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Thursday 25 Apr 2024 | Actualizado a 15:14 PM

Drogas: apoyar y no castigar

En 2018 se vio un avance con la Ley 1005, abrogada por tensiones políticas que dificultaron una lectura algo más objetiva acerca de lo que se planteaba con relación a las drogas.

/ 2 de mayo de 2019 / 00:45

La estrategia boliviana de lucha contra el narcotráfico se basa esencialmente en el control social a la producción de la coca. Su aplicación limita la oferta en función del consumo legal, bajo la premisa de evitar su desvío con fines ilícitos. Y si bien es una estrategia aún perfectible, demuestra que las políticas de apoyo son mucho más efectivas que las coercitivas. Tales resultados nos inducen a considerar que otras políticas públicas sobre sustancias controladas deberían basarse en este enfoque de apoyar en lugar de castigar.

En 2018 se vio un avance con la Ley 1005, abrogada por tensiones políticas que dificultaron una lectura algo más objetiva acerca de lo que se planteaba con relación a las drogas. Pequeños pasos como la despenalización del consumo y del microtráfico de drogas fueron pasos esperados por la sociedad civil progresista. Sin embargo, la falta de socialización del documento y la desinformación llevaron a que la población confunda la despenalización con el “fomento al consumo”. Y es en este punto que se deben dejar en claro algunos criterios.

La despenalización implica que un delito (que antes era sancionado) deje de ser penado. En cambio la tipificación de la descriminalización pasa del ámbito penal al no penal, sigue siendo una infracción, pero ya no es un delito. Con legalización una conducta otrora proscrita pasa a estar permitida. Entretanto, la regulación plantea que el Estado controle la producción, comercialización y venta de una sustancia, mediante normas específicas.

Estos conceptos responden a procesos muy diferentes; y entender su significado legal puede ayudar a la solución más pertinente para tratar el fenómeno de las drogas. Si me dieran a elegir entre uno de los cuatro procesos antes mencionados, me decantaría siempre por la regulación de las sustancias ilegales. La legalización puede servir si se la entiende como un paso dentro de un proceso; pero no tendría mucha trascendencia si apunta a una política pública de regulación que le haga frente al problema del narcotráfico, pues este negocio se alimenta de la ilegalidad y de la falta de control del Estado.

Me considero siempre una optimista y creo que Bolivia, país que algún momento fue cuna de pensamiento político, lucha y reivindicación del sur, no debe detenerse en la búsqueda de soluciones a sus problemas por temas políticos o conflictos de intereses. Campañas como la de “Apoye, No Castigue”, que fue impulsada por organizaciones de la sociedad civil a nivel mundial, son sencillamente brillantes, al sobresaltar que un cambio de enfoque lo es todo en cuanto se trata de derechos humanos, justicia y buen vivir con relación a las drogas.

* es miembro de la Fundación Acción Semilla.

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Exportar coca, una opción factible

/ 11 de septiembre de 2022 / 05:43

DIBUJO LIBRE

En el contexto polarizado como el que vivimos hoy, en el que los clivajes identitarios, políticos y territoriales nos confrontan, es difícil hablar del tema coca sin que el contraargumento sea el aumento de cultivos y su relación con el narcotráfico o el narcotráfico y su relación con el incremento de la violencia en el oriente, temas de no menor importancia que necesitan otro tratamiento y espacio para ser abordados (tanto desde el crimen transnacional organizado como desde las coyunturas que los detonan). En este punto, el objetivo es hacer un breve ejercicio de reorientación en la mirada que el boliviano promedio tiene sobre el concepto de desarrollo, para explorar cómo aprovechar la coyuntura política regional en pos de generar una agenda local que profundice la revalorización económica de la coca dentro del marco de la descolonización que plantea el Estado Plurinacional en Bolivia.

COLOMBIA.

