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Un planeta sustentable

La conmemoración del Día de la Madre Tierra, cada 22 de abril, constituye una excelente oportunidad para recordar que el planeta que habitamos es el único hogar que tenemos, que no hay un plan b para sustituirlo, y que por tanto es nuestra obligación heredarles a las futuras generaciones un lugar igual o mejor al que recibimos. Responsabilidad que sin embargo estamos muy lejos de cumplir.

En efecto, como bien se sabe, la humanidad atraviesa hoy en día un punto de inflexión climático sin precedentes, debido al aumento de la temperatura por causa de la emisión excesiva de gases de efecto invernadero, pero también por la destrucción creciente de los ecosistemas del planeta. De allí que fechas como la celebrada el lunes constituyen alertas cada vez más apremiantes.

Respecto a este último punto, no sobra recordar que la biodiversidad es el resultado de más de 3.000 millones de años de evolución biológica, y abarca todas las formas de vida y organismos que existen en la Tierra, así como la diversidad genética sobre la que éstos se sostienen. En otras palabras, la biodiversidad resulta esencial para garantizar la estabilidad del medio ambiente y las condiciones para albergar seres vivos en el planeta.

Sin embargo, pese a su importancia, durante las últimas décadas los seres humanos hemos degradado los ecosistemas de manera exponencial, como consecuencia de la sobreexplotación de los océanos, los suelos y la deforestación. Por ejemplo, la ONU estima que desde los 80 al menos 160 millones de hectáreas de bosque tropical (la principal reserva de diversidad genética y especies del planeta) fueron destruidas. Con una deforestación cercana a las 250.000 hectáreas por año (12 veces la mancha urbana de la ciudad de Santa Cruz) Bolivia es uno de los países que más contribuye a este fenómeno.

Ahora bien, si a estas actividades se suman los riesgos del cambio climático, existe el peligro de que al menos el 50% de la biodiversidad del planeta se extinga en los próximos 30 años, según advierten los científicos. Pronóstico que aumenta el temor de una escasez alimentaria para las futuras generaciones sin precedentes. En Europa, por ejemplo, se han extinguido la mitad de todas las razas de animales domésticos y la inmensa mayoría de las variedades locales de plantas que existían a comienzos de siglo.

Una de las razones detrás de esta destrucción descansa en la incapacidad del sistema económico mundial para asignar un valor a la biodiversidad, en tanto se la concibe como una fuente ilimitada de recursos. Pero el escenario actual es bien distinto: el de un recurso finito, aunque renovable, con la condición de que sepamos conservarlo y administrarlo sabiamente.

Urge, en este sentido, adoptar medidas y estrategias comunes para preservar la diversidad biológica del planeta; pero no como una pieza de museo, sino como una fuente de desarrollo sostenible. El bienestar de las futuras generaciones y la vida tal y como la conocemos dependen de ello.