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¿Comparamos con Notre Dame?

En anteriores oportunidades señalamos que el patrimonio se define como el objeto de la herencia; y la herencia, como un proceso de transmisión intergeneracional de valores, bienes o principios, que es posible solo si concurren a él dos voluntades explícitas y soberanas: la de quien entrega y la de quien recibe. En esta perspectiva, podríamos señalar que la reacción de la sociedad francesa (y de la cultura occidental en general) no deja dudas sobre la cualidad patrimonial de la Catedral de Notre Dame.

La determinación de reconstruir esa mole arquitectónica, manifiesta y materializada inmediatamente después de la catástrofe, prueba que las generaciones vivas efectivamente reciben aquel bien cultural que sus ancestros les dejaron. Pareciera un sobrentendido, pero no lo es tanto; podría ser de otra manera, según la predisposición de los destinatarios. Veamos algunos casos de referencia local.

Potosí fue declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco en 1987, una nominación que enorgullece al país, pero a la vez compromete responsabilidades. Más de 30 años después, la misma Unesco puso a Potosí en la lista de patrimonios en riesgo de perder esa condición por incumplimiento de obligaciones en su preservación. La sociedad potosina, siendo propietaria de gran parte de los inmuebles del centro histórico de esa ciudad, apuesta solapadamente a su desmoronamiento, para justificar así la erección de construcciones “modernas”. Soslaya su función de “custodio” que la Ley N° 530 establece. A su vez, las autoridades municipales y departamentales rehúsan su deber de hacer cumplir la normativa; no proponen políticas sustentables sobre la materia ni ofrecen incentivos al ciudadano.

Un alcalde (de fuerte respaldo ciudadano en su momento) mandó cerrar el Plan de Rehabilitación Arquitectónica e Histórica de Potosí (PRAHP) y la Escuela Taller, programas que habían sustentado la declaratoria de la Unesco y el desarrollo turístico de la ciudad. Las penosas consecuencias de tal decisión se hacen cada vez más ostensibles en esa entrañable ciudad.

La recuperación de la Primera Casa de Moneda de Potosí, una causa iniciada hace más de tres años por la Fundación Cultural del BCB con la mejor intención y el más alto compromiso, llegó a extremos vergonzosos como el condicionamiento a “compensaciones” por parte del OJP (que mal detenta la propiedad de ese inmueble patrimonial), y —últimamente— el manoseo de leyes y propuestas sin comprensión del fondo histórico, cultural y jurídico de esta enmienda, y consecuentemente sin efecto útil al propósito de una salvación urgente. Ante la desgracia parisina afloraron aportes financieros millonarios para su reparación. ¿Alguien dudaría que los cooperativistas mineros asuman el descalabro potosino?…

La situación de Sucre, capital del Estado Plurinacional de Bolivia, no es menos preocupante.  La AECID anunció que luego de 20 años de pagar la planilla de funcionarios del Plan de Rehabilitación Arquitectónica e Histórica de Sucre (PRAHS) y de la Escuela Taller Sucre (ETS), dejará de hacerlo a partir de 2020. Y no es que la cooperación española se retire; es que propone cooperar en el nivel de proyectos, ya no más de salarios. Correspondería a la Alcaldía de Sucre asumir esos costos básicos, pero hasta el momento su autoridad máxima se ha pronunciado solo enunciativamente, sin tomar decisiones que le garanticen a Sucre la supervivencia oportuna de dos instancias fundamentales para el resguardo de su patrimonio. Sucre podría terminar como Potosí.

Recientemente se ha sabido que la así llamada “Capilla Sixtina del Altiplano” en Curahuara de Carangas sufre significativos daños por abandono… La gestión administrativa de Tiwanaku es un fracaso probado… La danza Mollo de la provincia Muñecas está en extinción… Varios ritos agrarios son nuevamente idolatría, según revividos extirpadores… Se podría continuar largamente.

La cualidad patrimonial de Potosí, o de Sucre, o de las iglesias rurales, o de Tiwanaku, o de otros, no se define en una declaratoria internacional (tan ufanos nosotros…), sino en un proceso social que en realidad está quebrado. La condición actual de aquellas manifestaciones culturales del país desnuda nuestra inasistencia como receptores al proceso hereditario, donde nos correspondería asumir responsabilidad y compromiso para permitirnos, recién, llamarlas “patrimonio”.

Como sociedad plurinacional debemos plantearnos abiertamente si queremos (o no) recibir aquello que unos y otros abuelos nos legaron. La herencia no es una obligación, es una opción; y la nuestra, a juzgar por los hechos, parecería estar tomada. Queda por saber si dicha opción es soberana y consciente, o si más bien es resultado de nuestra trágica desconexión espiritual con el pasado; con todos los pasados.

* es compositor.