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Wednesday 7 Jun 2023 | Actualizado a 15:23 PM

El rostro de dos tiempos

Las urbes requieren cambios profundos, pero también nuevos conceptos de vida ciudadana.

/ 28 de marzo de 2019 / 03:43

Una ciudad es un conjunto inimaginable de espacios que guardan un pasado y muestran un presente riguroso de nuevas concepciones de acción, muchas de ellas inimaginables por la permanente transformación que exigen estos tiempos. Cambios que, desde nuestra perspectiva, pueden tener efectos contrarios y convertirse en un paradigma de un presente hasta caótico.

Si bien en esta época se busca una nueva imagen de ciudad del siglo XXI, apoyada en una arquitectura casi desafiante en sus conceptos y formas, ésta parece haber olvidado las obras relevantes del pasado, pues muchas son derruidas a sabiendas de su valor histórico, sin tomar en cuenta que con una buena restauración se puede subsanar su deterioro.

A pesar de que, por lo general, nuestros aportes han estado dirigidos a las nuevas concepciones de la urbe del siglo XXI, en ningún momento respaldamos que una ciudad no respete su pasado, porque sería negar el significado de su memoria.  Aunque el presente se muestre riguroso en imponer nuevas ideas para convertir a una urbe en única, eso no niega que ésta acoja diferentes tiempos, vale decir, las obras del pasado y del presente, que conjunta e innegablemente hacen una verdadera ciudad.

Si retrocedemos en el tiempo hasta la antigua Troya, la historia da cuenta de que esta ciudad desapareció y dio lugar a otra nueva, pero con ello también se fue la riqueza de su sentido. De ahí que las urbes requieren cambios profundos, pero también nuevos conceptos de vida ciudadana. Al respecto, en el mundo hay ciudades, como en Europa, que cuidan celosamente la arquitectura de su pasado, ya que ésta representa su evolución. De igual forma son respetuosas de los conceptos básicos de su planificación e imagen urbana, porque buscan mantener una coherencia formal entre el pasado y el presente, para que su población se sienta orgullosa de su vivir ciudadano. Un hecho que va en contraste con las ciudades asiáticas, que están rompiendo definitivamente con el pasado y, conforme a ello, planifican un futuro lleno de cambios radicales, a lo que se suma la veloz construcción de sus edificios.

Cabe preguntarse: ¿acaso esas realidades no llevan a pensar en que debieran mantenerse ciertas obras de valor arquitectónico para no perder “el aura singular” de las ciudades? En La Paz, resulta alarmante que en los últimos dos años se hayan demolido varias edificaciones del pasado, olvidando su valor y significado. Un acto que anula toda sensibilidad que conlleva comprender a una ciudad de dos rostros o tiempos, pues cada uno forma parte de una mirada coherente hacia el futuro. Si esto se entendiera, dejarían de desaparecer edificaciones antiguas para sustituirlas por edificios, muchos de los cuales no presentan una estética relevante.

Hace pocos días, caminando por la acera superior de la plaza Murillo, observamos que aún existe un número respetable de viviendas del pasado, las cuales, si bien se muestran muy deterioradas, mantienen una imagen particular. Recordemos que esta ciudad laberíntica, esencialmente en ciertos barrios, es muy distinta a la urbe planificada, la cual busca seguir edificando nuevas obras como un paradigma del presente y que contrasta con aquellos pequeños inmuebles que aún sobreviven, como en las calles Indaburo y Bolívar, y que llevan impregnadas las huellas históricas del pasado, una cualidad que debiera motivar a su conservación y restauración.

Para terminar, la comprensión de la arquitectura de ayer y de hoy nos lleva a asegurar que no es necesaria la incisión de elementos destructivos de la imagen de nuestra ciudad, amenazada por la actual esquizofrenia de la demolición desmedida de obras arquitectónicas que han contribuido a construir la historia de La Paz.

* Arquitecta.

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Cartago, gran ciudad del pasado

Patricia Vargas

/ 26 de mayo de 2023 / 08:28

Cartago fue una de las ciudades más importantes del mundo antiguo. Estaba ubicada sobre la costa del norte de África, cerca de Túnez, y se caracterizaba por ser una región híbrida de influencia Mediterráneo Oriental. Su historia da cuenta de que se fundó entre los años 825 y 820 a.C. con el nombre de Ciudad Nueva.

