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Lucho entre nosotros

Hace 39 años, un comando de militares y paramilitares lo secuestró. Y al amparo de la impunidad y de la noche, lo torturaron y acribillaron a balazos. Fue el preludio de la dictadura de Luis García Meza. Creyeron que así callaban su palabra de denuncia y su opción por la justicia. Se equivocaron. El padre Luis Espinal Camps, entrañable Lucho, sigue y seguirá entre nosotros.

Nacido en Cataluña, Espinal llegó a Bolivia un 6 de agosto (1968). Y a sus 36 años “volvió a nacer”, como bien recuerda su compañero jesuita Xavier Albó. Pronto se hizo ciudadano boliviano. Y desde diferentes trincheras (semanario Aquí, labor pastoral, cine, radio Fides, Asamblea de Derechos Humanos, huelga de hambre), sin cobardía ni conformismo, “gastó su vida” por los demás.

El legado de Lucho, su mensaje, es inagotable. Pero quizás el mejor retrato está en sus Oraciones a quemarropa. “Que no nos acostumbremos a ver injusticias, sin que se nos encienda la ira, y la actuación”. Espinal no se acostumbró. Tuvo ira. Y actuó en consecuencia. Nos interpeló: “No nos dejes ser tan prudentes que queramos contentar a todos”. Él sabía bien de qué lado estaba.

En un texto suyo encontrado en el semanario Aquí después de su muerte, Luis Espinal señala, con mucha propiedad, que “el país no necesita mártires, sino constructores”. Lucho no fue un mártir. Resistió, llevó al límite su vocación de servicio, construyó. “No hay que dar la vida muriendo, sino trabajando”, escribió. Y trabajando por los pobres, contra los poderosos, dio la vida. Hoy vive entre nosotros.