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El Diablo está feliz de no existir

Cuando era niño, una profesora de Religión dijo que si creíamos en Dios, también debíamos creer en el Diablo, sí o sí. Levanté la mano espantado y le dije que me parecía mejor creer que solo hay un ser bueno, que no me agradaba andar por la vida con miedo a caer en las garras de Satán al menor descuido. Su explicación me removió el cerebro: para el Diablo lo mejor es que creamos que no existe, eso le hace feliz, porque nos agarrará desprevenidos. Qué susto. Fue así que caí en la fascinación por los filmes de terror.

Ya de adulto abandoné la idea judeocristiana del demonio, pero me queda en el pecho esa sensación: me aterra el poder que tiene la negación de la existencia del enemigo. Y no es película, es muy real. Cuando leo en las redes sociales que hay gente que sostiene que el sexismo ya no existe, que hombres y mujeres vivimos en condiciones de igualdad y equidad, se me paran los pelos.

Cuando leo un artículo en que se asegura que las “feminazis” son malentretenidas que buscan excusas para victimizarse porque la sociedad está muy bien, quiero soltar un alarido como el de Janet Leigh en Psicosis de Alfred Hitchcock.

Cuando el humor humilla a mujeres, indígenas y otros “ciudadanos de segunda”, arguyendo que se trata de chistes inofensivos, me quedo sin aliento. Porque ni el más espeluznante filme aterra más que la cercanía de los feminicidios, que se amontonan tanto que dejan de ser sorpresa, como los asesinados por los disparos de Rambo.

Les temo (más que a Freddy Krueger o Jason) a quienes aseguran que el racismo es un invento reciente, con fines políticos, y que los bolivianos estamos unidos y nos aceptamos sin importar la región de la que vengamos o nuestro estatus socioeconómico y cultural. Me parece espeluznante cada vez que alguien dice que aquí se respetan los derechos de las personas GLBT; que porque tiene carnet un transgénero puede caminar tranquilo por la calle o acceder a cualquier empleo. ¿Qué mayor terror que políticos sugieran el uso libre de armas para enfrentar la violencia?

Pero me espanto más cuando se inventan enemigos —como la dizque ideología de género— para aplastar los derechos de otras personas porque tienen miedo a algo que quizá no comprenden, o no sienten, o se rehúsan a aceptar por miedos religiosos. Tengo pánico de que pronto se tengan que negociar derechos que se han ganado con lucha, pensamiento y empatía. Por eso ando prevenido: no es lo más fácil ni lo más cómodo, sobre todo para gente con privilegios como yo. Pero de nosotros depende que ese diablo, que atenta contra nuestros derechos, no esté contento.

*es periodista de La Razón.