A fines de agosto, en el Consejo Presidencial Andino realizado en Lima (Perú), el presidente Gustavo Petro sugirió la creación de una asamblea regional para replantear la política de drogas. Colombia tiene la política más represiva y con los peores resultados de la región (David Restrepo, economista colombiano, en el Seminario Internacional “Hoja de coca, perspectivas a 5 años para la región”, La Paz, agosto de 2022). Uno de los indicadores para medir la efectividad de su política antidrogas es la cantidad de cultivos excedentarios, que en este caso es de 160.000 ha, le sigue Perú con 50.000 ha, y Bolivia con aproximadamente 8.000 ha.

Pero el gobierno de Petro propone no solo un diálogo regional; a nivel local, iniciativas como el Proyecto de Ley 236 para la regulación con enfoque étnico del mercado de la coca marcan el camino no solo para la paz, sino también para un mercado internacional, que Bolivia debe aprovechar dadas nuestras obligaciones desde la Reserva.

PERÚ.

Hoy, Perú propone cuatro pilares de política de drogas al 2030, que implican el Pacto Social Ciudadano (PSC) en la Región Andino- Amazónica, mediante el Desarrollo Alternativo Integral y Sostenible, y el cambio de modelo empresarial para la mejora de la promoción y control del uso de la planta y la reducción gradual focalizada de los cultivos.

El Pacto Social es la cristalización de un compromiso entre el Estado y la sociedad civil de la región andinoamazónica, con productores agrarios y pueblos originarios, para “reducir los cultivos de coca con fines ilícitos y contribuir al desarrollo integral sostenible” (Hugo Cabieses, economista peruano, en el mismo seminario “Hoja de coca…”). Esta estrategia nace de las lecciones aprendidas de la aplicación del desarrollo alternativo en Perú, cuyo balance concluye en que el desarrollo rural no es posible con erradicación-fumigación de cultivos y tampoco se logra sin la participación social ni con políticas macroeconómicas que sobreexplotan recursos naturales y excluyen a las fuerzas sociales y productivas.

Finalmente, el aprendizaje del tratamiento de los cultivos desde la represión ha enseñado al vecino país que la sustitución de cultivos es un problema de economía y cultura rural integral y no así un asunto policial o militar (Hugo Cabieses).

TRADICIONAL.

La Convención de 1961 de Naciones Unidas contemplaba la eliminación de los usos tradicionales, culturales y ceremoniales de la coca para diciembre de 1989. Usos que hoy están protegidos desde la Declaración de la ONU sobre los derechos de los pueblos indígenas (2007) y tienen un reconocimiento cuando Bolivia aplica en su readhesión a la Convención del 61 en 2013, bajo la reserva sobre el derecho al uso tradicional, ritual, cultural y medicinal de la planta en su estado natural, apoyada en la Constitución Política del Estado.

Los orígenes de la prohibición de la planta se dan en 1950, con el Informe de la Comisión de Estudio de las Hojas de Coca y se materializan en la Convención Única sobre Estupefacientes de 1961. A raíz de esto surgen patrocinios para la enmienda de este error histórico bajo el liderazgo de Bolivia, Perú y Colombia, que en nombre de 12 países (incluido Ecuador) consideraron que era “importante respetar los usos tradicionales de la coca por los indígenas” y que las medidas de erradicación deberían respetar los derechos humanos fundamentales tomando en cuenta los usos tradicionales lícitos, donde exista la evidencia histórica —artículo 14.2 de la Convención contra el tráfico Ilícito 1988 (Martín Jelsma 2019)—. En ese sentido, continuar acciones regionales para tratar el tema de la coca desde nuevas perspectivas no sería otra cosa que ser consecuentes con esto.

FUTURO.

El mercado argentino de coca es un mercado históricamente grande y exigente con la calidad. En este, la planta se trata por kilo, no por libra, ya que el consumo y tenencia para coqueo son legales; sin embargo, la internación sigue siendo ilegal.

La crisis económica y sanitaria generada por el surgimiento y expansión del COVID-19 en 2020 afectó tanto el comercio interno de hoja de coca en Bolivia como el abastecimiento en el Norte de Argentina (NOA), esto ha propiciado propuestas para importar legalmente la planta, ya que uno de los efectos fue el incremento del precio, llegando a costar el cuarto kilo de hoja hasta 4.000 pesos argentinos (45 dólares) en ese año.

