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México: el giro antineoliberal

Si hubo algo que caracterizó al discurso de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en su largo periodo de campaña fue la ausencia de un preclaro norte ideológico que permitiese diferenciarlo del resto de los candidatos, tal que ello se sobrepusiera a lo que personalmente representa este líder. En esa mezcla de caudillismo y alternativa a favor de los pobres, lo ideológico en AMLO era subvertido por el llamado “lopezobradorismo”, cimiente del Movimiento de Regeneración Nacional, cuya ideología de izquierda, escrita en el papel, se revela como puramente localista y poco ligada a una nueva izquierda. El lopezobradorismo fue, y aún sigue siendo, la expresión de una izquierda criolla que busca su derrotero en las tres fases de transformación histórica de México: la independencia, la reforma y la revolución.

No obstante, en el periodo de campaña, los dispositivos discursivamente convocantes de AMLO, además de su principio incluyente/excluyente (primero los pobres), apuntaban a la denuncia de “un grupo de familias”, una “minoría rapaz” que se había beneficiado del poder del Estado hasta constituirse en una “mafia del poder”, con base en prácticas corruptas y atentatorias contra el interés nacional. Por tanto, de lo que se trataba, y de lo que se trata, para López Obrador es de acabar con la corrupción y la impunidad, y con ello, con los privilegios de esa minoría, limitando precisamente su capacidad de acción a través de una política de austeridad y de cero tolerancia contra la corrupción.

Acompañaba a ese propósito, ratificado después, el diseño de una constitución moral que en el fondo consistiría en la moralización de la política y no en la modificación de la vieja y remendada Constitución Política de 1917. Así pues, en el periodo de campaña, el discurso de AMLO estuvo compuesto por un neonacionalismo y un moralismo renovador, con atención en los más necesitados; y de soslayo, por un izquierdismo tenuemente ideológico.

Sin embargo, en la toma de posesión del primer presidente de izquierda democráticamente electo, entiéndase bien, la crítica a la situación del país, enfocada principalmente en los 18 años de gobiernos conservadores, el discurso de AMLO se asentó en un frontal antineoliberalismo. Adujo “el fracaso del modelo neoliberal, aplicado en los últimos 36 años”, como “el predominio de la más inmunda corrupción pública y privada”, y como “un desastre, una calamidad para la vida pública del país”.

De hecho, en un discurso de una hora con 20 minutos, AMLO mencionó la palabra neoliberalismo, como objeto de crítica, 17 veces, insistencia no comparable, al menos no de manera clara y contundente, con lo sucedido en el periodo de campaña, y que los medios de comunicación se afanaban en desbaratar. Nos referimos a los medios de comunicación que en su nueva era fungen como partidos de oposición, pues para éstos López Obrador encarna(ba) el resentimiento social y representa(ba) un peligro por avivar la polarización del país, dada su denuncia de la mafia del poder, que discursivamente ahora se transfiguró en los llamados “fifís”.

En su sentido más radical, a partir de su condena al régimen neoliberal, AMLO dejó en claro que se hará todo lo posible para abolirlo. Pero sin someter a procesos judiciales a sus personeros ni iniciar una cacería de brujas sino, una vez más, acabando con la corrupción y la impunidad, en tanto principios de un nuevo gobierno cuyo plan de acción dependerá de 100 medidas conducentes a la cuarta transformación del país.

México ingresa así a una etapa interesante, pero en forma remota, habida cuenta del “fin del ciclo progresista” y el envalentonamiento reaccionario en la región. El país parece acudir así a una cita tardía con la historia, que tendrá que escribirse eventualmente de modo particular.