulando sentimientos negativos sobre la manera cómo funciona nuestra sociedad y, más grave aún, nos convencemos de que no hay salidas ni respuestas frente a estas problemáticas.

Evidentemente muchos de estos fenómenos son complejos, cuyas opciones de resolución suelen ser estructurales y de largo aliento. Tampoco resulta sencillo debatir soluciones concretas y menos aún mostrar resultados en el corto plazo. Pero hay que hacer el intento de impulsar discusiones informadas sobre los factores de fondo que motivan tales disfuncionamientos y las posibles opciones para resolverlos paulatinamente.

Si no se hace este ejercicio desde los medios y desde las instituciones, además de alentar la indignación de la población, la ira deviene cada vez más en impotencia, cinismo o en la convicción de que nuestras instituciones no sirven para nada. Y de ahí a exigir soluciones autoritarias o incluso atribuirse el derecho de ejercer “justicia” con mano propia queda un corto trecho.