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Apenas está el humo

El recuerdo zarandea la Guerra del Chaco. Un viejo cuaderno de tapa dura nos devuelve a los años treinta. Dos migrantes, un croata y un húngaro dejan atrás amores y familias, heridas y pérdidas. Dejan atrás el viejo continente y llegan a la última fosa, a la destrucción permanente, al Chaco, en las orillas de la desgracia. El croata se llama Ladislao y el húngaro, Andrei. Son inventores, son científicos, en fuga permanente, en silencio contagioso. Y ahora están en Punta Norte, una isla, roja de gritos, en la confluencia misma de los ríos Paraguay y Paraná. Han renunciado a todo menos a las palabras. Aprenden guaraní porque saben que las palabras nos marcan. Aunque no expliquen nada, saben que son íntimos mensajes cifrados. Van a montar un sanatorio para leprosos y una granja de ñandúes.

Dicen que el “kuru”, la verdadera guerra, es una enfermedad de apestados. La carne y los huevos de los ñandúes alimentarán a los pacientes de lepra, las plumas serán vendidas o usadas para hacer colchas, y el resto será enviado al interior del Paraguay y a Santiago del Estero. Los ñandúes (los suris, como los llamamos nosotros) están al otro lado del frente. Meterse en una guerra que atrae como abismo y salir de ella es una buena razón para morir. No es cierto que la única vida verdadera que existe es la que nunca intentamos. Es al revés. Está por terminar 1933.
Esta es una de las historias que nos cuenta Humo, la seductora y ambiciosa novela de la ecuatoriana Gabriela Alemán que ha publicado la editorial El Cuervo. Los bolivianos somos los otros, los fantasmas, los “bolís” (con tilde). Y la guerra es una guerra de ciegos. Yerba abundante para los “pilas” que filtra el agua estancada y quita el hambre contra la hoja de coca escasa que engaña estómagos para los “bolís”. Una guerra donde no hay nada por qué pelear; un callejón sin salida.

Los suris son enormes, de nuestro tamaño. Se mueven en grupo y la guerra no ha movido un ápice sus hábitos. No han huido del Chaco nómada, del desierto verde, y nadie se explica el porqué, ni siquiera los buitres, ebrios de olor a muerte.

Humo tiene olores extravagantes, tiene sabores como la chipá, y tiene palabras que nos trasladan a otro lugar, a otro tiempo, como guampa, como chamiga, como almizcle, como birome. También tiene memorias de poemas de José Luis Applezyard y de Sylvia Plath, y versos como este: “Y el corazón no muere / cuando pensamos que así debería ser”. Humo nos recuerda el petróleo, la esclavitud en el Chaco paraguayo, y los repartos asquerosos entre la Standard Oil y la Royal Dutch Shell. En esa gran llanura sin sombra, las historias dejan de ser historias, son apenas árboles que no son árboles, apenas huesos retorcidos atormentados de sed, apenas humo.

Los suris machos están hechos para sobrevivir. Destrozan todo, se comen todo. Pero son ellos los que incuban los huevos de las que serán sus crías. Los suris machos preparan el nido, escarban en el suelo cerca de los arbustos. Y botan a las hembras apenas ellas depositan los huevos. Solo ellos saben lo que es proteger algo pequeño. Apenas quedan telarañas cuando ellas huyen, eso quiere decir ñandú en guaraní, telaraña. Los suris machos parecen avestruces y nos cuenta Gabriela Alemán que son igual de ridículos. No se sabe por qué. Dice el húngaro que son como “bailaoras” fofas y ridículas de un “tablao” flamenco andaluz.

Esta es otra historia que nos cuenta Humo, un pequeño homenaje al guaraní, un idioma, un mundo salvado por sus mujeres. Para las guaraníes, cuando uno nace no tiene el alma entera. La vida se completa al vivir (como buscar suris en medio de una guerra estúpida), al contar y armar historias, como lo hace Gabriela. Para las guaraníes, la bondad es el mejor regalo que se puede dar a alguien que no se conoce.

“¿Sabés que se espera cuando nace un bebé? Que sea un chamán, un profeta o un poeta. El que más tiene no es el que mejores atributos físicos ni bienes materiales posee, sino el que más cantos conoce. El que consigue palabras buenas lo consigue todo”, se lee en un lenguaje perdido del viejo cuaderno de tapa dura. Eso es Humo, palabras buenas y una historia que te impregna como buen recuerdo que zarandea.

* es periodista y director de la edición boliviana del periódico mensual

Le Monde Diplomatique. Twitter: @RicardoBajo.