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Tuesday 10 Sep 2024 | Actualizado a 17:30 PM

El valor de las ruinas

/ 23 de abril de 2019 / 03:32

La pérdida de un patrimonio universal fue trend topic en las redes sociales. El incendio en la catedral Notre Dame de París despertó un inusitado amor por el patrimonio y el arte en insensibles seres digitales. ¿Por qué?

El obispo Maurice de Sully, quien comenzó esta hermosa obra del gótico francés en 1163, tenía mística para levantar los cimientos de un lugar para Dios. De ahí a tornarse ícono universal se debe a otras dimensiones; entre ellas, la relación de la arquitectura con el poder religioso, político o financiero y el apego humano, casi genético, a los símbolos. Después del incendio de la catedral francesa ya nadie debe dudar de la potencia icónica de alguna arquitectura. “Los grandes edificios, como las grandes montañas, son obra de los siglos”, escribió Victor Hugo, y eso es más que belleza y patrimonio.

La pérdida de íconos artísticos por guerras o desastres naturales es siempre una constante en la historia humana. Recordemos que las guerras se llevan millones de vidas humanas y, colateralmente, testimonios edificados del valor de cualquier cultura. El vencedor hace desaparecer los símbolos arquitectónicos y artísticos de sociedades que no comulgan su credo: no debe quedar rastro que glorifique al enemigo derrotado. Por ese valor simbólico de la arquitectura, Osama Bin Laden arremetió contra las Torres Gemelas, el verdadero Word Trade Center, con dos aviones como misiles. En uno de ellos iba un arquitecto alucinado con su gloria destructora.

Pero el 15 de abril fue el fuego que arrasó parte de Notre Dame, y el planeta miró enmudecido cómo un patrimonio universal caía chamuscado. Pavorosa pérdida que ha motivado un debate ideológico en Francia: cómo reconstruir o restaurar la catedral parisina. Muchos abogan por una reconstrucción histórica sin rarezas. Entre ellos, la extrema derecha de Le Pen. Para ellos, Notre Dame no debe mancillarse con muestras contemporáneas, ergo: la historia se detiene en la monarquía. Otros abogan por el “efecto Bundestag”, en alusión al brillante trabajo que los alemanes hicieron en su Parlamento, una integración contemporánea que reaviva el interés colectivo por su democracia. Lo que decida Francia quedará en la historia.

Y de ello sabía mucho Albert Speer, el arquitecto del Tercer Reich. Desarrolló la teoría del “valor de las ruinas”, construyendo todo en mármol y piedra, los materiales más duros posibles para dejar un testimonio eterno. Pero los aliados, que también sabían del poder simbólico de la arquitectura, no dejaron piedra sobre piedra. Arrasaron a fuego y bombazos casi todo. Dejaron un pedacito de una monumental obra que recreaba fastos imperiales: la tribuna del Zeppelinfeld en Nuremberg.

* Arquitecto.

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Somos cuatro gatos

/ 6 de septiembre de 2024 / 08:33

La presentación de los resultados del Censo 2024 desató otra discordia nacional por las cifras que se presentaron. Como no soy técnico ni político, no entraré en juicios técnicos de algo que no sé. Pero me atreveré a reflexionar sobre dos temas emergentes de esas cifras, aunque estas varíen en mayor o menor medida.

Primero. Desde algunas décadas la ciudad de La Paz está decreciendo en su población. Somos menos habitantes, aunque crezca la mancha urbana o se sigan construyendo más edificios. No es un dato nuevo. Pero ¿porqué? Una explicación es la tendencia mundial del decrecimiento poblacional. Pero, ¿porqué otras ciudades bolivianas crecen y nosotros no? Va mi respuesta: Muchos se van de La Paz por ser la sede de gobierno de una sociedad de mentalidad binaria (indios vs. blancos, izquierda vs. derecha, campo vs. ciudad, etc.) con escasa cultura ciudadana, política y social. Nadie quiere vivir en un campo de batalla con interminables manifestaciones de odio y frustración todos los días. Las otras ciudades capitales del eje troncal se libraron de la sede de gobierno.

