Voces

Friday 29 Sep 2023 | Actualizado a 06:37 AM

El valor de las ruinas

/ 23 de abril de 2019 / 03:32

La pérdida de un patrimonio universal fue trend topic en las redes sociales. El incendio en la catedral Notre Dame de París despertó un inusitado amor por el patrimonio y el arte en insensibles seres digitales. ¿Por qué?

El obispo Maurice de Sully, quien comenzó esta hermosa obra del gótico francés en 1163, tenía mística para levantar los cimientos de un lugar para Dios. De ahí a tornarse ícono universal se debe a otras dimensiones; entre ellas, la relación de la arquitectura con el poder religioso, político o financiero y el apego humano, casi genético, a los símbolos. Después del incendio de la catedral francesa ya nadie debe dudar de la potencia icónica de alguna arquitectura. “Los grandes edificios, como las grandes montañas, son obra de los siglos”, escribió Victor Hugo, y eso es más que belleza y patrimonio.

La pérdida de íconos artísticos por guerras o desastres naturales es siempre una constante en la historia humana. Recordemos que las guerras se llevan millones de vidas humanas y, colateralmente, testimonios edificados del valor de cualquier cultura. El vencedor hace desaparecer los símbolos arquitectónicos y artísticos de sociedades que no comulgan su credo: no debe quedar rastro que glorifique al enemigo derrotado. Por ese valor simbólico de la arquitectura, Osama Bin Laden arremetió contra las Torres Gemelas, el verdadero Word Trade Center, con dos aviones como misiles. En uno de ellos iba un arquitecto alucinado con su gloria destructora.

Pero el 15 de abril fue el fuego que arrasó parte de Notre Dame, y el planeta miró enmudecido cómo un patrimonio universal caía chamuscado. Pavorosa pérdida que ha motivado un debate ideológico en Francia: cómo reconstruir o restaurar la catedral parisina. Muchos abogan por una reconstrucción histórica sin rarezas. Entre ellos, la extrema derecha de Le Pen. Para ellos, Notre Dame no debe mancillarse con muestras contemporáneas, ergo: la historia se detiene en la monarquía. Otros abogan por el “efecto Bundestag”, en alusión al brillante trabajo que los alemanes hicieron en su Parlamento, una integración contemporánea que reaviva el interés colectivo por su democracia. Lo que decida Francia quedará en la historia.

Y de ello sabía mucho Albert Speer, el arquitecto del Tercer Reich. Desarrolló la teoría del “valor de las ruinas”, construyendo todo en mármol y piedra, los materiales más duros posibles para dejar un testimonio eterno. Pero los aliados, que también sabían del poder simbólico de la arquitectura, no dejaron piedra sobre piedra. Arrasaron a fuego y bombazos casi todo. Dejaron un pedacito de una monumental obra que recreaba fastos imperiales: la tribuna del Zeppelinfeld en Nuremberg.

* Arquitecto.

Temas Relacionados

Comparte y opina:

El Crucero de los Andes

Carlos Villagómez

/ 22 de septiembre de 2023 / 09:59

Sin digerir la modernidad occidental y como un acto de rebeldía cultural El Alto gesta una posmodernidad arquitectónica delirante que acompaña a los nuevos movimientos sociales de la mayor ciudad indígena de América Latina. Aunque se resistan algunos grupos nostálgicos de la ciudad liberal de principios del siglo XX y de la exquisita arquitectura occidental, los cholets son una realidad irreversible y son el motor de nuevos imaginarios urbanos. 

En esa línea, se inauguró la última obra del arquitecto Freddy Mamani, el llamado Crucero de los Andes. Con el mix de nuestro sincretismo religioso (misa de bendición y ch’alla) y una gran fiesta (reflejando el carácter lúdico de esta arquitectura y su contexto social), se levaron las anclas para que esta iconografía náutica navegue por un océano de ladrillos con oleajes de extrema aridez.

