Un informe reciente de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) advierte que la automatización del trabajo podría eliminar el 14% de los empleos actuales en los próximos 15 o 20 años. Además, al menos el 32% de los trabajos de hoy en día podrían sufrir una profunda transformación como resultado de la tecnología. Ante este “revolucionario” panorama, se esperaría que los gobiernos y las empresas inviertan en la formación digital de las personas, con competencias que les permitan enfrentar los cambios que se avecinan en el ámbito laboral.
Sin embargo, siempre según la misma fuente, el 56% de la población adulta de los países de la OCDE solo tienen competencias básicas o inexistentes en materia de tecnologías de la información y de la comunicación (TIC). Por ello, esta organización recomienda a sus países miembros (los más industrializados del planeta) mejorar la formación de los profesionales, con programas más flexibles, orientados a promover la tecnología y la innovación.
Se trata sin duda de una recomendación más que necesaria, si se desea evitar que esta revolución tecnológica en ciernes no sea tan traumática como se perfila. Advertencia que dicho sea de paso no debería pasar desapercibida por estos lados, más aún tomando en cuenta que este rezago de la formación que hoy se imparte frente a las necesidades laborales del futuro previsiblemente es mucho mayor en Bolivia respecto a los países miembros de la OCDE.