Se destacó como una de las ciudades más grandes en esos tiempos, por lo que representó una amenaza para Occidente, pues supo desarrollar hasta transformarse en ciudad Estado.

Al ser una región con cierto carácter monárquico y tirano —como afirman los escritos—, evolucionó en un sistema republicano y llegó a ser tan próspera y rica que sorprendió incluso a los romanos. Un ejemplo de ciudad nueva que motivó a que Roma se propusiera entrar en guerra por esa razón.

Lea también: Una ciudad concebida

Alcanzó a tener hasta 400.000 habitantes, por lo que supo concebir edificaciones en altura, baños públicos y un sistema de alcantarillado funcional; ruinas que se pueden observar hasta nuestros días.

Su poder radicó en el comercio marítimo, lo que la convirtió en una ciudad pujante gracias a esa actividad estratégica que demostró que fue concebida acorde a sus prácticas comerciales. De este modo, era una ciudad que recibía diariamente infinidad de embarcaciones, lo que la llevó a edificar dos grandes puertos en pleno mar, uno para el comercio y el otro para los barcos.

Un hecho por demás sorprendente para esos tiempos por los desafíos que representaba la construcción de volúmenes circulares sumergidos en el mar, divididos por espacios bien dimensionados para el parqueo de las embarcaciones.

Esta idea de características monumentales no solo fue de valor funcional y constructivo para su época, sino que fue una especie de signo para que Cartago sea definida como una ciudad desarrollada y singular.

Lo interesante en ese parqueadero de grandes dimensiones es descubrir cómo esas columnas laterales de división entre uno y otro parqueo estaban remarcadas por coronamientos de estilo, vale decir, pensadas para delimitar los espacios calculados entre uno y otro parqueo. Un detalle que lleva a pensar en cómo en esos tiempos se podía sostener aquella viga de arriostre circundante de las columnas, las cuales se hallaban sumergidas en el agua.

En definitiva, la propuesta de Cartago destacó en su época no solo por su gran dimensión, sino por su forma circular. Una bella estructura que se asemeja hoy a algunas obras contemporáneas semicirculares con áreas centrales abiertas, concebidas para proyectar grandes espacios urbanos de concentración ciudadana.

También resulta ineludible mencionar que la ciudad de Cartago se fue transformando de una región pequeña a la más rica del Mediterráneo. Un territorio con gran visión de futuro que llevó a los romanos a poner la mirada en él como ejemplo de crecimiento, por tanto, digno de ser imitado, sobre todo por la diversidad de sus valores.

Sin embargo, luego de un apogeo indiscutible, Cartago estaba destinada a desaparecer, como afirmaba Catón el Viejo en el año 150 a.C. Lamentablemente, pese a que en la guerra contra los romanos les demostró supuestamente que sobrepasaba su desarrollo, aquellos vencieron y vieron cumplido —también en el citado año— su deseo de ver destruida a la ciudad fenicia de Cartago.

Como testigo del paso de esta acrópolis por la historia del mundo, hoy queda un sitio arqueológico sorprendente que muestra las ruinas de la antigua ciudad comercial de Cartago, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1979.

(*) Patricia Vargas es arquitecta

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Una ciudad concebida

Patricia Vargas

/ 12 de mayo de 2023 / 09:00

Cuando se piensa en grandes intervenciones urbanas, como sucede en varias ciudades de Asia, inmediatamente nos imaginamos la infinidad de nuevos conceptos y características que implican los proyectos de ampliación de esas metrópolis. Todo apoyado por principios urbanos contemporáneos centrados en las necesidades del habitante del presente y del futuro.

Propuestas serias que llevan a determinar que fueron concebidas y planificadas respetando, de alguna manera, sus valores propios y originales. De esa manera, esas monumentales intervenciones muestran cómo los nuevos conceptos de planificación se traducen en grandes y atractivas realidades espaciales, útiles también para elevar la calidad de vida de los habitantes.

Sin embargo, también hay ejemplos que denotan que toda pretensión de transformar el sentido que conllevan las ciudades contemporáneas podría convertir la intervención hasta en impositiva, debido a la implementación de ciertos dispositivos creados para mutar la vida urbana existente.