Lea también: La Casa Museo de Inés y Gil

La morfología de este impactante cholet sigue el canon general: es un paralelepípedo profusamente decorado. En el caso presente está rematado por un yate que ocupa cuatro pisos. Todas las plantas tienen funciones diversas para garantizar su éxito comercial: salón de eventos Dubái, restaurante con Chef Coral, hotel Jach’a, etc. Es un esquema polifuncional, como en Las Vegas, pero de escala  modesta.  Las fachadas laterales, que son ciegas, presentan vistosos murales con una exuberante iconografía andina (uno está dedicado al hombre y el otro a la mujer, en un chacha/warmi con colores y temas idénticos). La fachada principal tiene los detalles y colores propios de la estética cholet con uso de vidrios de colores y paneles de aluminio compuesto. La fachada posterior, casi sin ventanas, es de cemento y ladrillo aparentes como en la arquitectura brutalista. Es decir, todas las fachadas son diferentes, y eso evidencia una mezcla cultural, con temas de allá y acullá que, a mi juicio, no decantan valores propios. Es otra muestra de un derrotero ultra/posmoderno (aunque esa denominación no sea del agrado de los estudiosos alteños del tema).

El leitmotiv fue desarrollado por el propietario y el arquitecto a partir del juicio en la CIJ, en La Haya, en 2017. Por ello, ahora tenemos un crucero que refleja una alta autoestima contra el fallo con un detalle infaltable: el timón de madera barnizada, que evoca en forma y acabado a los timones corsarios. Ese timón guiará el destino de esta nueva inversión alteña que, dicho sea de paso, carece de amplias ventanas laterales y de fondo para iluminar y ventilar cómodamente todos sus interiores. A pesar de estos deslices Google, factótum global, privilegia estas construcciones como la carta de presentación de la arquitectura boliviana contemporánea.

(*) Carlos Villagómez es arquitecto

Temas Relacionados

Comparte y opina:

La Casa Museo de Inés y Gil

Carlos Villagómez

/ 8 de septiembre de 2023 / 08:19

El 28 de julio se inauguró una casa museo en Sopocachi. Se trata del inmueble que fue el estudio de Inés Córdova y Gil Imaná. La entidad a cargo de este inmueble y de las 6.000 obras donadas por los artistas —la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia (FCBCB)—, ha realizado una encomiable puesta en valor del inmueble ubicado en un tradicional barrio paceño, cuyo carácter e identidad está siendo borrado por el negocio inmobiliario.

Los trabajos de recuperación fueron atinados. Primero, porque rescataron la estructura existente sin grandes modificaciones. Y eso es de destacar, porque no se cometieron los excesos realizados en otra casa museo situada muy cerca, donde se construyó un enorme edificio en busca de una injustificable modernización. Las casas museo —a diferencia de los museos en general— deben ser realizadas siguiendo la memoria de sus propietarios: conservando sus muros, sus vanos, la estructura de los ambientes; en suma, conservando la atmósfera que los artistas imprimieron en vida a la edificación. Conservar esta discreta edificación, situada en una importante esquina, será en el futuro una muestra del valor arquitectónico de una época paceña, momento en el que Inés y Gil la habitaron.

Lea también: Descolonizar el arte (V)

Según la FCBCB, esta fase será completada con los trabajos de recuperación de la segunda planta. Por mi experiencia, debo mencionar que un museo o casa museo es más que un edificio. Es ante todo una institución que debe garantizar su sostenibilidad con todos los recursos humanos y técnicos para la salvaguarda de las obras donadas, para su conservación, catalogación, investigación y preparación curatorial de futuras exposiciones. Es todo un grupo humano lo que hace vivir a los museos. La parte campechana de todo el proceso es hacer el edificio; las personas, institucionalmente organizadas, son el espíritu de cualquier repositorio cultural.

La recuperación está correctamente lograda, pero manifiesto mi discrepancia con una parte del concepto. El diseño museográfico se inicia con una sala temporal, un ambiente inusual en una casa museo. En un museo general se pueden tener salas temporales para cualquier finalidad expositiva; pero, iniciar el recorrido de la Casa Museo de Inés y Gil con la exposición de un grupo de artistas emergentes (de un Salón de Invierno que está saturando los muros) es un desacierto que solo aporta “ruido” visual e histórico, y confunde a los visitantes. Se deben ubicar esas exposiciones en otro ambiente. El principal recorrido museográfico de este nuevo espacio debe estar dedicado exclusivamente a las obras artísticas y objetos/memoria que nos legaron esta notable pareja de artistas bolivianos.