Segundo. Somos en Bolivia apenas doce millones de habitantes, amontonados en cuatro ciudades, sobre un enorme territorio con extraordinarias riquezas.  Somos cuatro gatos incapaces de administrar razonablemente nuestro desarrollo porque la relación población/territorio es absurda.  Ya son doscientos años de incapacidad manifiesta y, nuestro estado (de izquierda o de derecha, de blancos o de indios), nunca pudo trazar un futuro. Y, aparte de incompetentes, somos cuatro gatos con odios centenarios.

Por eso, la gran tarea de las próximas generaciones es: construir un estado apropiado y resiliente para el siglo XXI. Para ello, se debe abrir un debate tecno/político para redefinir algunos artículos de la nueva CPE que inducen al pensamiento binario; y se debe reestructurar la tercera parte de la constitución transformando la territorialidad existente hacia un reordenamiento socio/espacial forjador de una nueva sociedad; pero con pensamientos académicos, ya no más con los mecanismos de la política criolla. Sin duda, una monumental tarea para la sociedad civil. Ello implicaría abrir el debate sobre migraciones, sobre centralismo o federalismo, sobre los poderes globales de la droga y la tecnología, sobre apertura económica y cultural, sobre si queremos ser ciudadanos globales o simples parias locales, etc.

Mi lectura del Censo 2024 no se pierde en conteos miserables. Esas cifras gritan que ya es hora de superar las taras de una Bolivia atrasada por obtusas prácticas coloniales, antes de ver todo nuestro territorio chamuscado y nuestra población diezmada por los enconos de siempre.

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El triunfo de la extravagancia

Carlos Villagómez

/ 23 de agosto de 2024 / 06:51

La ceremonia de inauguración de los JJOO de París merece unas líneas. Muchos la calificaron de obra maestra, otros de burla religiosa; sin duda, motivó apasionados comentarios. Por mi parte, entraré a terrenos pantanosos para perturbar a los nostálgicos de “la alta expresión artística de antaño”, con bellas y apolíneas figuras, como en El Triunfo de la voluntad de las olimpiadas hitlerianas.

Revise: Vencer a la muerte

La estética desarrollada por Thomas Jolly es una tendencia contemporánea que la llaman progre, woke, transgresora, queer, etc., que tiene su génesis y proyección en los masivos medios sociales de comunicación, en las RRSS y en los diversos activismos de la cultura de masas. En esa tesitura iconográfica las imágenes son grandilocuentes y extravagantes, desarrolladas en performances colectivos de un tuttifrutti colorido, de exageraciones corporales, que vemos en desfiles del orgullo gay, en fiestas cosplay, en las frivolidades de las celebridades, y en la alta costura parisina.

La extravagancia posmoderna actual me recuerda las películas del genial Federico Fellini. En Satiricón de 1969, Fellini anticipó el triunfo de la chabacanería con personajes grotescos, con desmedidas escenografías, y escudriñando temas espinosos como la voluptuosidad corporal de las obesas, la ambigüedad sexual de los andróginos, o la impotencia de bellos bisexuales, entre otros signos de este tiempo. Fellini anticipó la diversidad pantagruélica; y eso, que antes era una rareza, es ahora la iconocracia (tiranía de las imágenes) proyectada en celulares, tablets, televisores, etc. En este siglo XXI, se democratizó la estética, y las expresiones plebeyas y de las diversidades ganaron la partida a la belleza, rangosa y sectaria, de las viejas Bellas Artes.

Francia experimentó esa estética contemporánea en estos JJOO, y para lograrlo París, la “ciudad de la luz”, fue puesta a punto con millonarias inversiones como si fuera un gran lienzo. Sin embargo, esas estéticas son fugaces, maléficas y dejan secuelas. Apunte 1: la limpieza del río Sena costó 1.400 millones de euros y, a pesar de la zambullida de Ana Hidalgo, el mítico río sigue infectado; y, concluido el espectáculo, vuelven los migrantes, los turistas, y los hoscos vecinos. Sobre el lienzo urbano parisino se reinstala el nuevo realismo social contemporáneo.

Las estéticas de la sociedad de masas son, también, intensamente paradójicas. Apunte 2: algunos bolivianos alaban el triunfo de la extravagancia porque sucedió en París; pero aquí, en casa, no aceptan los cholets o las entradas folklóricas porque son “borracheras solventadas por la informalidad”. En el nuevo Estado boliviano muchos siguen presumiendo su sometimiento cultural.