Una realidad que hasta podría coartar la vida de las personas, especialmente de los barrios periféricos de las urbes. Así, la obtención de resultados preocupantes llevaría a que se asienten dos ciudades distintas.

La Paz es una ciudad que necesita importantes intervenciones urbanas que aprovechen sus cualidades para proyectarla al futuro. Esto porque no merece que la muestren solo como un espacio de surgimiento de nuevas áreas urbanas con formas que semejan canales de tránsito peatonal, remarcados por pequeñas áreas de descanso donde se asienta la venta callejera. La idea debiera ser proyectar intervenciones urbanas —ejecutadas por etapas— que sean útiles para redefinir la ciudad del futuro.

Esta por demás señalar que esta urbe debe mirar los nuevos tiempos con proyectos que no busquen convertirla en un territorio con una vida lineal, sino con intervenciones urbanas que estén planificadas para que la sociedad las practique. Vale decir, en las que el habitante exprese su libertad y se apropie de ellas.

Utopía para muchos, pero, incluso así, La Paz no requiere de esquematizaciones tempo-espaciales que la sigan construyendo con pequeñas soluciones de funcionamiento transitorio, que luego se convierten en definitivas y terminan dando la impresión de una ciudad sin dirección y sin mirada futurista.

En esa misma línea, una sentida necesidad son las nuevas propuestas de crecimiento, pues la apropiación cada vez más intensa de los cerros exige la dotación de vías, infraestructura, instalaciones, entre otros. Lo lamentable de este fenómeno, sin embargo, es que se están construyendo pequeños satélites de pobreza.

Pensadores urbanos afirman que construir un lugar no es solo geometría, signos o tramas urbanas, ya que el resultado termina siendo un espacio sin nombre, como es lo que sucede con las ampliaciones que se observan en los cerros.  Lugares de enjambre o —como dirían otros estudiosos— áreas de impunidad. Una deprimente realidad que debiera llevar a preguntarnos: ¿realmente estamos con la mirada puesta en el futuro o solo construimos una ciudad con espacios vectoriales denominados nuevos barrios?

La respuesta más evidente es que las áreas urbanas hoy exigen intervenciones bien concebidas para proyectar nuevos espacios, y esto significa que se apropien de las cualidades de un lugar y aprovechen su entorno, sin olvidar las características de la población que allí radicará. Todo ello para luego ser complementadas con propuestas que no omitan el hecho de ser innovadoras.

(*) Patricia Vargas es arquitecta

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Uruk, la primera ciudad

/ 28 de abril de 2023 / 01:45

Uruk ostenta hoy ser la primera ciudad construida en la faz de la Tierra. Nació en el sur de Mesopotamia, en el territorio que hoy es Irak, y su origen también está vinculado al nacimiento de la planificación territorial, la arquitectura monumental y los primeros grabados.

Esos grandes aportes motivan hoy a rescatar e investigar cómo se dio el surgimiento de Uruk y esencialmente desde cuándo el habitante fue el personaje más importante de la vida urbana. Para ello, resulta fundamental recuperar esa epopeya relatada en tablillas de arcilla, las cuales dan cuenta de que allí floreció la escritura a través de signos pictográficos.

Si bien esas tablillas relatan el movimiento de las mercaderías en ese tiempo, también corroboran la existencia de un periodo de formación y desarrollo de una cultura particular (3500 años antes de Cristo).

Lo singular, sin embargo, es descubrir cómo a comienzos del tercer milenio antes de Cristo esa ciudad ya ocupaba 400 hectáreas de territorio y estaba protegida por una muralla de edificaciones de templos y viviendas, sin olvidar otras tantas extensiones de terreno dedicadas a la agricultura.

Ya en la segunda mitad del cuarto milenio antes de Cristo, Uruk contó con dos distritos: Eanna y Anu o Kullab. El primero, interpretado como un Templo Blanco, fue un recinto de 70 x 66 metros y 13 metros de altura dedicado a la diosa Inanna, enaltecido con obras de arte de esa cultura, que hoy son considerados lugares de carácter público y no sagrado.

Ese tiempo de apogeo se fortaleció gracias a la construcción de ese templo, que marcó además el inicio de los primeros relatos de los procesos comerciales.