(*) Carlos Villagómez es arquitecto

Temas Relacionados

Comparte y opina:

Descolonizar el arte (V)

Carlos Villagómez

/ 25 de agosto de 2023 / 08:13

Debatir sobre los medios artísticos (llamados también soportes o técnicas artísticas) es fundamental para el futuro del arte en Bolivia. Se da por entendido que el arte debe expresarse tanto en medios tradicionales (pintura, acuarela, escultura, grabado, etc.) como también en los medios que se cultivan en la actualidad (performance, ready made, instalaciones, videos, net art, videojuegos, etc.); aunque existen debates sobre la pertinencia de esos medios. Por ejemplo, los influencers como José Antonio Villarán y la mexicana Avelina Lésper denigran al arte contemporáneo y los nuevos medios con ocurrentes definiciones como Hamparte o arte VIP. Es el típico ataque, insulso y anodino, que fascina a las mentes tradicionales.

Lea también: Descolonizar el arte IV

El tema de los medios artísticos es esencial para las regiones del sur global por razones que expondré escuetamente. Los medios artísticos que superviven en nuestras regiones son especialmente enriquecedores y pueden formar parte de un nuevo catálogo expresivo, tanto social como cultural, y con múltiples posibilidades. Valga un ejemplo. Cuando en agosto preparamos una mesa desplegamos una serie de artilugios y expresiones que reviven creencias ancestrales. Pero, todo ese ritual tiene una plasticidad inequívoca, una expresión artística plena, donde se reúnen arte y espiritualidad en una ofrenda a la Pachamama. Ese gesto, que aúna expresión oral, habilidad objetual y profunda fe es, para quien escribe, una instalación efímera. Ni más ni menos. No entra en las categorías reconocidas de arte porque estamos sometidos a un proceso de colonización occidental que dictamina lo que es y debe ser arte. Y pensamos así, porque hace pocos siglos atrás separaron la expresión artística de las otras expresiones humanas, y aislaron al artista de su sociedad para entronizarlo como un demiurgo intocable. Con el aislamiento del artista desaparecieron todas las dimensiones simbólicas y de creencias que, desde siempre, contenían las obras de arte. Ergo, se vaciaron las obras de sentido social. Sin embargo, en las pervivencias populares como: la Alasita (y sus ilusiones miniaturizadas), Gran Poder (con sus danzas, coreografías, vestimentas),  o las “ñatitas” (con sus macabras instalaciones), experimentamos miles de expresiones de resistencia artística en su forma primigenia (y en diferentes medios), que muestran una potencia superior a lo que vemos en cualquier galería o museo de arte.

Por ello, el desafío de nuestro arte contemporáneo tiene dos campos de acción: ampliar la variedad de los medios artísticos releyendo el mundo popular; y resignificar su contenido auscultando nuestros profundos arcanos.

(*) Carlos Villagómez es arquitecto

Temas Relacionados

Comparte y opina:

La Batalla de Ideas

Carlos Villagómez

/ 11 de agosto de 2023 / 08:06

En un discurso oficial, y en la perspectiva del bicentenario de 2025, se convocó a la Batalla de Ideas. Este concepto tiene larga data, lo enunció Marx en el siglo XIX. El filósofo judío alemán sostenía que una batalla conceptual es tan importante como la lucha revolucionaria en las calles. A mi entender, la confrontación de ideas es humanamente superior. Los conceptos se refutan mientras que en las calles se sacrifican vidas humanas.

Cuba asumió la Batalla de Ideas en 1999 como el principio rector de su tercera revolución educacional. En este nuevo tiempo de asimetrías globales impuesto por la revolución tecnológica, en la isla se preparan para una economía del conocimiento. Todo un desafío inconmensurable dada sus condiciones marginales. Además, esta revolución educacional se lleva con una voluntad férrea (yo diría anacrónica) de insistir en su combate contra el imperio americano. Hoy en día, son enormes consorcios planetarios, con poderes fácticos (los llamados  Big Tech), los que están por encima de todos (incluidos los gringos) a través de un simple teléfono móvil.