(*) Carlos Villagómez es arquitecto

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Vencer a la muerte

Carlos Villagómez

/ 26 de julio de 2024 / 07:07

Una de las pulsiones artísticas mas potentes es vencer a la muerte. Casi todos los creadores aspiran a dispersar el olvido con una obra como testimonio existencial.  Semejante lisura es una muestra de egolatría suprema; pero, ya sea pintando, esculpiendo, fotografiando o escribiendo, todos los artistas queremos ser inmortales. 

Y esta introducción viene a cuento porque vi dos documentales, radicalmente diferentes, acerca del tema. El primero es Anselm, del cineasta Wim Wenders, que recrea la vida y obra del más importante artista alemán vivo, Anselm Kiefer. El segundo es Baulera 12 de Mira Araoz y Amaru Villanueva (un documental que lo pasaron en la Cinemateca), que testimonia los últimos días del cientista social. En ambos, a pesar de la diferencia del lenguaje visual, del enorme contraste presupuestario y de realización cinematográfica, la motivación es la misma: vencer a la Parca.

Revise: Paradojas urbanas

El artista alemán construye, tanto en Alemania como en Francia, delirantes mundos artísticos de proporciones faraónicas. Por su parte, nuestro compatriota Amaru concibió su universo personal en una pequeña baulera de un edificio en La Paz.

Amaru, que trabajó en el Gobierno central, tuvo la sensibilidad de un enfermo terminal y concibió un pequeño museo. Pero, más que un museo, hizo una instalación artística.  No eligió un ensayo político, hizo arte con la memorabilia de su vida para canalizar mensajes de amor, familia y comunidad. Acompañado por su pareja, parientes y amigos, llenó los muros de recuerdos y evocaciones de su existencia, y puso al medio una nave espacial que construyó, precariamente, como alegoría de su viaje final. Murió a sus 36 años.

Por su parte, en el bello documental de Wenders, Kiefer representa con tierras, fuego, desechos, óleos o plomo, el espanto que dejó a la humanidad la política alemana y la Segunda Guerra Mundial en el siglo pasado. Es una obra con referencias a la poesía de Paul Celán y la filosofía de Martin Heidegger, plasmada en enormes instalaciones, en imponentes lienzos, y en land art. Kiefer, un workaholic rematado, interviene ahora 80 hectáreas en Barjac con memorias a cuál más tremebunda, pero todas bellamente realizadas.

La primera obra de arte conocida es de Indonesia, tiene 50.000 años; no sabemos quién la hizo, pero venció olímpicamente a la indiferencia. Hoy en día, deseamos que sepan quiénes éramos, qué pensábamos y a quién amábamos. Por esa pulsión, nuestro arte debe ser imperecedero como arte rupestre; así la muerte, que se acuna en la enfermedad, en nuestro deterioro y en tu olvido, será solo una brisa.

(*) Carlos Villagómez es arquitecto

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Paradojas urbanas

Carlos Villagómez

/ 12 de julio de 2024 / 07:06

¿Pueden los sistemas políticos definir si las ciudades son un paraíso o un infierno? En muchas notas he mencionado que nuestro desarrollo urbano, caótico y hacinado, está determinado por nuestra formación social capitalista/dependiente, y que todos los males se deben a ese sistema político. Pero, como toda verdad es una interpretación (Nietzsche dixit), mis paradojas conceptuales son muchas. Veamos algunas.

Son múltiples los escritos, sobre todo de raíz marxista, acerca de los efectos del sistema político en la ciudad. En ellos, las interpretaciones sobre las estructuras sociales y sus consecuencias urbanas abundan. Se aluden a las asimetrías socioeconómicas y culturales como la principal causa de los interminables trastornos urbanos (una tesis que hábilmente es manipulada para difamar al capitalismo). Pero, más allá de esos ensayos de autores geniales —que siempre debemos tomar con pinzas—, está nuestro sentido crítico y nuestra experiencia de vida. 

Consulte: Razones estructurales y normativas

Vivimos y sufrimos un lado del espectro: una ciudad dependiente/capitalista del sur global. Sin embargo, del único sistema socialista que tenemos en el Caribe, nos llegan imágenes que emiten blogueros en tiempo real: ciudad capital y ciudades intermedias en un completo abandono y deterioro, casas a punto de derrumbarse, basura en las calles; en suma, un precario desarrollo urbano donde parece que solo los turistas tienen espacios de privilegio.

