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Ojos que no ven

Allá viene otro, dice uno de nuestros amigos de la población uru murato de Pallapallani, ribereña del lago Poopó, que visitamos el fin de semana para realizar un trabajo periodístico. Otro de nuestros anfitriones uru agrega que el vehículo que levanta la polvareda que observamos en el camino de tierra, casi paralelo a la carretera a Uyuni, es el séptimo que circula por aquella ruta en la última hora. Todos saben, por este altiplano, que se trata de “autos chutos” que ingresan ilegalmente procedentes de Chile.

La comunidad Uru de Pallapallani es vecina del pueblo de Huari, famoso por la cerveza que lleva su nombre. Están a menos de cinco kilómetros de distancia. Ambas poblaciones se miran de frente, así de vecinas son. Y, según las mediciones de Google Maps, Huari está a menos de 20 kilómetros (a media hora en vehículo) de Challapata, que es el centro de una importante región militar asentada en aquella zona.

Como se sabe, desde hace un tiempo las Fuerzas Armadas fueron incorporadas a la lucha contra el contrabando, con capacitación, dotación de tecnología especializada y vehículos. Incluso, con la recompensa de que vehículos incautados pasarán a servir bajo su bandera. Y hasta se creó un viceministerio dependiente del Ministerio de Defensa con la misión de dirigir la lucha contra el contrabando.

Junto con los habitantes indígenas uru, pobladores de Huari, mi colega camarógrafo, nuestros dos guías y mi persona observamos cómo pasan los llamados “autos chutos” hacia el centro del país. Pero los funcionarios de la Aduana Nacional que con seguridad deben estar por allí, al igual que los militares que les colaboran en la lucha contra el contrabando, parecen ignorar lo que pasa (en este caso, nunca mejor empleada la frase) “por sus narices”. He buscado una explicación ante el hecho de que todos vemos pasar a los autos chutos, menos los encargados de evitar que transiten libremente, y la única respuesta que encuentro es que los aduaneros y los militares no los “ven”. No ven lo que todos sí vemos. Sinceramente no se me ocurre otra explicación.

En la población de Huari también observé policías con camionetas. Desayunamos en la misma esquina del mercado. Además de pan y queso, mis acompañantes urus pidieron huevo. Cuando pasaban los chutos levantando polvareda, les pregunté por qué los policías que habíamos visto más temprano no actuaban. Mis compañeros de faena respondieron que no es su función combatir el contrabando.

Esta semana, La Razón publicó fotografías de grandes parques de venta de vehículos chutos en Pampa Colorada, una pequeña población en el norte de Potosí. Y hace poco más de un año llegué a Rurrenabaque en pleno bloqueo de calles que realizaban propietarios y conductores de taxis, autos y motos, porque la Alcaldía les exigía registrarse (no legalizarse ni tener placa, solo registrarse y tener un número), para que puedan acceder a la venta de gasolina en los surtidores de la ciudad. No es difícil adivinar quién se impuso en esa pulseta.

El último viernes, en el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, en la ciudadela militar de Miraflores, se realizó un seminario para militares que participan en la lucha contra el contrabando, aduaneros y autoridades indígenas fronterizas con Chile; a fin de coordinar la lucha contra el contrabando. Después de ver lo que he visto, este seminario me pareció en extremo “alucinante” (así dicen los jóvenes cuando se refieren a algo francamente alucinante).

* Periodista.