Desamores
Quienes vivimos en una ciudad vivimos alentados por sus cosas buenas. Pero cuando enfrentamos contingencias inesperadas, nuestro amor mengua por ella y percibimos que tiene muchos problemas, a veces irresolubles. Una ciudad es un ser vivo.
Un Estado como el nuestro, con instituciones inestables y corruptas, no puede mantener un orden social, imprescindible para garantizar una convivencia en buenas condiciones. Esta circunstancia provoca impotencia y malquerencias entre la ciudadanía. La relación de un habitante con su ciudad siempre es de amor/odio; y eso me lleva a recordar una frase del escritor Adolfo Cárdenas, quien, presa de una severa desilusión, deseaba solicitar a Kim Il Jong (el presidente vitalicio de Corea del Norte), que realice sus pruebas nucleares en Bolivia para hacernos desaparecer del mapa. Cárdenas remarcaba: “¡Nadie se daría cuenta y haríamos un favor a la humanidad! ¡Nuestros políticos son los peores del mundo!”. Después de desear eso, decidió refugiarse en un barrio alejado de la ciudad en medio de riachuelos polucionados y ovejas.
No existe un solo barrio de La Paz que no tenga una historia turbia. La colusión entre traficantes de tierras (conocidos como loteadores) y sus redes con Derechos Reales y funcionarios municipales tiene más poder que cualquier ciudadano incauto o junta vecinal, tanto en Santa Cruz como en el resto de las ciudades bolivianas. Por ejemplo, la Ordenanza Municipal N° 72/ 96 HAM-HCM 75/96 ratificaba otra resolución de noviembre de 1990 que declaraba Parque Natural de Integración al área forestal ubicada en la parte superior de los valles Alto Calvario, Alto Villa de la Cruz, Final Yanacocha, zona 27 de mayo, Agua de la Vida Norte y Segundo Crucero de los valles (Alto Calvario, Alto Villa de la Cruz).
En su artículo segundo resolvía instruir “al Ejecutivo Municipal, para que mediante la unidad de Forestación y Áreas Verdes, proceda a la delimitación del Bosquecillo, debiendo designarse guardabosque a objeto de preservar los árboles existentes en el área”. Asimismo, instruía a la Dirección de Bienes Municipales realizar “todas las acciones endientes a consolidar el derecho propietario del Parque Natural de Integración en favor de la comuna paceña, no debiendo darse curso a ningún trámite que pretenda lotear o cambiar el uso que le ha sido asignado. (…) Queda encargado de la ejecución y cumplimiento de la presente disposición el Honorable Alcalde Municipal de la ciudad de La Paz. Es dado en la sala de sesiones del Honorable Consejo Municipal, a los seis días del mes de noviembre de mil novecientos noventa seis años”. Firman la honorable Gaby Candia, presidente del Consejo Municipal; y Wálter Cornejo, secretario del Consejo. Firma la promulgación el alcalde de entonces, Ronald MacLean.
Han pasado casi tres décadas desde la creación de este Parque Natural de Integración, el cual a estas alturas, podemos asegurar, está desintegrado. Allí apareció el cementerio La Llamita, desmontaron ecosistemas que cobijaban especies de árboles y edificaron viviendas en un espacio prohibido. Todo ello con aprobación de planos y todos los requisitos, aseguran los vecinos. ¿En qué momento ocurrió eso?
Lo grave es que estas prácticas vienen de más lejos. Por ejemplo, en 1985, el gobierno de Hernán Siles Zuazo aprobó y ordenó con un decreto supremo la expropiación del barrio de Kantutani y Alto Sopocachi, para construir el Gran Jardín de la Revolución Nacional. En un tira y afloja de expropiaciones y desalojos, los loteadores ganaron la batalla y consolidaron espacios para urbanizar. El proyecto para edificar el Gran Jardín para de Revolución Nacional se convirtió en un botadero de basura y ocasionó el desastre de la semana pasada, el cual destapó una serie de interrogantes que no son ajenas al comportamiento edil.
En fundamentación de la Resolución Municipal 63 de 2001 se informa que los trámites de catastro del área afectada continuaron “por desacato” de funcionarios municipales. ¿Quiénes fueron estos funcionarios? Misterio. Si estos delincuentes hubiesen sido procesados, probablemente el Gran Jardín de la Revolución Nacional se hubiese materializado, y la basura moral que hoy nos invade por todos lados hubiese sido menos feroz. ¿Hasta cuándo los habitantes de las ciudades de Bolivia nos dejaremos burlar? A propósito, ¿alguien se acuerda del delincuente que supuestamente robó la Medalla Presidencial?