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Tres ‘países mexicanos’

/ 7 de abril de 2019 / 04:04

Mexicans… apelativo que para algunos desorientados —¿o ignorantes?— estadounidenses abarca a todos los del “sur del río Grande”: mexicanos, centroamericanos, colombianos, peruanos y demás. En lo que la desavenida cadena Fox rebasó los límites estos días fue con lo de “Three Mexican countries” (Tres países mexicanos) cuando se referían a las naciones centroamericanas (Guatemala, Honduras y El Salvador) a las que Trump decidió cortarles la ayuda humanitaria bilateral. Esta medida es incoherente, equivocada y contraproducente.

Expresa no solo faraónica ignorancia de la problemática social y económica que genera la emigración centroamericana, sino, incluso, lo que el propio Gobierno estadounidense viene haciendo. Tres asuntos de fondo saltan al teclado. Primero, las migraciones de familias que huyen de situaciones de violencia y pobreza extrema no es algo que los migrantes buscan o desean. Además de tener que dejar atrás el terruño y a seres queridos, suele ser la antesala de aventuras —y desventuras— mil. Medidas de seguridad fronteriza podrán, eventualmente, limitar o regular las migraciones, pero no pueden impedirlas totalmente.

Segundo, cortar la ayuda humanitaria estadounidense no significará el “fin de la historia” para los países destinatarios; los montos en cuestión son modestos y el impacto, ídem. En 2018, por ejemplo, fueron 120 millones de dólares para Guatemala, 80 millones para Honduras y 58 millones para El Salvador. Nada espectacular. Pero con eso sí podrían haber continuado apuntalando áreas específicas para mejoras sociales e institucionales puntuales. A eso Trump le ha tirado un portazo.

Tercero, fue un aporte interesante el acuerdo de 18 puntos al que llegaron hace unos días los ministros de seguridad del Triángulo Norte con Kirstjen Nielsen, secretaria de Seguridad Nacional de Estados Unidos. Concordaron una serie de acciones operacionales concretas que al día siguiente fueron arrojadas al tacho por el ukase trumpiano. Esto afecta, en nombre de la “lucha contra el crimen”, el financiamiento de programas contra las bandas criminales con los que se había ya contribuido, por ejemplo, a la disminución de los homicidios en El Salvador.

Cuarto. Modestos programas de ayuda —como los que Trump acaba de cortar— son útiles, pero no son la clave. Ya me he referido antes en un artículo (Todos tienen razón, 30/11/2018) a la urgencia de “encontrar respuestas de fondo para salir del círculo vicioso de meros operativos policiales o fronterizos” . En ello, la solución real está en un ambicioso programa de inversión y desarrollo en los países del Triángulo Norte; una especie de Plan Marshall para los países centroamericanos.

La clave del plan en la Europa después de la Segunda Guerra Mundial fue la ayuda, pero, esencialmente, se buscó crear condiciones para una masiva inversión privada. Eso cambió en poco tiempo el paisaje económico y social y levantó Europa en los años cincuenta del siglo pasado. Avanzar en una dirección como esa requiere del sector privado. Pero, como “percutor”, innovadoras políticas —tributarias, entre otras— tanto en Estados Unidos como en los destinatarios de la inversión (sur de México y el Triángulo Norte). Trump está trabando esa posibilidad.

En un contexto dinámico —y atípico— como el actual, no se podría descartar que otros actores entren a tallar activa y positivamente. ¿Por qué no, por ejemplo, California, la quinta economía del mundo? Estado que tiene un producto bruto solo superado por Estados Unidos, China, Japón y Alemania; y cuyo gobernador, Gavin Newsom, visitará este mes —y con agenda propia— El Salvador. En la erupción regresiva que impulsa Trump, hay quienes tendrían mucho que perder; podría ser el caso de California, cuya suerte y destino está tan entrelazada con la de sus vecinos del sur.

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Aniversarios: lo bueno, lo malo y lo feo

/ 23 de diciembre de 2018 / 04:00

Es ambivalente el balance sobre el 70º aniversario de las declaraciones de derechos humanos de 1948, la americana, primero; y la universal, después. La gama de valoraciones la podríamos tener, acaso, parafraseando la película emblemática de los spaghetti western, con Clint Eastwood, de 1966, entre lo bueno, lo malo y lo feo.

En lo bueno destacan tres aspectos. Primero, en balance, hoy no solo hay más vigencia de derechos democráticos en el mundo que en 1948 sino, particularmente, una noción cada vez más extendida de derechos entre la propia gente. En varias regiones ha habido progresos notables en derechos democráticos. Por ejemplo, la democratización latinoamericana o el fin de la Guerra Fría con el efecto que tuvo en Europa el derrumbe del muro de Berlín.

Segundo, la codificación y ampliación de derechos en tratados universales o interamericanos, que no solamente tienen la cualidad de ser piezas de obligatorio cumplimiento, sino que además han ido estableciendo una amplia gama de derechos que han ido más allá de los civiles y políticos estipulados de manera muy amplia y general en las declaraciones de 1948. Temas ausentes en ese año tienen hoy lugar protagónico en las agendas democráticas: los derechos de la mujer, de los pueblos indígenas o la no discriminación por orientación sexual, por ejemplo.

Tercero: mecanismos internacionales de justicia accesibles para la gente. Con esto se va más allá de la mera enumeración declarativa de derechos para convertirlos en obligaciones internacionalmente justiciables. Destacan los diversos órganos internacionales de protección universales y las cortes regionales, que en Europa y en América se expresan en dos vigorosos tribunales regionales a los que la gente puede recurrir cuando la Justicia les ha sido negada en casa. En tiempo más reciente se ha añadido a estos tribunales la Corte Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos, con jurisprudencia aún inicial.

Lo malo: persisten viejas violaciones a los derechos humanos y surgen otras. Dictaduras infinitas e implacables; en Asia, África y, en menor medida, en América Latina, con su correlato de privación de los derechos democráticos más elementales. Pero además de práctica y políticas supervivientes en varios países, surgen nuevas y vigorosas regresiones autoritarias no solo en el antes llamado Tercer Mundo, sino también en la propia Europa. En países como Hungría o Polonia la independencia judicial está bajo ataque, o en la antesala europea (Turquía).

Más allá de ataques del autoritarismo o de involuciones democráticas, otras esferas de la vida humana se encuentran amenazadas, de otra manera, con mucho más vigor y fiereza que en el pasado. Son parte de lo malo de este balance el calentamiento global o el ataque al medioambiente; todo por obra humana. La destrucción imparable de la vida marina o la deforestación por la incontenible minería ilegal de la Amazonía en busca de oro, por ejemplo, campean hoy con una impunidad que puede verse reforzada por políticas como las que anuncia Bolsonaro en Brasil.

Lo feo: procesos institucionales que se ven amenazados o trastocados por intereses geopolíticos. Confieso que estoy particularmente impactado por la visible inacción del ejemplar Tribunal Europeo de Derechos Humanos frente a graves violaciones de derechos humanos en Turquía. Que en el tribunal europeo 30.063 demandas presentadas por casos en Turquía hayan sido declaradas “inadmisibles” en 2017 por “agotamiento de recursos internos” es desalentador.

Con centenares de jueces aún presos, organizaciones de abogados destruidas y sus integrantes también en la cárcel, es alarmante que se actúe como si las instituciones judiciales o la defensa legal estuviesen funcionando normalmente. ¿Abdicación de funciones por un aparente interés geopolítico de no moverle el piso desde Europa a un país que sirve de tapón en el camino de los refugiados? Tema feo a darle seguimiento.

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