Enmarcada en el artículo 12 de la Ley 906 de Coca, la exportación es denominada como de “prioridad nacional”. No olvidemos que nuestra regulación, así como los tratados internacionales de Naciones Unidas, permiten este tipo de intercambio comercial siempre y cuando se sigan las reglas establecidas. Recientemente, nuestro país ha empezado la exportación de coca hacia Australia con fines medicinales, esto puede ser el inicio de mirar la economía regional desde una perspectiva legítima, legal y progresista, pues si hablamos de comercio internacional de plantas prohibidas, hay que tener en cuenta que el reporte Global Cannabis Report: 2020 proyecta para el mercado legal de cannabis una producción de cerca de 150.000 millones de dólares al año en todo el mundo.

Esta propuesta en el marco del desarrollo humano sostenido, desde instituciones inclusivas que fomenten la actividad económica mediante una buena gestión del conflicto, puede fortalecer nuestros valores comunitarios, económicos y familiares, pues Bolivia es un Estado resiliente, con una sociedad civil fuerte y organizada, solo hace falta un poco más de voluntad y corresponsabilidad social por las decisiones que se tomarán a futuro, pues la tan urgida reactivación económica puede encontrar salidas en esta única y especial coyuntura andina.

Tomando en cuenta que 14% de la población en Bolivia produce coca, y en vista de que parte de esta población está confrontada por temas mayormente políticos, es preciso entonces preguntarnos si en nuestro país hoy tenemos la capacidad de soñar en grande, y si esos sueños son más individuales que colectivos.

(*)Patricia Chulver B. es directora de Fundación Acción Semilla

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COVID-19 y el mercado de coca argentino

El mercado argentino demanda hoja grande, es muy exigente con la calidad.

/ 23 de mayo de 2021 / 21:01

DIBUJO LIBRE

La crisis económica y sanitaria generada por el surgimiento y expansión del COVID- 19 afectó tanto al comercio interno de hoja de coca en Bolivia, como al abastecimiento normal de esta planta en el Norte de Argentina (NOA), especialmente el tiempo que duró el aislamiento social, preventivo y obligatorio (ASPO).

Un efecto de la pandemia fue el incremento del precio de la coca, llegando a costar el cuarto kilo de hoja común (ni siquiera de primera calidad) hasta 4.000 pesos argentinos (45 $us). Esto propició a que las provincias del norte argentino debatieran formas de importar legalmente este recurso natural mediante algunas propuestas de ley. La primera, que implicó la posibilidad de producción local de coca en Argentina, y una segunda propuesta que versó sobre la ampliación del Artículo 15 de la Ley 23.737 de 1989 (“La tenencia y el consumo de hojas de coca en su estado natural, destinada a la práctica del coqueo o masticación, o a su empleo como infusión, no será considerada como tenencia o consumo de estupefacientes”).

Ricardo Abduca, antropólogo, dice que en Argentina (a excepción de algunos años) el coqueo siempre fue legal. A pesar de que el Gobierno argentino firmó la Convención Única de 1961 de Naciones Unidas, como los demás países andinos, en 1976 se cristalizaron leyes de importación de coca mediante convenios con Bolivia, entre el Gobierno argentino y la Sociedad Propietaria de Yungas, para abastecer al NOA con coca de hacienda boliviana de primera calidad. “Nuevos intentos tibios de acuerdos bilaterales se darían años después, poco antes del gobierno de Evo Morales y durante el mismo, pero hasta la fecha sin resultado”. La coca. Tradición y modernidad del acullico en Argentina. Abduca y Metaal (2019).

A partir de la Ley General de la Coca 906 y el Decreto 3318 que la reglamenta, en 2017 nace la comercialización controlada desde los centros de producción, mercados hasta los centros de consumo al detalle.