Cabe destacar que en Eanna, al ser un espacio que estaba separado o amurallado del resto de la ciudad, igualmente se concentraron edificios superpuestos, interpretados en un primer momento como templos; sin embargo, siguiendo los escritos de E. Heinrich en su obra Die Palaste im Alten Mesopotamia, éstos también fueron espacios dedicados a la actividad de la sociedad. Más específicamente, las edificaciones de forma alargada estaban destinadas a reuniones y deliberaciones de quienes dirigían esa ciudad.

Uruk fue una de las ciudades más conocidas de Mesopotamia, al igual que Babilonia, pero hoy distintos estudios confirman que fue la primera ciudad del planeta. Es más, el sitio donde fue construida representa “el inicio de la historia de las ciudades”, por los elementos antiguos que posee esa región y que dan fe de tal afirmación.

Junto a la descripción del Templo Blanco, que contaba con paredes decoradas con nichos, tampoco se puede omitir al templo de piedra de Uruk, un edificio desconcertante del 3400 a.C. concebido con una nave central y dos pasillos, cuya fachada no deja de sorprender por los conos de piedra que la adornan. Detalles que llevan a pensar en el grado de complejidad que alcanzó esa sociedad.

Todos esos vestigios señalan que la ciudad de Uruk estuvo conformada por templos, sigurats, casas y terrenos dedicados a la agricultura y a la extracción de arcilla, un material por demás utilizado en sus diversas construcciones.

Es evidente que el estudio de las ciudades, en este caso a la primera del planeta, nos lleva a confirmar que “en el ser y la esencia de la ciudad está implicado el destino del habitante”, pero también sigue siendo una motivación muy grande para continuar en la búsqueda de una respuesta a la siguiente interrogante: ¿en qué medida el habitante es lo que demuestra la dimensión de las ciudades?

Patricia Vargas es arquitecta.

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Ciudades sostenibles

/ 14 de abril de 2023 / 01:41

Desde la segunda mitad del siglo XX la toma de conciencia de las sociedades desarrolladas del planeta las llevó a que aborden nuevamente la salvaguarda de la naturaleza y, con ello, nacieron los movimientos que se apropiaron de la necesidad de implantar la sostenibilidad con la idea de evitar que las ciudades sigan creciendo sin tomar en cuenta las carencias de las personas.

Sin duda, durante la evolución de la vida del ser humano, este siempre mantuvo su mirada en el futuro. Esto, acorde a las nuevas visiones y conceptos sobre la existencia en cada época. Un hecho que impulsó importantes transformaciones para la vida del habitante, que hoy exige la creación de espacios con mayor respeto a la naturaleza en las ciudades. Un principio que lleva a respetar el entorno natural y, por tanto, apreciar de forma más sensible el habitar citadino. Todo ello traducido en la construcción de grandes espacios urbanos donde la naturaleza muestre una gran presencia.

Un nuevo concepto sostenible que introduzca la toma de conciencia acerca de que las urbes deben ampliar su valor urbano incorporando nociones que reafirmen que la sustentabilidad hoy es fundamental para la construcción de las ciudades.

Asimismo, resulta insoslayable mencionar que hoy existen ciudades inteligentes, como es el caso de Bogotá, que utiliza el TIC de inteligente y sostenible no solo porque su visión de necesidad de nuevos conceptos en planificación es innovadora, sino porque busca elevar la calidad de vida de sus habitantes. De igual manera, persigue la eficiencia en los servicios urbanos, como otro medio de competitividad.

Así pues, lo singular de los nuevos tiempos es que las ciudades buscan ser sostenibles, además de ser sustentables. Al respecto, cabe aclarar que toda ciudad sostenible emplea fuentes de eficiencia energética y renovable y, para ello, genera nuevos espacios verdes. Esto es proyectado esencialmente en sus centros urbanos para crear un impacto ambiental y transformar a las ciudades en ecológicas. En esa línea, amplían sus grandes parques urbanos para que estén llenos de vegetación.

Esa sostenibilidad debiera llevar a transformar a los centros urbanos en espacios pensados para los peatones y ciclistas, para lo cual se tendría que incidir en que algunas calles —como se dijo en un artículo anterior— se transformen en espacios verdes, útiles para elevar la calidad de vida de los ciudadanos. Todo para que las redes se unan y la bicicleta se convierta en un medio de transporte.

