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El calvario del cine boliviano

Dos imágenes fueron sobrecogedoras en las últimas semanas en relación al calvario que aún les toca caminar a quienes se atreven a hacer cine en Bolivia.

La primera imagen; una cola de más de 300 personas en el Multicine, en enero de este año, para ver Aquaman, un mainstream (cine de moda dominante) lleno de efectos y recursos ficcionales, y que deja casi nada en términos de historia trascendente.

La segunda imagen; en los primeros días de noviembre uno de los productores de Muralla, Leonel Francese, haciendo, a pie y sin prejuicios, una campaña para llevar espectadores a la película que ayudó a producir. En persona—en el mismo Multicine— se acercaba a quienes esperan por ver Avengers con un letrerito que decía: “No se hace cola para el cine boliviano”. Con ese recurso invitaba al público a apreciar una película hecha en Bolivia, por bolivianos, y que fue lo mejor que pudo hacer el país en 2018.

Dos imágenes terriblemente contradictorias. Por un lado, filmes que llegan a Bolivia con la específica finalidad de generar en dos meses $us 200.000 o 300.000 y llevarse ese dinero a Hollywood y Europa. Recaudar mucho dinero en cada país sin dejar casi nada de aporte cultural, es decir posibilidades de generar reflexión, análisis y nuevas búsquedas existenciales entre niños, jóvenes y adultos.

Por otro lado, productores bolivianos casi mendigando, “rogando” para que los bolivianos miren su cine y desde ese mágico espejo apreciar las posibilidades de Bolivia en la búsqueda de nuevos derroteros.

Una dura contradicción que señala que en el Estado y los actores privados está faltando una dosis de imaginación. También una llamada de atención para los propios productores que a veces tienen ciertos prejuicios para hacer lo que hizo durante varias semanas Leonel Francese.

Alguien dirá que ya tenemos la Ley del Cine. Sí ya está ahí y aunque llegó con notable retraso, ya es una alternativa para generar fondos y apoyar las nuevas producciones.  
Sin embargo, falta en nuestro país algo que va más allá de un fondo para la producción. Ese algo tal vez sea un compromiso más sólido del Estado, empresarios privados en  el apoyo a la difusión del cine boliviano dentro el propio territorio.

Toda vez que no se producen en Bolivia más de 5 filmes cada año, es hora de hablar de una estrategia que permita difundir con más fuerza la salida de toda nueva película.

Un joven, quien vive en el Plan 3000 en Santa Cruz o en Yacuiba, cómo podrá saber que Muralla, Averno o Viejo Calavera son producciones nacionales que merecen ser apreciadas por los propios bolivianos en muchos rincones del país. Y las películas nacionales merecen ese trato porque es cine industria boliviana, que da trabajo en el país, potencia la identidad, evita la salida de divisas y lo más importante: mejora la autoestima de los bolivianos.

Un segmento más amplio de la población joven y adulta de Bolivia, seguramente, quisiera ver más de lo que produce su país, pero ellos no son adivinos y si no se les pasa el dato sobre un nuevo filme, acabarán gastando sus Bs 35 o Bs 40 en otra película gringa.

Urge que los responsables de los ministerios de Comunicación, Educación y Culturas comprendan que el cine tiene la potencia de comunicar mejor que cualquier otro arte, imaginarios, ideas principios y valores, porque justamente integra en un solo filme al teatro, la pintura, la música, la literatura, solo por citar algunos aspectos.

* Comunicador social y abogado, director de la consultora Luces de América