Icono del sitio La Razón

Habermas y la justicia

Para Jürgen Habermas, la justicia podría entenderse como la legitimidad construida a partir del diálogo racional, pero a condición de una situación ideal del habla que encierra condiciones de libertad e igualdad que posibilitan la racionalidad comunicativa. Para el pensador alemán, solo son legítimas aquellas normas de acción que son aceptadas por todos los posibles afectados por éstas como participantes de discursos racionales. Es decir que la acción comunicativa vendría a constituir el fundamento de validez de estas normas.

Para Habermas la justicia se justifica y argumenta a partir del lenguaje que se utiliza para legitimar las prácticas de asignación, reconocimiento, creación, modificación y restricción de ejercicio de derechos y el correspondiente cumplimiento de obligaciones. Por ello, la vieja y la nueva disputa sobre el sentido y contenido de la justicia se encontrarían inmersas en el lenguaje. En este sentido, la lucha por el logos (por el sentido del “logos”) del lenguaje viene a ser la crítica más fuerte que se puede hacer a Habermas (tomando su propia teoría) por parte de autores como Slavoj Zizek o Jacques Ranciere.

Por ejemplo, para Ranciere, la concepción de la justicia de Habermas se encontraría despolitizada, pues la injusticia no puede traducirse al lenguaje de la justicia, porque justamente el lenguaje de la justicia se sostiene a partir de esta injusticia. Es su condición. Cuando un segmento de la sociedad no es reconocido como parte de ésta, y actúa y habla para demandar reconocimiento, pero no se lo escucha, es entonces cuando se levanta el desacuerdo. El desacuerdo, título de uno de los libros de Ranciere, surge siempre como una especie de fractura en el orden social establecido. Desacuerdo no significa desconocimiento ni malentendido; retrata aquella situación de habla en la que uno de los interlocutores entiende y a la vez no entiende lo que dice el otro. Es decir, estamos delante de una situación en la que dos personas que hablan de una misma cosa hacen referencia a un mismo término, pero no lo entienden con el mismo significado; no es posible encontrar comunicación porque no hay acuerdo en lo que quiere decir “hablar” ni sobre quiénes están en condiciones de hablar.

No es un desacuerdo simplemente lingüístico, sino que en general esta situación se la debe comprender respecto a la situación misma de quienes hablan, a su posición real en la sociedad. Los interlocutores del desacuerdo hablan desde racionalidades distintas, desde posiciones de poder distintas, comparten y no comparten un mismo logos. En la situación de desacuerdo lo que se pone en cuestión, en litigio, es la idea misma de justicia, la cual pasa de ser un enunciado lingüístico a una lucha política.