Sin cruz
La fe que inspiraba a los primeros cristianos estaba sustentada por la creencia de que estaban viviendo el fin de los tiempos, en los que los males del mundo, después de una larga batalla, desaparecerían finalmente, para dar inicio a un cambio espiritual. Así estaríamos libres de las hambrunas, guerras, enfermedades y de la misma muerte.
En la Edad Media se gestaron diferentes movimientos sociales impulsados por la misma creencia del final de la historia para iniciar una nueva etapa; pero esa obra no iba a ser de los seres humanos, sino solamente de Dios. La idea de un cambio de rumbo de la humanidad persistente, como una misión divina. Según John Gray, este ideal fue trastrocado a los seres humanos en vista de la nula participación sacra: la idea misma de la revolución entendida como un acontecimiento transformador de la historia es deudora de la religión. Los movimientos revolucionarios modernos son una continuación de la religión por otros medios (…) Las teorías del progreso distan de ser hipótesis científicas. Son mitos que responden a la necesidad humana de sentido.
Vivir en una sociedad sin valores firmes, en un escenario donde se enfrentan diversas posiciones que al final terminan pareciéndose porque ofrecen lo mismo, nos pone en una encrucijada porque nos obliga a escoger una opción. El cambio es un concepto que le da sentido a la lucha política, y la población que la sufre se religa a ella, porque le da sentido a su vida y a la de quienes vienen detrás. Pero éstos tienen una sensación vaga de lo que aquello significa; conciben la política simplemente como un negocio que permite el ascenso social, el enriquecimiento fácil e impune. Ese es su sentido del progreso y del cambio, el trasunto espiritual no existe.
En Bolivia, la población teme y desconfía de policías y militares; ya no tiene la misma confianza en los religiosos por los continuos escándalos de pedofilia; y abomina a los políticos, por su ineficiencia y su corruptibilidad manifiesta. Vivimos en una sociedad desintitucionalizada, caminamos sin rumbo y no sabemos dónde acudir a la hora de solicitar auxilio, porque el Estado nos aplasta. Todo está hecho a medias, y es imposible pensar que la Justicia va a cambiar y que los valores humanos resplandecerán. Eso no sucederá en mucho tiempo. Para muchos, solo queda la ilusoria justicia divina.
El occidente de Bolivia ritualiza todo. Somos una sociedad con una alta dosis de religiosidad expresada de diversas maneras. Por eso, no fueron extraordinarios los sucesos que acontecieron cuando Carlos Palenque murió. Este político generó en torno suyo el mito a través de transmudar al ser humano mortal en San Carlos, el santo de los pobres; y en cuyo entierro las clases populares decidieron hacer una vigilia porque a las 12 de la noche habría de resucitar. Era una esperanza, vale decir, una ilusión cruel.
La escenificación televisiva de su cadáver en la Tribuna Libre del Pueblo produjo una histeria colectiva, la cual nos devela la fuerte connotación religiosa que algunos líderes políticos populares pueden suscitar. Su tumba, hasta el día de hoy, siempre está colmada de flores; al igual que la de Luis Espinal, el sacerdote periodista que fue brutalmente asesinado por esbirros contratados y cuyos autores circulan en las calles como si nada hubiera pasado. Ambos son considerados santos, a los que piden milagros gente variada, aunque la jerarquía de la iglesia los ignore. Eso no interfiere en la robustez del mito que ya tiene vigencia más de una década.
Remedios Loza, recientemente fallecida, logró convertirse, gracias al impulso de Carlos Palenque, en la primera mujer indígena de pollera en romper los viejos moldes de la colonialidad, y en sentar presencia congresal junto con congresistas conservadores. Gracias a esto el compadre Palenque pudo abrir las compuertas a las sociedades excluidas, provocando, de un salto, visibilizar a una parte importante de la población excluida. Indudablemente 1989 fue un momento de cambio inédito.
Los ritos festivos de fin de año develan las asimetrías sociales que en nuestro país perduran. Los males que nos agobian no han desaparecido, y tal parece que los seres humanos no lo conseguirán nunca. Por eso, ahora no resulta extraño que los políticos empiecen a pregonar conocidas frases usadas por pastores y curas ofreciendo un mundo nuevo. ¿Serán creíbles?