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Desgracias, virtudes y miserias

Una vez más, nuestra ciudad de La Paz se ha visto afectada por un severo deslizamiento producto de su topografía. Para quienes habitamos en esta maravillosa urbe, este tipo de tragedias lastimosamente ya no nos sorprenden, aunque siempre nos conmueven de manera individual y colectiva. No obstante, esta sensación de recurrencia no debería llegar a normalizarse, al punto de aprender a convivir resignadamente con los desastres como hasta ahora lo hemos hecho. Y en este punto es necesario hacer referencia a la labor del Gobierno Municipal de La Paz, el rol de la ciudadanía y el comportamiento de la clase política.

Huelga poner sobre la mesa que de no haber sido por un efectivo sistema de alerta temprana, esta tragedia (y otras anteriores) hubiera sido de mayor envergadura, involucrando vidas; tornándose altamente dolorosa y en verdad escandalosa para una ciudad que se precia de ser una de las más modernas del país, el centro político de una Bolivia en constante movimiento y cambio.  

Pero también es necesario señalar que el crecimiento no planificado y la proliferación desmedida de barrios y construcciones en la ciudad demandan que los mecanismos de planificación y supervisión de cumplimiento de los estándares técnicos y normativos alcancen pronto un nivel óptimo, que nos permita tener la certeza de que las y los paceños vivimos en una ciudad única pero, a la vez, segura. Y acá también es necesario poner un énfasis en la responsabilidad que recae sobre nuestra idiosincrasia ciudadana (boliviana, en general; paceña para este caso en concreto), pues ni el mejor sistema de planificación y regulación de construcciones podrá funcionar si desde la vereda de la ciudadanía no entendemos que las reglas y las normas existen por razones muchas veces más potentes que la sola coerción estatal.

A reserva de la pendiente investigación técnica sobre los factores que desencadenaron el reciente deslizamiento en la zona Inmaculada Concepción San Jorge (la cual debe ser comunicada oportunamente como amerita toda información pública), también resulta necesario ponerle la lupa al comportamiento de la opinión pública (hoy ampliada y amplificada, redes sociodigitales de por medio) en torno a esta tragedia, pues son este tipo de situaciones las que ponen a flor de piel varias de nuestras virtudes y miserias individuales y colectivas.

Por un lado, está la valorable reacción de la ciudadanía paceña, que ha sido y es altamente conmovedora: construir comunidad sobre un valor tan noble como el de la solidaridad es, sin duda alguna, hacerlo sobre un cimiento de prolongada duración. Por otro lado, está el comportamiento de contadas autoridades, quienes a los minutos de haber ocurrido la tragedia, privilegiando sus rencillas políticas, no dudaron en utilizar el deslizamiento para emitir un discurso político-electoral contra cierta autoridad y cierta tienda política.

Aunque este tipo de comportamientos lastimosamente son moneda común en el litigio político discursivo nuestro de cada día, en momentos como estos, en los que se opta irreflexivamente por privilegiar el interés político por encima de la empatía, en desmedro del respeto y la responsabilidad que espera una ciudadanía de sus mandantes, podemos ver con meridiana claridad la estatura humana de quienes nos gobiernan. Ambos comportamientos, los que enaltecen a una colectividad y los que denigran a ciertos políticos, son los que a nuestra ciudad le quedarán en la memoria.

* Comunicadora. Twitter: @verokamchatka