Lea también: Descolonizar el arte IV

En nuestro medio, desarrollar una  Batalla de Ideas y una consecuente revolución educativa hacia una economía del conocimiento tiene muchas aristas y paradojas que las resumo en preguntas: ¿hacia dónde se dirigiría nuestra revolución educativa? ¿como un refrito de la Revolución Cultural de la China maoísta donde se perdieron décadas y vidas humanas sin razón alguna? ¿encuevándonos como en el Reino del Bután bajo un hermético andinocentrismo? ¿o, por el contrario, aprendiendo de las lecciones pragmáticas y lúcidas de los países asiáticos como Corea del Sur, Singapur y de la China actual?

En este siglo tenemos muchos ejemplos donde el pragmatismo de acción se ha impuesto al dogmatismo político del siglo pasado. Y, en esa lógica contemporánea, no podemos seguir con la obstinación de pretender una hegemonía gramsciana en un Estado Plurinacional. Se insiste en formar a una treintena de nacionalidades bajo una sola razón de ser, hacia un único sentido social, desconociendo la riqueza cultural y política de todas nuestras nacionalidades. Es una contradicción estructural de base: un Estado Plurinacional contemporáneo es la antítesis de cualquier dogmatismo hegemónico.

Debemos refundar el Estado boliviano en una Batalla de Ideas acorde a los tiempos plurales que vive el planeta, con sinergias compartidas, superando desencuentros con empatías sociales y aperturas de género; y, sobre todo, con otra visión política tanto del oficialismo como de la oposición, que renueven conceptos e ideas para enfrentar el periodo de sometimiento más desalmado y desigual de la historia.

(*) Carlos Villagómez es arquitecto

Temas Relacionados

Comparte y opina:

Descolonizar el arte IV

Carlos Villagómez

/ 28 de julio de 2023 / 08:06

En una reunión José Bozo Jivaja nos preguntó: ¿Cómo debemos enseñar la historia del arte en Bolivia? Nuestro amigo José se encontró ante esta paradoja en la Escuela Andina de Cinematografía, Ukamau

Enseñamos una historia del arte occidental/lineal/conductista/patriarcal que proyecta la formación de artistas cultivados en la individualidad y la genialidad con un objetivo: el logro de una obra única y seductora por su virtuosismo técnico. Pero, ¿esta lógica académica es adecuada para nuestra sociedad? Vivimos en una realidad social y cultural, muy particular —incluso para el sur global—, con resistencias subversivas y emergentes que generan propuestas bizarras e insospechadas. Por otra parte, ¿esa obra única puede sobrevivir en los tiempos presentes donde la reproductibilidad técnica de W. Benjamin está superada? ¿el aura artística sigue vigente?

Lea también: Los rituales de julio

Enseñar contendidos anacrónicos es característico de nuestras instituciones académicas. Con soportes tradicionales (óleo, escultura, grabado, cerámica, etc.) trabajados con la mayor fidelidad a la realidad (arte protofigurativo), se piensa descolonizar el espíritu recreando temas alegóricos de nuestro mundo indígena, de nuestra pobreza o de nuestros paisajes, desechando la riqueza de otros medios creativos que, con mayor esencia y presencia, existen en el mundo popular.

Tenemos referencias que pueden ayudar a liberarnos. Insisto en una en particular. En 2004, el peruano Juan Acha, el argentino Adolfo Colombres y el paraguayo Ticio Escobar escribieron Hacia una teoría americana del arte, un libro donde se resume la tarea de comenzar una teoría, una historia; en suma, una ideología que sea el soporte estructural para la descolonización del arte en nuestra América. La tarea descrita es de largo aliento. Sin embargo, en el recorrido erradicaremos las lógicas presentes del arte comercial global que las resumo en: ser un artista winner, con altos precios en el mercado e invitado a “las europas” (pedanterías que también saborean las artistas/activistas). Por el contrario, Colombres plantea otras lógicas: “en nuestra teoría del arte funcionaría el principio de la complementariedad, de la interacción recíproca, como alternativa a las oposiciones estériles y a menudo irreductibles por la vía dialéctica del pensamiento occidental”. 

Estoy convencido que primero será el concepto y luego las obras; lo que quiere decir —para una academia conceptualmente larvaria como la nuestra—, una tarea titánica. Nos descolonizaremos sobre la estructura de un nuevo edificio teórico/conceptual, y no por la astucia creativa de un joven ni tampoco por las epifanías de un colectivo de artistas.

(*) Carlos Villagómez es arquitecto

Temas Relacionados

Comparte y opina: