El valor de las ruinas
La pérdida de un patrimonio universal fue trend topic en las redes sociales. El incendio en la catedral Notre Dame de París despertó un inusitado amor por el patrimonio y el arte en insensibles seres digitales. ¿Por qué?
El obispo Maurice de Sully, quien comenzó esta hermosa obra del gótico francés en 1163, tenía mística para levantar los cimientos de un lugar para Dios. De ahí a tornarse ícono universal se debe a otras dimensiones; entre ellas, la relación de la arquitectura con el poder religioso, político o financiero y el apego humano, casi genético, a los símbolos. Después del incendio de la catedral francesa ya nadie debe dudar de la potencia icónica de alguna arquitectura. “Los grandes edificios, como las grandes montañas, son obra de los siglos”, escribió Victor Hugo, y eso es más que belleza y patrimonio.
La pérdida de íconos artísticos por guerras o desastres naturales es siempre una constante en la historia humana. Recordemos que las guerras se llevan millones de vidas humanas y, colateralmente, testimonios edificados del valor de cualquier cultura. El vencedor hace desaparecer los símbolos arquitectónicos y artísticos de sociedades que no comulgan su credo: no debe quedar rastro que glorifique al enemigo derrotado. Por ese valor simbólico de la arquitectura, Osama Bin Laden arremetió contra las Torres Gemelas, el verdadero Word Trade Center, con dos aviones como misiles. En uno de ellos iba un arquitecto alucinado con su gloria destructora.
Pero el 15 de abril fue el fuego que arrasó parte de Notre Dame, y el planeta miró enmudecido cómo un patrimonio universal caía chamuscado. Pavorosa pérdida que ha motivado un debate ideológico en Francia: cómo reconstruir o restaurar la catedral parisina. Muchos abogan por una reconstrucción histórica sin rarezas. Entre ellos, la extrema derecha de Le Pen. Para ellos, Notre Dame no debe mancillarse con muestras contemporáneas, ergo: la historia se detiene en la monarquía. Otros abogan por el “efecto Bundestag”, en alusión al brillante trabajo que los alemanes hicieron en su Parlamento, una integración contemporánea que reaviva el interés colectivo por su democracia. Lo que decida Francia quedará en la historia.
Y de ello sabía mucho Albert Speer, el arquitecto del Tercer Reich. Desarrolló la teoría del “valor de las ruinas”, construyendo todo en mármol y piedra, los materiales más duros posibles para dejar un testimonio eterno. Pero los aliados, que también sabían del poder simbólico de la arquitectura, no dejaron piedra sobre piedra. Arrasaron a fuego y bombazos casi todo. Dejaron un pedacito de una monumental obra que recreaba fastos imperiales: la tribuna del Zeppelinfeld en Nuremberg.
* Arquitecto.