El 2018 el mundo sufrió una arremetida de concepciones supremacistas. Millones de personas siguen escapando del horror de la guerra, de los terroristas, de las sequías, y del desempleo; mientras otros miles mueren en el intento. Esta es la realidad en varios países de África y Asia.

El 2018 hirió casi de muerte a Palestina. De manera implacable el sionismo la va desapareciendo del mapa, y Estados Unidos ha reconocido a Jerusalén como su capital, yendo contra todo acuerdo internacional. La crisis humanitaria no da tregua en varios países y la brutal situación de millones de seres humanos en Yemen continúa, donde cada día mueren miles de hambre y por las balas de potencias extranjeras. Como si esto fuera poco, ha salido a la luz la crueldad de curas pedófilos y miles de mujeres han sido víctimas de violencia y feminicidio.

Estados Unidos ha decidido recuperar los espacios que, a su entender, ha “perdido” frente a países como China y Rusia. Para tal efecto, el establishment norteamericano tiene al personaje ideal en la Casa Blanca, pues su Presidente no dialoga, impone, tanto dentro como fuera de su país. En ese afán de profundizar su poderío, EEUU ha aprobado obscenas sumas de dólares para programas armamentistas y ha decidido militarizar el espacio cósmico, dando un portazo a la ONU y a sus tratados internacionales.

Las sanciones unilaterales como medio de castigo y coerción ejercidas por EEUU y países de la Unión Europea han estado a la orden del día. Cuba, Venezuela, Irán, Corea del Norte y Rusia continuaron siendo sometidos a esas medidas ilegales. Por otra parte, Trump abandonó la lucha contra el cambio climático, pues cree que es “una conspiración contra su país”. También decidió no aportar más para la educación y la cultura, luego de oficializar la salida de su país de la Unesco. Tampoco firmó el Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular, de las Naciones Unidas.

A su vez, la organización mundial llamada a buscar la estabilidad y la paz carece de autoridad, ya que solo puede adoptar decisiones o resoluciones, las cuales no son cumplidas; y la duda crece cada día sobre el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que aspiran a erradicar la pobreza en el mundo para el 2030.

En 2018 también han recrudecido las guerras cibernéticas, y los gobiernos que no se están preparando para afrontarlas, corren grandes peligros, incluso de ser barridos del sistema político. América Latina ha sufrido cambios políticos dramáticos que merman su liderazgo en el mundo, producto del rumbo enfilado hacia la derecha. Estas son apenas unas pinceladas de lo acontecido en 2018, año en el que el mundo sufrió una arremetida de concepciones supremacistas.

Dicho esto, cabe hacer algunas posibles previsiones para 2019. Se visualiza un ascenso de los antagonismos entre las potencias del orbe, que traerá consigo un incremento en la carrera armamentista, con una lamentable expansión de crisis humanitarias en distintos países. El continente europeo seguirá sufriendo la aparición de movimientos racistas y neofascistas, a menos que se adopten mayores regulaciones y se profundice el trabajo con la opinión pública.

El uso de los recursos cibernéticos e informáticos se intensificará este nuevo año. Por lo cual, los países destinarán mayores presupuestos para la adopción de nuevas tecnologías. La Cancillería boliviana, al ejercer la presidencia de la Celac y de Unasur, tiene un gran desafío diplomático y político. Deberá buscar factores de cohesión regionales en un ambiente desfavorable, pero tiene a su favor los avances institucionales ya logrados en la región y las organizaciones sociales. Mientras tanto, como ha venido haciéndolo desde hace algunas décadas, China, que ya está de visita en el lado oculto de la luna, seguirá fortaleciéndose casi imperceptiblemente, pero de manera contundente.