Un perdón necesario
El pasado colonial es inquietante, porque está impregnado de violaciones contra los pueblos indígenas.

Después de más de 500 años de la invasión de Hernán Cortés a tierras aztecas, Andrés Manuel López Obrador, presidente mexicano, provocó un revuelo en el mundo iberoamericano: hizo pública una misiva remitida tanto al rey de España como al papa Francisco solicitándoles “que se haga un relato de agravios y se pida perdón a los pueblos originarios, por las violaciones a lo que ahora se conoce como derechos humanos, matanzas, imposiciones (…) la llamada conquista se hizo con la espada y con la cruz”.
Las reacciones de los sectores criollos/mestizos, especialmente intelectuales, se esparcieron por doquier. Muchos ni siquiera leyeron bien el contenido de la misiva de López Obrador, en la que exhorta un resarcimiento al conjunto de humillaciones y barbaries cometidas contra los pueblos indígenas. Y, por el contrario, se sintieron interpelados.
El escritor peruano Mario Vargas Llosa aseveró que López Obrador debería haberse enviado la carta “a él mismo”, ya que el Estado mexicano tiene “todavía tantos millones de indios marginados, pobres, ignorantes, explotados”. Obvio, pero Vargas Llosa soslaya que esa marginación obedece al “colonialismo interno” que recorrió la época republicana y que persiste hasta hoy, con políticas excluyentes y discriminatorias contra los indígenas, un legado perverso de la conquista ibérica.
El escritor español Arturo Pérez-Reverte fue más agresivo al señalar en Twitter: “Qué se disculpe él, que tiene apellidos españoles y vive allí. Si este individuo se cree de verdad lo que dice, es un imbécil. Si no se lo cree, es un sinvergüenza”. Ese tuit forma parte del discurso del mestizaje que recurrentemente los sectores criollos/mestizos usaron para legitimar un proceso de blanqueamiento social. Como diría Rodolfo Stavenhagen, “la tesis del mestizaje esconde generalmente un prejuicio racista (aunque sea inconsciente): y es que, en lo biológico, sobre todo en los países en que la población mayoritaria acusa rasgos indígenas, el mestizaje significa un ‘blanqueamiento’; por lo que las virtudes del mestizaje esconden un prejuicio en contra de lo indígena. Pero como ya nadie cree en los argumentos raciales, el mismo prejuicio se manifiesta en el aspecto cultural”.
Por lo tanto, como discurso, el mestizaje ha servido para esconder las herencias coloniales que hoy se plasma en privilegios de una casta de criollos/mestizos que viene de una pirámide social estratificada y excluyente configurada en la Colonia. Aquí estriba el meollo de la cuestión. La negación del indio y, en consecuencia, la negación de su pasado. Ese pasado es inquietante, porque está impregnado de aniquilaciones, crímenes, disecciones de manos y pies, heridas curadas con aceite hirviendo, de violaciones contra los pueblos indígenas. Entonces, la necesidad de ver el pasado es calificada equivocadamente por estos sectores criollos/mestizos como una “ideología del resentimiento”.
Para los letrados criollos/mestizos, el pedido del Presidente azteca es anacrónico. Para ellos sería preferible echar tierra sobre ese pasado colonial inquietante. Un pasado signado de crueldades y de una violencia simbólica. Se argumentaba, por ejemplo, que los “indios no tenían alma” y que eran idólatras para configurar un discurso basado en una dizque inferioridad racial de los indígenas, a los que se los consideraban como “salvajes”. Así se erigió un discurso legitimador de la conquista y de sus horrores. En todo caso, como dice el Mandatario mexicano, “se necesita un perdón para una reconciliación” y así edificar una sociedad más justa. De allí es insoslayable un perdón.
* Sociólogo.