Carlos Serrate Reich
Más tarde, Carlos dirigió los diarios Hoy y Meridiano, desde los cuales fustigó a las dictaduras militares.
Se fue hace pocos días como había llegado al mundo, con discreta soledad, aquel caballero excepcional que hizo de su nombre un sinónimo de coraje ciudadano y de su vida, un culto al buen gusto, en que combinaba el acopio de miles de libros en su biblioteca particular y poblaba las paredes de su casa con obras maestras recogidas en los talleres de los pintores contestatarios de Moscú, o meramente adquiridos de los artistas nacionales. Refinado lector, hacía empastar las obras que más le gustaban, convirtiendo su vivienda en Calacoto en un agradable museo.
No obstante que ya nos conocíamos en las luchas estudiantiles, éste en la secundaria y aquel en la universidad, nuestra amistad se fortaleció cuando atravesamos juntos el Atlántico en el Yapeyu, un barco argentino que en 1957 hacía la travesía de Buenos Aires a Vigo, en 35 días. Serrate se dirigía a Berlín, titular de una beca, y yo, aún no mayor de edad, pichón de diplomático, me encaminaba a Londres como secretario de la Embajada de Bolivia. Años más tarde, el destino nos señaló rumbos paralelos. Ambos fuimos secretarios personales de Víctor Paz Estenssoro, diputados, ministros, escritores, embajadores y —en distintos periodos— asumimos el Ministerio de Educación y Cultura. En los ajetreos de la función pública tuve el privilegio de visitar a mi tocayo en la misión boliviana en Moscú, donde me ofreció una cena junto con los miembros de la Academia de Ciencias de la URSS como invitados.
Fueron innúmeras las veces que nos encontramos en varias capitales del orbe, porque mantuvimos contacto epistolar ininterrumpido. Mis largas ausencias del país no fueron obstáculo para mantener un fluido diálogo intelectual, pues la erudición de Carlos Serrate era de singular lujo. Durante el segundo turno presidencial del Dr. Paz acompañamos al ilustre estadista en sus visitas de Estado a John F. Kennedy, aterrizando en sendos helicópteros en el Rose Garden (Jardín Rosado) de la Casa Blanca. En otra ocasión nos acogió en Los Pinos el mandatario mexicano Adolfo López Mateos. Era la época de las grandes figuras en el primer plano mundial, que visitaban Bolivia como el Mariscal Tito y el General De Gaulle, quienes llegaron a Cochabamba; o el presidente Juscelino Kubitcheck y el Duque de Edimburgo, que lo hicieron a La Paz. En todas esas ocasiones, los dos “Carlos” cooperábamos en edulcorar la mejor imagen de una Bolivia entonces pobre, pero de altiva dignidad y elegante austeridad.
Más tarde, Carlos Serrate dirigió los diarios Hoy y Meridiano, desde los cuales fustigó a las dictaduras militares con tal valentía y aplomo que le costaron pasar varios momentos de peligro. En los últimos años de su vida, Serrate Reich animaba un selecto grupo de intelectuales que nos reuníamos en tertulias dominicales. Era una constelación de talentos diversos, donde primaban (lo que los franceses llaman el “esprit”) las ocurrencias y los chismes sabrosos y oportunos.
La partida de mi querido amigo y contertulio, aunque dolorosa, deja como consuelo la presencia de sus hijos Alejandro y Gonzalo, a quienes les obsequió una educación europea de alto nivel y les inculcó el savoir faire (saber hacer) tan escaso en los tiempos que corren, donde la pasión por la excelencia ha sido sustituida por la insana vulgaridad.
* Doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.