Dado lo anterior, parece necesario recordar que las ciudades sostenibles e inteligentes hoy diseñan sus centros urbanos no solo para mejorar todo impacto ambiental, sino convertirlos en áreas ecológicas con parques y grandes espacios verdes, rodeados de edificaciones con energía solar, vale decir, ciudades que avancen hacia los ecosistemas urbanos y una mejor gestión medioambiental.

Queda claro que las ciudades buscan convertirse en sustentables y sostenibles, ya que lo primero es un proceso, según escritos, que incluye la preservación, conservación y protección de los recursos naturales; mientras que lo segundo, busca asegurar procesos saludables para satisfacer las necesidades sociales y económicas de los seres humanos.

En esa medida, la implementación hoy de ambos aspectos en la planificación de las ciudades reafirma que la relación-unión simultánea es muy importante para un crecimiento urbano apropiado que traiga no solo equidad social, sino sustentabilidad ambiental.

Patricia Vargas es arquitecta.

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El arte en la niñez

/ 31 de marzo de 2023 / 02:15

El arte es un instrumento que exalta y extrae la creatividad de los niños, lo cual pareciera exigir que su práctica —especialmente en la primera edad de la niñez— se enmarque en la búsqueda del desarrollo imaginativo. Un instrumento en el que predomine la lógica y cuyo valor radique en motivar el crecimiento mental de los niños. Esto, para que se habitúen a ello en todas las épocas de su vida.

Los griegos afirmaban que gracias al nacimiento del arte en esos tiempos, este se convirtió en la floración maravillosa de la sociedad. En este espacio escribimos repetidas veces que el fundamento de la estética griega fue lo bello al servicio de lo útil; es más, ese concepto motivó la creación de diversas artes que, bajo distintas expresiones, lograron transformarse en potenciales para el fortalecimiento de esa cultura.

Resulta innegable que hoy la vida del niño requiere la ampliación de sus percepciones y es justamente el arte el instrumento para el desarrollo de sus habilidades y la apropiación de nuevas formas de expresar sus ideas e imaginarios. Podría decirse que es una práctica que se constituye en el instrumento ideal y fundamental para el nacimiento de ideas innovadoras, las cuales —dentro de una nueva visión— motiven también el proceso de un espíritu crítico.

Por tanto, el arte en la vida de un niño es por demás importante, debido a que le será útil no solo para apropiarse del hábito del pensamiento creativo, sino para acompañar a este con la reflexión. Así, se convertirá en el medio que logre que toda impresión personal se transforme en única y, consiguientemente, amplíe ese pensamiento creativo.

Es por esa razón que el arte debiera ser practicado en la niñez como un juego. Un esparcimiento dinámico e imaginativo que motive a que un menor se adueñe de manifestaciones creativas y, con ello, el arte se transforme en la herramienta de crecimiento del pensamiento. Igualmente, que el trabajo-juego sea el medio para que el niño exprese de forma espontánea sus imaginarios, luego estos se conviertan en significantes de su vida y, con ello, se haga posible el nacimiento de un creador del mañana.

En el caso de lo digital, independientemente de los juegos enlatados, la creatividad nacerá a través de programas abiertos para la manifestación propia de los niños, a fin de encaminarlos también al incremento de su imaginación, es decir, el desarrollo de una mente creativa.

En esa línea, la extensión del conocimiento debiera dejar de ser entendida como un aprendizaje dirigido y memorizante que elimina el pensamiento propio. Una especie de fábrica de conocimientos que deja de lado la creatividad y la necesidad de proyección de la mente del niño a futuro, la cual resulta esencial en sus primeros años de vida.

Pese a todo, conviene recordar que el éxito para el desarrollo creativo de un niño se puede lograr a partir de la práctica de cualquier actividad, siempre y cuando esta se enmarque en la creatividad. Esto obviamente dependerá de la combinación de sus capacidades y, dentro de estas, el desarrollo de la imaginación. Un camino que hoy no debiera estar divorciado de su encuentro con lo digital.

Para terminar, queda claro que la extensión del conocimiento —hasta ahora limitante— debe comenzar a abrirse y apropiarse de nuevas prácticas educativas. Una realidad que expanda el mundo imaginario del niño a través del desarrollo creativo. Todo esto sin olvidar que ninguna capacidad aislada o habilidad debe reducir o anular el talento creativo que posee un niño.

Patricia Vargas es arquitecta.

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