Descolonizar los monumentos
Las estatuas de los fundadores y conquistadores españoles se erigen como símbolo del pasado colonial.
Hace unos meses, el monumento de Cristóbal Colón ubicado en El Prado de la ciudad de La Paz apareció manchado con tinta roja. Ese acto fue una insurgencia simbólica. Quizás un rechazo a la presencia de ese tipo de monumentos que representan el proceso colonial. Otra estatua de Colón instalada en la Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada en Buenos Aires, fue reemplazada por disposición del gobierno de Cristina Fernández de Kichner por otro monumento, dedicado a Juana Azurduy de Padilla, guerrillera boliviana que en la Guerra de la Independencia asumió la comandancia de la denominada Republiqueta de la Laguna, por la que su memoria no solo es honrada en Bolivia, sino también en Argentina.
En consonancia con su discurso descolonizador, hace poco el presidente de los mexicanos, Andrés Manuel López Obrador, no conforme con exhortar al Monarca español y al papa Francisco I el respectivo perdón por los “agravios” cometidos contra los pueblos originarios en el curso de la conquista ibérica de América, planteaba la posibilidad de destruir monumentos que representan a los conquistadores españoles que invadieron México.
Varias ciudades latinoamericanas están pobladas de estatuas de este tipo. Con el argumento de que muchos de esos españoles fundaron aquellas villas (hoy ciudades), se les homenajea con bustos conmemorativos. Estas estatuas, que se erigen como símbolo inequívoco del pasado colonial, son íconos imperecederos de nuestra imposibilidad de desgajarnos del pasado. Quizás sean el reflejo colectivo inconsciente de nuestra atadura a ese pasado, muchas veces condenado, pero que paradójicamente sigue presente en nuestra memoria. Probablemente, lo que aquí se reproduce es un “colonialismo interno”, como diría Silvia Rivera.
Los monumentos en las ciudades son lugares de memoria. Son espacios alegóricos que a través de un determinado lenguaje comunican —o representan— el pasado que queremos evocar, para rendir las pleitesías honoríficas correspondientes. Todavía no logramos desprendernos de esa ritualidad; al contrario, reproducimos esas imágenes que nos asocian con el pasado que queremos recordar para dar cuenta, por ejemplo, de dónde venimos; o mejor dicho, de dónde queremos venir. No debemos olvidar que cada cual tiene una percepción propia del pasado, la memoria es selectiva e incluye el olvido.
Las estatuas y los monumentos son construcciones simbólicas. Quizás ese recordatorio está asociado a los imaginarios coloniales que legitimaron una sociedad estratificada y excluyente. Ni siquiera en los últimos 15 años del proceso de cambio, en los que el discurso descolonizador sonaba con mucha persistencia, se hizo mucho al respecto.
Al igual que el idioma, en este caso el castellano, los monumentos que simbolizan la conquista ibérica evidencian la imposibilidad de desligarnos de las alegorías perversas que nos legó la Colonia y que hoy marcan la identidad de muchos.
Mientras tanto, el capitán Don Gerónimo de Osorio, quien fundó Cochabamba el 15 de agosto de 1571, está montado en su caballo dirigiendo su espada al cielo, acompañado por un sacerdote y un escudero. Quizás esta estatua reproduce simbólicamente la mentalidad colonial que persiste hoy no solo en las autoridades, sino también en los vecinos de la Plaza Osorio que aportaron voluntariamente para la construcción de estos monumentos, a fin de homenajear al fundador de la entonces Villa de Oropesa.
* Sociólogo.