El presidente Donald Trump confía en que Estados Unidos está ganando su guerra comercial en contra de China. No obstante, en ambos lados del Pacífico hay un reconocimiento más lúgubre: las dos economías más grandes del mundo están en la antesala de una nueva guerra fría económica, una que podría persistir bastante tiempo después de que Trump deje el cargo. “Esta situación durará mucho”, advirtió Jack Ma, el presidente multimillonario de Alibaba Group, en una reunión con inversionistas celebrada días atrás en Hangzhou (China). “Si se desea una solución a corto plazo, debería esperar sentado”, espetó.

A finales de septiembre, Trump intensificó el pleito comercial al imponer aranceles a 200.000 millones de dólares en productos chinos y lanzar amenazas de gravar casi todas las importaciones de China si la nación asiática se atreve a tomar represalias. Su postura ha desconcertado, frustrado y provocado a Pekín, que respondió con sus propias exacciones sobre productos estadounidenses.

El callejón sin salida diplomático ha provocado que muchas personas en las comunidades empresarial y política consideren la posibilidad de que Estados Unidos pudiera librar una guerra comercial extensa y económicamente dañina que podría durar varios años, y que al mismo tiempo se pregunten qué ganarán los estadounidenses, si acaso hay algo que ganar.

Kevin Rudd, exprimer ministro de Australia y experto en China, señaló en una entrevista que 2018 ha marcado “el comienzo de una guerra diferente: una guerra comercial, una guerra de inversiones y una guerra tecnológica entre las dos potencias más grandes del siglo XXI, la cual tendrá una conclusión incierta”. Las señales de una riña ya eran evidentes: Ma se retractó de un compromiso que había hecho con Trump en una reunión el año pasado para crear 1 millón de empleos en Estados Unidos. Además, comentó al sitio chino de noticias Xinhua que “la promesa se hizo bajo la premisa de una colaboración amigable entre Estados Unidos y China y de relaciones comerciales racionales”, lo que, según Ma, ya no existe. “El comercio no es un arma”, señaló.

El último ajuste de cuentas deja poco espacio para concesiones, al menos en el ínterin, pues los dos países son testarudos y China intenta demostrar su fortaleza, a pesar de una desaceleración económica que Trump considera una oportunidad clara para doblar la mano de Pekín. Este año, el crecimiento de China en inversiones, producción de fábricas y gasto del consumidor se ha desacelerado, lo mismo que su crecimiento económico. Se espera que la situación empeore cuando aumenten los efectos de la escalada de aranceles estadounidenses.

Aunque en días recientes Estados Unidos insinuó a China que sostuvieran conversaciones comerciales en Washington, algunos funcionarios mencionaron que ahora dudan que Pekín se vuelva a involucrar a un nivel alto luego, pese a la reunión que el presidente Xi Jinping sostuvo con su par estadounidense tras bambalinas en la cumbre económica del G20 que se celebró en Buenos Aires. Parece que el mismo Trump planteó la posibilidad de que él, y solo él, podría negociar una resolución que amenaza con causar un perjuicio económico a empresas y consumidores en ambos lados del Pacífico. “Tengo la esperanza de que esta situación comercial la resolvamos, a fin de cuentas, yo y el presidente de China, Xi, a quien le guardo un profundo respeto y afecto”, señaló Trump cuando anunció los aranceles.

Sin embargo, no queda claro si cada bando encontrará una razón para recular. Los asistentes de Trump aseguran que el Presidente cree que Estados Unidos tiene ventaja sobre China, por su capacidad para imponer aranceles a una cantidad mucho mayor de productos de la que tienen los chinos, pues EEUU importa mucho más de lo que exporta. Además, aunque los aranceles son impopulares entre los legisladores, los agricultores y los manufactureros republicanos, su estrategia comercial sigue siendo popular entre su base política.

Los chinos tienen sus propias razones políticas para evitar una rendición. Ceder ante Trump se consideraría una señal de debilidad de Xi, de acuerdo con analistas. Además, éstos no ven un indicio de que China esté dispuesta a renunciar a su programa industrial Hecho en China 2025, cuyo objetivo es dominar la robótica, la inteligencia artificial y otras industrias de tecnología de punta que hasta ahora han controlado Estados Unidos y Europa, y que ha sido calificado por Trump como una iniciativa política que debe detenerse.

A pesar de que los funcionarios chinos han expresado su disposición para deshacerse del nombre “Hecho en China 2025”, han sido mucho más precavidos respecto de aceptar los límites en algunas de las características cruciales de la política industrial del país, como los enormes préstamos de los bancos del Estado a unas tasas de interés muy bajas para favorecer a las industrias.

Dentro de la Casa Blanca persiste una guerra sin tregua entre aquellos que quieren llegar a un acuerdo con Pekín y quienes están determinados a continuar el aumento de la presión para forzar un cambio más radical en sus prácticas comerciales. Hasta el momento, Trump escucha a los intransigentes. “Se esperaría que el Gobierno sometiera a discusión un texto de negociación con un conjunto claro de compromisos, pero parece que no se ha hecho”, comentó Daniel M. Price, exasesor comercial del presidente George W. Bush. “Hay personas en el Gobierno que consideran los aranceles como un fin en sí mismo”.

Price mencionó que el gobierno de Trump había hecho un buen trabajo al catalogar los abusos de China: el robo de propiedad intelectual, la transferencia obligada de tecnología de las empresas extranjeras, los acuerdos predatorios de empresas conjuntas. Sin embargo, no ha logrado encabezar una coalición para confrontar a China; en cambio, ha provocado pleitos comerciales separados con la Unión Europea, Japón, Canadá y México, al imponer aranceles al acero y al aluminio, y al amenazar con imponer impuestos adicionales a los vehículos importados.

Para Price, “llevar a cabo esta estrategia sin tener a bordo a la Unión Europea y Japón, como si las prácticas comerciales injustas de China fueran solo un problema unilateral, es una decisión equivocada, testaruda y, por supuesto, menos eficaz. Pero es muy difícil inspirar a tus aliados cuando les impones aranceles al acero y al aluminio, además de amenazarlos con aranceles sobre los autos”.

* Periodista, corresponsal del New York Times en la Casa Blanca. © The New York Times, 2018.