La ruta de la coca. El mercado argentino demanda hoja grande, es muy exigente con la calidad, cuenta el productor cocalero Aurelio D., quien resalta la existencia de hasta cuatro calidades de hoja de coca para el uso natural; la elegida es de primera calidad y se va directamente al NOA, es tratada por kilo y no por libra; luego están la coca de segunda, de tercera y hasta de cuarta, seleccionadas por su tamaño, originalidad y color.

Abduca recalca que aunque casi todo el mundo cree que la coca del Chapare es de mala calidad, al contrario de la de los Yungas, hay muchas excepciones al respecto; afirma que ha mostrado a gente experta que también hay coca elegida cochabambina, y es una hoja grande. Así que los dos sectores tienen el potencial de no quedarse afuera.

Fuentes productoras indican que cerca de 25% del volumen de producción de coca se produce en los Yungas de La Paz y está destinada al mercado argentino.

Comercialización en pandemia. Durante la pandemia, la coca ha sido parte de la medicina alternativa que los hermanos hemos ido usando, menciona Aurelio D., y agrega: Más allá de los protocolos que nos marcan las autoridades de salud pública, nosotros los productores y los propios consumidores hemos logrado mitigar los resultados nefastos del COVID-19 mediante este consumo.

Aurelio afirma que uno de los problemas más fuertes para la circulación local de hoja de coca en Bolivia durante la pandemia fueron las políticas de interdicción hacia el cocalero, que repercutieron directamente en la interdicción hacia la coca en su estado natural, en un contexto en que Bolivia vivía bajo el mando de un gobierno (de facto) transitorio.

Si bien la comercialización de coca fue difícil en la frontera, como alimento y medicina era apetecida en el norte argentino. Aurelio relata que en esa época en la ciudad de Santa Cruz la libra de coca llegó a costar Bs 150. Había desesperación en la pandemia; nosotros como productores no queremos que la coca se vuelva un privilegio, solo para los que tienen un ingreso alto, concluye.

La frontera boliviana con La Quiaca argentina es una de las principales rutas de comercialización de hoja de coca, la mayor parte de su población son comerciantes de coca, quienes se denominan “cocanis”.

En la ciudad frotenriza en Bolivia se encuentra fácilmente las tres variedades de coca; el costo por kilo de hoja oscila entre Bs 115 y Bs 120, la hojeada está entre Bs 140 y 160, y la elegida cuesta Bs 200.

También se vende coca machucada en bolsas pequeñas que cuestan 10 bolivianos, quienes mayormente la consumen son transportistas bolivianos y argentinos, el ingreso de la coca machucada es reciente ya que antes no se vendía mucho, comenta Marta, otra cocani de la zona, que vende coca yungueña.

Desde el inicio de la crisis sanitaria, en marzo del 2020, Bolivia tropezó con grandes dificultades para exportar productos a Argentina, si bien es legal llevar coca a este país hasta 1 kilogramo, llevar más de lo permitido puede significar una detención por parte de los gendarmes; en palabras de un cocani de la zona: La primera vez, te quitan tu mercadería; la segunda, además de decomisar la mercadería, uno puede ir a la cárcel hasta seis meses, dependiendo de cuántos kilos estás llevando; y, la tercera vez te quitan la mercadería y ya te vetan del país, es decir, si vuelven a encontrarte la sanción es con más años en la cárcel.

La hoja de coca por kilo en Jujuy, cuenta Lucy, cuesta a 2.300 pesos argentinos (Bs 180,11; 26 $us) la coca común, hojeada, 2.800 pesos (Bs 219,26; $us 31,72) y la elegida cuesta arriba de 3.800 pesos (Bs 297,57; 43,06 $us). Sin embargo, en Buenos Aires un kilogramo de hoja de coca puede llegar a costar 5.800 pesos argentinos (Bs 454,22; $us 65,72).

Mercado legal. Durante la pandemia, uno de los principales problemas del desabastecimiento de la planta en Argentina se dio por las incautaciones en el NOA, cosa que generó sobreprecios para la coca. Es preciso recalcar que no se han encontrado denuncias de fabricación ilícita de drogas por esos sectores y tampoco se conocen datos estadísticos oficiales que demuestren que la hoja de coca internada en Argentina tenga fines ilícitos; es claro que las dinámicas comerciales de la coca en la frontera boliviano-argentina brindan oportunidades de trabajo.