No estuve en Cuba, pero soy testigo de las grandes paradojas urbanas de la Europa del este. Conocí Praga antes de la caída del muro y todavía conservo memorias, a cuál más sombría: una ciudad extremadamente gris, perversamente policíaca, y extrañamente deshabitada, que “gracias” al sistema socialista soviético conservó su patrimonio arquitectónico. Esa deslucida ciudad no era un paraíso, tampoco invitaba a vivir rodeado de tan bello patrimonio.

Volví a Praga libre del sistema socialista y, hoy en día, en esa hermosa ciudad de la Bohemia se instaló otro infierno. El centro de la ciudad está tomado por un turismo global y masivo: hordas de turistas llenan a tope las calles del centro para tomarse selfies como posesos y consumir como marranos. Praga está sometida a un proceso de disneyficación, propio del sistema capitalista, que no permite a sus ciudadanos gozar de su patrimonio edificado. ¿Y entonces qué?

Mejor leamos en voz alta al griego Kavafis. En su poema La Ciudad se refirió a estas paradojas iluminando nuestro desconcierto más que cualquier ensayo: “Dijiste: marcharé a otra tierra, iré a otro mar. Otra ciudad habré de hallar mejor que ésta… Te seguirá tu ciudad. Las calles donde deambules serán las mismas. En esos mismos barrios te harás viejo”.

(*) Carlos Villagómez es arquitecto

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Razones estructurales y normativas

Carlos Villagómez

/ 28 de junio de 2024 / 10:33

El primer documento regulador del crecimiento urbano de La Paz que conozco y conservo se llama Reglamentos de Parcelación y Zonificación, de 1956, proyectado en la Oficina del Plan Regulador de la Municipalidad de La Paz bajo la autoridad del alcalde Juan Luis Gutiérrez Granier. El referido plan fue publicado en doble formato con textos y tres planos de gran formato donde se describen las zonas y sus normas de edificación.

Lea: K’ala Marka

Han pasado casi siete décadas y La Paz ha crecido aceleradamente gracias a su condición de ciudad terciaria —con una oferta múltiple de servicios— para la nueva sede de gobierno. Y, por ese crecimiento, cambiamos la normativa municipal ene veces. Por ejemplo, en las normas de 1956, zonas como la avenida Arce, la Busch, la principal de Obrajes y de Calacoto están con un parámetro de edificación de “vivienda unifamiliar aislada” de solamente dos pisos (Achumani e Irpavi casi no existían). En la actualidad está vigente el llamado LUSU, y en esas avenidas principales de la ciudad se llega a más de 20 pisos. Este dato muestra  que las normativas no se congelan, ni se congelarán en ningún momento histórico y están a merced de las fuerzas vivas del mercado. En economías capitalista/dependientes el mercado libre y abierto del suelo urbano ejerce presiones y cambia los patrones de edificación para un mayor rédito económico, tanto en una choza ilegalmente construida (capitalismo hormiga), como en un emprendimiento inmobiliario que demoliendo toda normativa construye 10 pisos más de la altura permitida (capitalismo salvaje que algunos llaman “progreso”).

En nuestra ciudad reina ese liberalismo constructivo, y son pocas las edificaciones que cumplen la norma. ¿Por qué? Por otra razón estructural de fondo: en dos siglos Bolivia no ha logrado conformar un Estado pleno, sólidamente institucionalizado. No somos un Estado fallido, pero estamos a la zaga. Como vivimos en un Estado desestructurado no estamos formados para cumplir las normas (ejemplos abundan en las carreteras, en el kilómetro cero, y en cualquier esquina). El éxito de las normativas municipales, desde Gutiérrez Granier a la fecha, se logra dentro de un Estado consolidado, fuerte y éticamente responsable.  En un Estado pleno, los gobiernos municipales serán capaces de normar la liberalización mercachifle del suelo urbano, y podrán proyectar las ciudades que soñamos.

Epílogo: Un Estado institucionalmente débil y un liberalismo económicamente voraz, hacen una ecuación extremadamente difícil de enfrentar. Y, por estas razones estructurales, nuestras ciudades —a pesar del esfuerzo de profesionales honestos— se transforman en una confusa distopía urbana.

(*) Carlos Villagómez es arquitecto

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