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Lo que no vemos

Ver cómo nuestros vecinos pierden la vida y sus casas en unos segundos ha llenado de estupor a la ciudadanía. Los desastres en La Paz ya superan todo y nos ubican, brutalmente, en una realidad que no podemos seguir ignorándola o esquivándola. Hemos llegado al punto de saturación urbana máxima, de una acumulación de vidas y construcciones sobre un suelo inestable, y no podemos seguir en esta ruta suicida de desarrollo urbano.

Siempre ensalzamos el soberbio paisaje natural que nos rodea. Glorificamos la audacia de los paceños al construir una ciudad en un sitio impensado. Pero lo que no vemos, lo que está bajo de los pies de nuestras familias, es un verdadero infierno de problemas cuya solución es difícil y compleja.  

Dicho sin rodeos: casi todas las zonas paceñas están sobre arcillas deleznables o gredas inconsistentes. Son pendientes tan abruptas que ante el menor desequilibrio ocasionado por el agua o por razones sísmicas se chorrean; con centenares de ríos subterráneos que transforman el subsuelo en un fango inestable; con una maraña infinita de precarias instalaciones sanitarias y alcantarillados que forman corrientes subterráneas de aguas negras que bajan licuando suelos, buenos y malos. Esa es la cruda realidad que está bajo nuestros pies y no la vemos.

Ante ello, es imperativo ejecutar muchas acciones. Permítanme sugerir dos. La primera es impulsar una campaña de concientización sostenida y duradera para que los ciudadanos tomen conciencia de esta terrible condición urbana que no vemos. Las autoridades, con la ayuda de fotografías aéreas, deben establecer los riesgos, zona por zona, barrio por barrio, para su correcta comprensión; y concertadamente, tomar decisiones. El mapa municipal de riesgos no es suficiente, porque lo pueden leer los técnicos y no la ciudadanía. Algunos dirán que es una medida alarmista, pero la situación ya es insostenible. Todos los años se nos estruja el corazón a la espera de otro desastre.

La segunda medida que sugiero es un pacto firmado entre las autoridades centrales, departamentales y municipales para mostrar unión y trabajo en equipo en los momentos dramáticos de los desastres. Mientras la ciudadanía da un ejemplo de solidaridad y entrega sin límites, de humanidad sin retaceos, algunos políticos muestran malicia e ignorancia, también sin límites, sacando ventaja con la desgracia ajena. Todos juntos lloramos con nuestros hermanos afectados y vemos indignados la desunión que groseramente exhibe la clase política.

De ahora en adelante debemos exponer lo que no vemos de una ciudad, maravillosa en la superficie, pero peligrosa en sus entrañas.

* Arquitecto.