El 2 de diciembre en la noche, tras una jornada electoral en Andalucía, el sistema electoral español sufrió un fuerte remesón, que fue sentido particularmente por los partidos de izquierda. Pues estas fuerzas, además de haber sido las más afectadas con los resultados electorales, están compelidas a realizar un profundo y serio análisis de lo sucedido.

Los 12 escaños legislativos obtenidos aquel día en Andalucía por el partido de extrema derecha Vox (voz en español), de un total de 109, representan una puerta para su ingreso al Parlamento Europeo. Esto lo entienden muy bien sus líderes, quienes ahora trabajan intensamente en la apertura de oficinas en todo el país, sin dejar de lado los barrios y pueblos en los que están seguros de poder encontrar una buena acogida. Y es que ni los descalificativos de “fascistas”, “misóginos”, “machistas”, “antiinmigrantes” y otras expresiones de rechazo lograron disuadir a casi 400.000 votantes andaluces, cuando el otro 42% decidió quedarse en casa.

Lo sucedido se puede explicar de muchas formas. Una de las razones podría ser el cansancio que el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) ha generado entre la población luego de permanecer durante cuatro décadas en el gobierno andaluz; esto junto al rechazo generado por la corrupción. Tampoco hay que descartar las discusiones internas dentro de la izquierda, que pueden percibirse como inmadurez o inestabilidad política; así como la desilusión y ansiedad económica entre los votantes, entre otros factores.

Lo cierto es que el proyecto Vox no es nuevo. Hace ya varios años que su líder, Santiago Abascal, puso sobre la mesa su programa para España, que es el mismo que el propuesto en Andalucía. Dos libros expresan con claridad sus bases ideológicas: En defensa de España: razones para el patriotismo español, y No me rindo, sin miedo contra ETA y frente a la cobardía política. Las mismas ideas que recogen estos libros fueron plasmadas en el programa de 100 puntos propuesto por esa agrupación para Andalucía.

Como lo ha expresado su líder en las citadas obras, Vox defiende la España “católica, europea, monárquica”, que ve en lo “plurinacional” un peligro hacia una “balcanización”. Para ellos, una “nación de naciones es un aborto conceptual, para sustentar la idea de la inconsistencia de España como nación”. Por eso defienden una España que reivindica el español frente al castellano y cuestiona el uso fonético catalán; y asegura que la “gastronomía porcina es incompatible con la gastronomía de influencia judía o musulmana”… o “más bien al revés, el judaísmo y el islamismo son incompatibles con la gastronomía española”. También consideran al “catolicismo como rasgo constitutivo de la identidad cultural española” y que la familia monógama es “un valor muy español”.

Por otra parte, Vox apoya abiertamente la construcción de un muro fronterizo en Ceuta y en Melilla, así como la protección de la tauromaquia. También propone derogar la Ley de Memoria Histórica y reemplazarla por una ley de “memoria, dignidad y justicia para las víctimas del terrorismo, tanto separatista como islamista”. Y lo propio con la Ley de Violencia de Género y toda norma que “discrimine a un sexo de otro”, promulgando en su lugar una “ley de violencia intrafamiliar que proteja a todos por igual”.

Previsiblemente Vox irá más allá de su actual posición para usar sus votos como “moneda de intercambio”, a fin de impulsar su agenda. Ese es justamente el peligro, y por ello la izquierda española, en conjunto, enfrenta una responsabilidad mayor, porque el ingreso de este partido de extrema derecha en el sistema electoral y político de España, con un programa sin tapujos ni complejos, muestra que la agenda del 15M ha ingresado a una suerte de “retroceso”, y está a la “defensiva” por lo logrado hasta ahora.

No basta con denunciar que Vox representa una extensión del Partido Popular (PP), es mucho más que eso, constituye el regreso del franquismo, que estuvo algo “acomplejado” por la abrumadora fuerza del 15M, pero que ahora parece retornar con fuerza, ante las circunstancias internacionales. Llámense fascistas, supremacistas o ultraderechistas, no basta con nombrarlos; más allá de esos calificativos urge pensarse en articular esfuerzos entre los políticos y la ciudadanía (el caudal electoral) para recuperar la esperanza, la ilusión y la credibilidad.

Es analista de relaciones internacionales.