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Aire de familia

Europa vive su “momento populista”. La crisis de la hegemonía neoliberal y la erosión de los ideales democráticos, en particular los principios de igualdad y soberanía del pueblo, marcan y definen esta coyuntura histórica; un interregno, diría Gramsci, porque la legitimidad del poder ha sido cuestionada, pero lo “nuevo no termina de nacer”. Es un momento crepuscular: todo puede suceder.

Este es un fresco que pinta Chantal Mouffe en su último libro para explicar la agresiva emergencia y las insospechadas derivas de los movimientos populistas en Europa. El populismo es camaleónico; viste el traje de la izquierda, pero también el de derecha. Son populistas el FN, Francia Insumisa y los Gilets Jaunes (Francia); Podemos y Vox (España); Syriza (Grecia); la Liga Italiana o el Labour Party versión Corbyn. Entre ellos hay diferencias, pero también cierto aire de familia. Esta plasticidad se explica porque el populismo no es ni un programa de gobierno ni una ideología, y mucho menos un régimen político. Es una manera de hacer política. Y Mouffe agrega que ese “hacer” es compatible con la democracia liberal. A diferencia de la extrema izquierda, su objetivo no es la ruptura revolucionaria, pero tampoco se identifica con los tradicionales partidos social-demócratas cuyos programas han sido descafeinados por el sistema.

La noción populista de “pueblo” carece de referentes empíricos, es un efecto del discurso y se constituye como sujeto cuando se articulan demandas de diversos colectivos. Esta es la famosa “cadena de significantes”. Esta alquimia discursiva solo puede interpelar cuando se cumple una condición: la referencia obsesiva a un enemigo, por definición exterior y hostil al pueblo. La singularidad del populismo, rojo o pardo, es la creación de una frontera simbólica entre el pueblo y las élites.

Los argumentos de Mouffe son polémicos. Por una parte, sostiene que el populismo debe convivir con la democracia liberal, en una suerte de tensión agonística porque involucra una “radicalización de la democracia”. Suena bien, pero la experiencia latinoamericana ha demostrado lo contrario; que la deriva del populismo es el autoritarismo y la negación del pluralismo. Cuando la hegemonía se desvanece, para asegurar el poder, el populismo recurre a la coerción, el clientelismo y la corrupción.

Por otra parte, la experiencia europea demuestra que existen vasos comunicantes entre el populismo de izquierda y de derecha. El último prioriza significantes vinculados con la nación, el orden social y la familia; apuesta a la política de identidad frente globalización y la migración. La izquierda enfatiza demandas socioeconómicas y derechos adquiridos; sin embargo, paulatinamente ha incorporado miméticamente el lenguaje nacionalista y xenófobo de la derecha. Es que rojo más pardo da siempre pardo.

*Sociólogo.