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‘Wiñaypacha’, cuentos de la eternidad

Uno: Phaxsi (luna) y Willka (sol) tienen unas cuantas ovejas, un perro —“wawa”—, una llama y un hijo —Antuku— que se fue a la gran ciudad y no regresó jamás. Son marido y mujer, octogenarios y viven solos a 5.700 metros de altura, lejos de todo, en una casa de piedra y paja bajo el nevado de Allincapac, en la cordillera de Carabaya, departamento de Puno.

Phaxsi y Willka, mientras esperan al hijo pródigo, a la primavera generosa y a la muerte cercana, se preocupan: los fósforos se acaban y con ellos se apaga el fuego, pero ya no hay fuerzas para hacer un largo viaje al pueblo. También se preguntan sobre los errores, los pecados del pasado, por la condena del olvido de Antuku (“estrella fugaz que ya no brilla”). Willka y Phaxsi labran la tierra, cocinan, tejen y se apoyan cuando el frío en la cordillera se vuelve helado o el sol castiga y azota los grandes paisajes de los Andes.

Dos: Phaxsi teje la conexión con la naturaleza y el tiempo sagrado. Es ella quien puede convocar al viento “hualaycho” cuando está flojo y no esparce la quinua decantada. Ella es la que se acuerda de cada fecha festiva para subir hasta la apacheta y brindar ofrendas. Es la mujer la que “con-vence” al hombre; la que no concibe la desunión familiar, la que lucha y camina, la que llora al hijo que no regresa. ¿Cuándo desapareció aquel matriarcado? ¿Qué otros mundos hemos perdido y olvidado? ¿Cuándo extraviamos inexorablemente el contacto con la tierra que pisamos?

Tres: Wiñaypacha es una película peruana, política, instrospectiva y “sencilla” rodada íntegramente en idioma aymara bajo la dirección del puneño Oscar Catacora (un exasistente de fotografía). Es un filme que bebe del neorrealismo italiano y de su trabajo arduo e “imperceptible” con actores naturales (Vicente Catacora, sin parentesco con el cineasta, es Willka y Rosa Nina es Phaxsi). Es una película heredera del cine japonés y su gran capacidad para narrar con potentes imágenes. Wiñaypacha es un cruce experimental y mágico entre Vittorio de Sica y Yasujiro Ozu, “genial poeta del tiempo” (como lo llamó el crítico Ángel Fernández Santos); entre Rossellini y Kurosawa; entre don Luchino Visconti y Kenji Mizoguchi. Una obra a caballo entre el falso documental y el cine con identidad propia, siempre sincero al mostrar la  realidad sin concesiones.

Cuatro: Wiñaypacha tiene 96 planos fijos (casi una única toma), no tiene música ni efectos sonoros; tiene una cámara que no pide nada, no tiene imposturas; tiene fuego para iluminar, no tiene efectismos; tiene grandes angulares para sobrecoger, no tiene egos ni narcisos; tiene formas exquisitas, no tiene efectismos baratos. ¿Es una película triste o esperanzadora? ¿Es nostálgica la rutina de envejecer? ¿No es acaso la muerte sólo una transición, otro viaje; otra transformación? Wiñaypacha plantea muchas preguntas y ninguna respuesta.

Cinco: Wiñaypacha se estrenó en La Paz en septiembre durante el V Festival de Cine Radical, más necesario que nunca. Hace una semana tuvo una función especial en el Multicine y se anuncia su estreno comercial en siete días. Casi nunca veo dos veces una misma película en la sala oscura, pero ésta es especial, tiene alma: algo de pureza sublime, de conjuro, de milagro, de misterio (quizás sea autenticidad, acaso la poética magia de los pioneros). Es el tipo de películas, sin falsedades, que quiere uno para nuestra cinematografía, a ratos me da envidia sana.

Seis: Cuando volvamos al campo después de ser seducidos por la oscuridad de la urbe, aquellas historias todavía estarán ahí, esperando a ser contadas con otros ojos, nuevas miradas. Hablaremos de esos “pequeños” cuentos y seremos universales, otra vez. Wiñaypacha significa tiempo y espacio eterno; es la fiesta ceremonial para honrar a los ancestros y sus ajayus, para agradecer el legado que dejaron. Oscar Catacora nos regala un reencuentro a través de una obra portentosa e inspiradora. Decían de las películas de Ozu que nada se parecía a un filme de Ozu, salvo otro suyo. Nada se parece a Wiñaypacha, salvo Wiñaypacha. En siete días, iré al cine a verla otra vez.

* Periodista y director de la edición boliviana del periódico mensual Le Monde Diplomatique. Twitter: @RicardoBajo.