Los caminos, oportunidades y desafíos que tiene ahora Bolivia ante esta realidad, es solicitar a la OMS una revisión crítica, para pedir la reclasificación de la hoja de coca; o facilitar acuerdos y tratados Inter Se para generar canales de comercio internacional de coca mediante un acuerdo bilateral entre Bolivia y Argentina. Argentina ya está explorando esas posibilidades, no se olvide que a nivel regional Perú lidera el mercado de exportación de coca y Colombia, que a pesar de su precaria legislación generó grandes avances en su industria, a pesar de estar hoy en pleno debate sobre la aplicabilidad del programa de aspersión aérea, que a pesar de haber sido suspendido en 2015 hoy amenaza con retornar sin tomar en cuenta los numerosos antecedentes generados en la salud de su población, el medio ambiente y las formas de vida.

Es una buena oportunidad para Bolivia de iniciar esta nueva gestión democrática con visión a futuro y con objetivos en común que generen unidad en sus comunidades.

 (*) Patricia Chulver B. es investigadora, directora de Fundación Semilla

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Drogas: apoyar y no castigar

En 2018 se vio un avance con la Ley 1005, abrogada por tensiones políticas que dificultaron una lectura algo más objetiva acerca de lo que se planteaba con relación a las drogas.

/ 2 de mayo de 2019 / 04:45

La estrategia boliviana de lucha contra el narcotráfico se basa esencialmente en el control social a la producción de la coca. Su aplicación limita la oferta en función del consumo legal, bajo la premisa de evitar su desvío con fines ilícitos. Y si bien es una estrategia aún perfectible, demuestra que las políticas de apoyo son mucho más efectivas que las coercitivas. Tales resultados nos inducen a considerar que otras políticas públicas sobre sustancias controladas deberían basarse en este enfoque de apoyar en lugar de castigar.

En 2018 se vio un avance con la Ley 1005, abrogada por tensiones políticas que dificultaron una lectura algo más objetiva acerca de lo que se planteaba con relación a las drogas. Pequeños pasos como la despenalización del consumo y del microtráfico de drogas fueron pasos esperados por la sociedad civil progresista. Sin embargo, la falta de socialización del documento y la desinformación llevaron a que la población confunda la despenalización con el “fomento al consumo”. Y es en este punto que se deben dejar en claro algunos criterios.

La despenalización implica que un delito (que antes era sancionado) deje de ser penado. En cambio la tipificación de la descriminalización pasa del ámbito penal al no penal, sigue siendo una infracción, pero ya no es un delito. Con legalización una conducta otrora proscrita pasa a estar permitida. Entretanto, la regulación plantea que el Estado controle la producción, comercialización y venta de una sustancia, mediante normas específicas.

Estos conceptos responden a procesos muy diferentes; y entender su significado legal puede ayudar a la solución más pertinente para tratar el fenómeno de las drogas. Si me dieran a elegir entre uno de los cuatro procesos antes mencionados, me decantaría siempre por la regulación de las sustancias ilegales. La legalización puede servir si se la entiende como un paso dentro de un proceso; pero no tendría mucha trascendencia si apunta a una política pública de regulación que le haga frente al problema del narcotráfico, pues este negocio se alimenta de la ilegalidad y de la falta de control del Estado.

Me considero siempre una optimista y creo que Bolivia, país que algún momento fue cuna de pensamiento político, lucha y reivindicación del sur, no debe detenerse en la búsqueda de soluciones a sus problemas por temas políticos o conflictos de intereses. Campañas como la de “Apoye, No Castigue”, que fue impulsada por organizaciones de la sociedad civil a nivel mundial, son sencillamente brillantes, al sobresaltar que un cambio de enfoque lo es todo en cuanto se trata de derechos humanos, justicia y buen vivir con relación a las drogas.

* es miembro de la Fundación Acción Semilla.

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