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Espejismos integracionistas

La Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) languidece y se ha anunciado el deseo de construir un nuevo mecanismo de integración, denominado Prosur (Foro para el Progreso de América del Sur). Ninguno de los dos parece lograr una convergencia amplia de la diversidad de gobiernos de la región. El riesgo es que ambos queden atrapados en la polarización ideológica, lo cual les resta eficacia.

No son tiempos buenos para el multilateralismo latinoamericano. La brecha abierta por los desacuerdos en torno a la crisis venezolana y el surgimiento de una aguda controversia ideológica entre gobiernos de derecha e izquierda está debilitando la arquitectura institucional de diálogo y mediación política en la región.

No sobra recordar que la eficacia y legitimidad de una acción multilateral depende, en buena medida, de su capacidad para articular actores diversos capaces de contribuir, cada uno con su particularidad, a la resolución de problemas internacionales. Es obvio que un diálogo entre quienes piensan lo mismo es poco trascendente, y que una mediación exige que unos y otros puedan hablar con todos los actores de un conflicto. Frente a escenarios de polarización y de intransigencia interna, la comunidad internacional debe aportar equilibrio y cabeza fría.

Hoy en día América Latina se encuentra notablemente fragmentada. Existen controversias complejas, en las que las posiciones de la comunidad sudamericana se muestran poco eficaces, enfrentadas y nada sensibles a los vericuetos de los conflictos internos. Más que hacer fuerza común para aportar a la búsqueda de soluciones pacíficas, que son naturalmente difíciles, la tendencia parece ser más bien a exacerbar las diferencias y a pensar desde una perspectiva unilateral.

En su mejor momento, Unasur funcionó adecuadamente, pues podía contener por ejemplo a Hugo Chávez y a Álvaro Uribe, en una complicada alquimia que reforzó su capacidad para contribuir al apaciguamiento en conflictos como el que afectó a Bolivia durante la discusión sobre la nueva Constitución. Se puede criticar cierta deriva de esa institución de integración hacia una línea progresista que contrastaba con el incremento de los gobiernos de centro-derecha en la región, pero su utilidad como espacio de diálogo y mediación plural era real. La falta de acuerdo actual parece haberse llevado por delante a Unasur, dada la gran dificultad de los gobiernos sudamericanos a la hora de conversar sobre sus problemas comunes.

Hay que ser realistas, solo una muy inteligente recomposición de los gobiernos de la región en torno a una agenda común y un consenso mínimo en relación a la crisis venezolana, que no aparece en el horizonte, podría haber revivido a Unasur. Pero paradójicamente la iniciativa de Sebastián Piñera y de Iván Duque de crear un Prosur, que no oculta su sesgo ideológico, parece estar incurriendo en los mismos errores de la última fase de Unasur, es decir, en la incapacidad de pensar a la región desde su pluralismo.