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El rostro de dos tiempos

Una ciudad es un conjunto inimaginable de espacios que guardan un pasado y muestran un presente riguroso de nuevas concepciones de acción, muchas de ellas inimaginables por la permanente transformación que exigen estos tiempos. Cambios que, desde nuestra perspectiva, pueden tener efectos contrarios y convertirse en un paradigma de un presente hasta caótico.

Si bien en esta época se busca una nueva imagen de ciudad del siglo XXI, apoyada en una arquitectura casi desafiante en sus conceptos y formas, ésta parece haber olvidado las obras relevantes del pasado, pues muchas son derruidas a sabiendas de su valor histórico, sin tomar en cuenta que con una buena restauración se puede subsanar su deterioro.

A pesar de que, por lo general, nuestros aportes han estado dirigidos a las nuevas concepciones de la urbe del siglo XXI, en ningún momento respaldamos que una ciudad no respete su pasado, porque sería negar el significado de su memoria.  Aunque el presente se muestre riguroso en imponer nuevas ideas para convertir a una urbe en única, eso no niega que ésta acoja diferentes tiempos, vale decir, las obras del pasado y del presente, que conjunta e innegablemente hacen una verdadera ciudad.

Si retrocedemos en el tiempo hasta la antigua Troya, la historia da cuenta de que esta ciudad desapareció y dio lugar a otra nueva, pero con ello también se fue la riqueza de su sentido. De ahí que las urbes requieren cambios profundos, pero también nuevos conceptos de vida ciudadana. Al respecto, en el mundo hay ciudades, como en Europa, que cuidan celosamente la arquitectura de su pasado, ya que ésta representa su evolución. De igual forma son respetuosas de los conceptos básicos de su planificación e imagen urbana, porque buscan mantener una coherencia formal entre el pasado y el presente, para que su población se sienta orgullosa de su vivir ciudadano. Un hecho que va en contraste con las ciudades asiáticas, que están rompiendo definitivamente con el pasado y, conforme a ello, planifican un futuro lleno de cambios radicales, a lo que se suma la veloz construcción de sus edificios.

Cabe preguntarse: ¿acaso esas realidades no llevan a pensar en que debieran mantenerse ciertas obras de valor arquitectónico para no perder “el aura singular” de las ciudades? En La Paz, resulta alarmante que en los últimos dos años se hayan demolido varias edificaciones del pasado, olvidando su valor y significado. Un acto que anula toda sensibilidad que conlleva comprender a una ciudad de dos rostros o tiempos, pues cada uno forma parte de una mirada coherente hacia el futuro. Si esto se entendiera, dejarían de desaparecer edificaciones antiguas para sustituirlas por edificios, muchos de los cuales no presentan una estética relevante.

Hace pocos días, caminando por la acera superior de la plaza Murillo, observamos que aún existe un número respetable de viviendas del pasado, las cuales, si bien se muestran muy deterioradas, mantienen una imagen particular. Recordemos que esta ciudad laberíntica, esencialmente en ciertos barrios, es muy distinta a la urbe planificada, la cual busca seguir edificando nuevas obras como un paradigma del presente y que contrasta con aquellos pequeños inmuebles que aún sobreviven, como en las calles Indaburo y Bolívar, y que llevan impregnadas las huellas históricas del pasado, una cualidad que debiera motivar a su conservación y restauración.

Para terminar, la comprensión de la arquitectura de ayer y de hoy nos lleva a asegurar que no es necesaria la incisión de elementos destructivos de la imagen de nuestra ciudad, amenazada por la actual esquizofrenia de la demolición desmedida de obras arquitectónicas que han contribuido a construir la historia de La Paz.

* Arquitecta.