Las previsiones recientes de los organismos internacionales coinciden en que la expansión económica global se debilitará a lo largo del año, y que no se han disipado las tres grandes incertidumbres: las inconsistencias del sistema financiero internacional, los efectos de las guerras comerciales de Estados Unidos contra China y contra la Unión Europea, y las repercusiones del brexit.

En relación al crecimiento, la economía mundial registrará una tasa aproximada de 3,3%, resultante de una expansión del 5% de las economías emergentes y 2% de las economías avanzadas. En cuanto a América del Sur, las proyecciones de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) para 2019 muestran un crecimiento del 1,1% para toda la subregión, con cifras del 4,3% para Bolivia, seguida por la de Paraguay (4%) y Perú (3,6%). En el otro extremo, Argentina tendrá una caída del 1,8% y Venezuela sufrirá una contracción del 16%.

Estas grandes disparidades en el comportamiento del PIB se traducen en aumentos o disminuciones correspondientes de las brechas de desarrollo entre las diferentes zonas económicas, donde destaca ciertamente el gran avance de las economías de Asia en las tres décadas pasadas.

El crecimiento del PIB no es la única variable relevante para evaluar el desempeño de las diferentes economías, puesto que también importan el tamaño relativo de la economía, la dotación de recursos naturales, la configuración de la base productiva, el tipo de articulación con la economía internacional, la calidad de las instituciones, las capacidades tecnológicas autónomas y la pertinencia de las políticas económicas. La situación de tales indicadores en Bolivia deja bastante que desear, y lo peor es que no se perciben iniciativas para cambiar el estado de cosas.

Diversos indicadores corroboran que el impulso externo para el crecimiento de la economía alcanzó su máximo en 2014, y a partir de entonces ha ocurrido una paulatina reducción de la dinámica de las exportaciones. En efecto, en 2014 el valor de las exportaciones alcanzó su máximo con $us 12.899 millones, y disminuyeron a $us 8.965 millones en 2018. También las importaciones alcanzaron su máximo en 2014 con un valor de $us 10.674 millones, y luego se redujeron a cifras que oscilan entre los $us 8.564 millones y $us 9.996 millones.

A su vez, las reservas internacionales netas han disminuido desde 2014, cuando representaban más del 45% del PIB; y bajaron luego hasta un 20% del PIB a fines de 2018. El déficit comercial ha crecido en los últimos años, debido a la concentración de las exportaciones en productos primarios altamente volátiles en sus precios internacionales: gas e hidrocarburos (35%), minerales (45%), soya y derivados (9%). Las importaciones, por su parte, se componen de bienes de capital (24%); combustibles y lubricantes (13%); equipo de transporte (15%); y alimentos, bebidas y otros artículos de consumo (19%). Esta composición refleja las prioridades de la política económica interna, expresada en un esquema distorsionado de precios relativos que castigan las exportaciones no tradicionales y la inversión, a la par que estimulan el consumo doméstico y las importaciones.

Las señales que proporcionan el doble déficit comercial y fiscal, así como la caída de las reservas internacionales, son elocuentes respecto de la necesidad de adoptar un cambio de rumbo en la gestión de la estrategia económica, en vista de las nuevas circunstancias internacionales, así como de la profundización de la dependencia externa a la que nos ha conducido el modelo de desarrollo redistributivo sin aumentos sostenidos de productividad, que ha prevalecido en los 12 años pasados.

La reconversión productiva imprescindible tendría que recolocar las fuerzas motrices del crecimiento sostenido en el ámbito interno a partir de un nuevo elenco de prioridades gestionadas por un esquema racional de precios relativos.

Es economista.