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Año viejo en Quito

En Quito no hay fiestas de bienvenida al Año Nuevo. Lo que se celebra es la despedida del año viejo. Y aunque les parezca que es igual, no es lo mismo despedir el año viejo esperando el nuevo que recibir el nuevo año despidiendo al viejo. La tradición se explica en la purificación del fuego, que deriva en la quema de monigotes que representan lo malo vivido en el año que se acaba (dan despidiendo); pero también puede quemarse lo bueno que se espera (dan recibiendo), en una forma de cerrar un ciclo y empezar otro como acto ilusionado de renovación de la vida (despedir recibiendo).

Los monigotes, más conocidos como  viejos, son muñecos rellenos de aserrín, vestidos con ropas y una careta que representan al personaje que se quisiera quemar. En estos lances los políticos son imbatibles y también hay representaciones de situaciones más personales, menos explícitas y representadas en las significaciones de otros rostros que escudan las intimidades. A los monigotes se les adosan papelitos en los que se escriben las cosas que se quieren quemar: lo malo por despedir recibiendo y/o lo bueno por recibir esperando.

Es una fiesta familiar a la que se suman emparentándose los vecinos para compartir anécdotas, música y fuegos artificiales que iluminan la medianoche. Al día siguiente, junto con la acumulación del humo por las quemas de los monigotes, las cenizas se conviertan en esmog que no se animan a quemar con políticas proteccionistas los ambientalistas, ni las autoridades. El viento y la lluvia cómplices se llevan el aire enrarecido. La tradición no se acaba.

El ingenio característico de la construcción de los monigotes ha derivado en la producción de personajes de moda, por ejemplo este año fueron el viejo el Grinch y los sempiternos Pitufos, Garfield, La pantera rosa, los Transformers y otros de todos los tamaños, desde los 10 centímetros hasta los 10 o más metros de alto. Algunas exposiciones son colectivas. He visto en una esquina de barrio el gabinete ministerial completo representado en 22 muñecos de tamaño natural; y en otra los 11 titulares más sus suplentes y técnicos de la selección de fútbol que no logró su clasificación al Mundial de Rusia. Hay de todo.

En un juego de travestismo, las calles son ganadas por las viudas, representadas por hombres que se visten de mujeres para llorar la despedida del año viejo. Detienen cuanto carro pueden para exhibirse bailando en contorsiones provocativas, a cambio de unos centavitos que, acumulados, sirven para el canelazo. No hay carro que se libre, ni las ambulancias, ni los de los ministros, ni los de la Policía. Llegada la medianoche, las viudas, emulando a la llorona, desgarran las sombras y alientan el aullido de los perros y el canto adelantado de los gallos.

El complemento ontológico de este sistema de despedida-bienvenida son los picarescos testamentos, expresiones de jodienda en rima forzada que se leen minutos antes de la medianoche, testimoniando con ironía política o sátira intimista el espíritu de las significaciones contenidas en la despedida del año viejo. Nadie tiene derecho a enojarse. Van extractos sueltos como “Me voy y me despido, con rabia porque aún sin haberme ido ya lloran mi despedida, mientras se regocijan con mi ida, rumiando con voz de doliente que otro año mejor se siente. Mi herencia dejo a los pobres, a los mendigos, a los que caminan piluchos y que no quieren (re)conocer que existen algunos gobernantes duchos. El país ha cambiado, es cierto, pero ahora hay que transformarlo antes de que nuestras ilusiones se queden en el desierto. Como yo ya me hey morido, y soy del pasado a ultranza, les dejo un último pedido: ¡Nunca pierdan la esperanza! Y que de veras mañana nos ilumine el suma qamaña”.