Una de las aspiraciones de cualquier país es lograr un alto y sostenido crecimiento económico, con el propósito de que estos resultados se transformen en beneficios para la población, y esto es lo que ha estado sucediendo en nuestro país los últimos 13 años. Últimamente existe la preocupación de comparar las brechas del producto nacional entre países y analizar en cuántos años, por ejemplo, Chile sería Estados Unidos, o en cuántos años Bolivia sería Alemania. Estas diferencias, por lo general, se miden con el PIB per cápita. Sin desmerecer estos ejercicios académicos, se debe considerar que el tema central radica en preguntarse en cuánto el crecimiento económico permite mejorar las condiciones de vida de la población y reducir la desigualdad.  

La medida del PIB per cápita refleja parcialmente la situación de los ciudadanos y, por tanto, es necesario incorporar otras variables para hacer una correcta valoración del desarrollo de un país. Desde esta visión puede existir un regular crecimiento del PIB, pero con avances sustanciales en la igualdad y reducción de la pobreza, y en otros casos altos niveles de crecimiento con resultados adversos.

Es así que entre 2006 y 2017 el PIB boliviano creció en un promedio anual del 4,9%, que se tradujo en una reducción de la pobreza moderada de 26 puntos porcentuales y de la extrema pobreza de 23 puntos porcentuales. En cuanto a la desigualdad (medida con el índice de Gini), ésta disminuyó en 22%. Asimismo, si analizamos la diferencia de ingresos, en 2005 el ingreso del 10% más rico era 128 veces más que el ingreso del 10% más pobre, al 2018 esa diferencia se redujo a tan solo 26 veces.

Días atrás, en diferentes medios de comunicación, se mencionó que la pobreza durante 1990 y 2003 se había reducido en la misma proporción que entre 2006 y 2018. Según datos oficiales de la Unidad de Análisis de Políticas Sociales y Económicas (Udape), durante el periodo 1996-2004 la pobreza moderada se redujo en solo 1,7 puntos porcentuales y la pobreza extrema en 6,7 puntos porcentuales. Comparando estos datos con los mencionados en el párrafo anterior es posible evidenciar que los avances en los últimos 13 años son sustancialmente mayores.

Con relación a los países vecinos, los avances en materia de pobreza y desigualdad fueron alentadores. Por ejemplo Chile, en el periodo 2006 al 2017 redujo su pobreza extrema en 10 puntos porcentuales y su índice de desigualdad en 6%; en el caso de Perú, la pobreza extrema se redujo en 7,4 puntos porcentuales y la desigualdad en 13,5%. En este contexto es posible aseverar que el crecimiento boliviano tuvo un importante efecto redistributivo y de mejora en las condiciones de vida de la población.

Por otro lado, existen críticas al modelo económico vigente que indican que el PIB no está creciendo a un ritmo sostenido y que el crecimiento evidenciado en estos últimos años se concentra principalmente en actividades extractivas y no en actividades económicas generadoras de empleo.

Al respecto se debe aclarar que Bolivia fue el único país de América del Sur que acusó un crecimiento por encima del 4% durante ocho años consecutivos, a pesar del contexto externo desfavorable, lo que permitió, en términos corrientes (que incluyen la inflación), cuadruplicar el tamaño de la economía medida en dólares.

Sumado a lo anterior, al tercer trimestre de 2018 la economía registró un crecimiento de 4,04%, explicado principalmente por la actividad agropecuaria, los establecimientos financieros y la industria manufacturera, y no así por los sectores extractivos como son hidrocarburos y minería. Igualmente es relevante resaltar que los sectores anteriormente mencionados, sumando servicios de la administración pública, representan más del 47% del PIB, demostrando una alta diferencia con el 12% de participación de la minería y los hidrocarburos. Estos datos demuestran que el crecimiento en Bolivia está impulsado por los sectores no extractivos, que son intensivos en mano de obra y dependientes esencialmente de la demanda interna.

Corroborando lo anterior, si se calcula el crecimiento sin considerar los sectores extractivos, el crecimiento del país incluso hubiera sido mayor, y al tercer trimestre de 2018 ascendería al 4,51%.

Estamos convencidos de que la gestión del crecimiento debe apostar por privilegiar los intereses de la población y ser sostenible a través del tiempo. Solo así se logrará no únicamente tener saltos cuantitativos, sino transformaciones cualitativas, que se traducen en la presencia de más de 7 millones de personas de la clase media que cuentan con mayores niveles de educación y acceso a servicios públicos.

*es ministra de Planificación del Desarrollo