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La pataleta de Trump

Como todo el mundo sabe, Donald Trump salió de una reciente reunión sobre infraestructuras hecho un basilisco, al parecer incapaz de controlar su enfado con los comentarios de Nancy D'Alesandro Pelosi (diputada demócrata, presidenta de la Cámara de Representantes), quien señaló que el obstruccionismo del Gobierno en todos los ámbitos, incluida su abierta resistencia a cumplir la ley que le exige al presidente presentar la declaración de su renta, equivale evidentemente al encubrimiento de algo (y puede que de muchas cosas). Y los demócratas deberían estar agradecidos. No me refiero solo a que deberían estar agradecidos por ver a Trump haciendo gala de su incapacidad para ejercer la presidencia, algo evidente desde hace mucho tiempo para los que le observan de cerca, de una manera tan drásticamente trastornada que solo los sectarios no lo ven. También les ha ayudado con un dilema político.

Verán, una gran inversión en infraestructuras es una buena idea a la que los demócratas no podrían oponerse honradamente. Pero también el ayudar a la economía, dar a los ciudadanos la sensación de que se progresa, sería una medida política positiva para Trump, y también lo haría parecer como un presidente más normal. Y a los demócratas les resultaría difícil no hacerle este regalo.

Es cierto que los republicanos parecen capaces de salirse con la suya saboteando descaradamente la economía estadounidense cuando hay un demócrata en la Casa Blanca, pero los demócratas, en parte porque no tienen a Fox News para insistir en que lo negro es blanco y que arriba es abajo, son mucho menos capaces de hacer un despropósito de esta naturaleza. No obstante, Trump les ha solucionado la papeleta.

Lo primero es lo primero: ¿por qué constituye una buena idea invertir en infraestructuras? En parte porque nuestra inversión en esta materia es insuficiente desde hace años. El estado de nuestras carreteras, de las líneas de ferrocarril, de las redes de distribución de agua, etcétera, habla por sí solo. Más allá de eso, la demanda de inversión privada sigue siendo baja, lo que hace que los costes de endeudamiento del Gobierno sean bajos; en realidad, los inversores ruegan a la Administración que les pida una parte de su dinero y haga algo útil con él.

Además de estas consideraciones, el gasto en infraestructuras es especialmente deseable en una economía deprimida, cuando saca partido a recursos sin utilizar de una manera que fomenta el crecimiento a largo plazo. Pero podrán decirme que la economía estadounidense no está deprimida ahora mismo. Por supuesto que no, pero es más frágil de lo que muchos piensan. Cuando se produzca la próxima recesión —y siempre habrá una próxima recesión— la respuesta convencional, bajar los tipos de interés, casi seguro que será insuficiente. Por lo general, cuando estalla una recesión, la Reserva Federal baja los tipos de interés en unos cinco puntos porcentuales. Sin embargo, actualmente los tipos son la mitad de altos, por lo que la Reserva no tendrá mucho margen para reducirlos.

 

Y cuando estalle la recesión, será demasiado tarde para poner en marcha un programa de infraestructuras importante. Es mejor ponerlo en marcha ya. Por tanto, el empujón a las infraestructuras tiene mucho sentido; y también sería una buena política para Trump. Pero dos años y medio después de que el tuitero en jefe haya accedido al cargo, y después de una serie de “semanas de las infraestructuras” que parecen producirse casi con la misma frecuencia que los viajes para jugar al golf del Presidente, no ha sucedido nada. ¿Por qué?

Una de las respuestas es que a los republicanos en el Congreso no les interesa el gasto en infraestructuras. Consideran que cualquier forma de gasto público, independientemente de lo justificado que esté en términos estrictamente económicos, resulta problemático, porque puede parecer que legitima un papel más importante del Gobierno en general.

Otra respuesta es que hasta ahora los funcionarios de Trump no han estado en absoluto dispuestos a plantearse un programa claro y tradicional de infraestructuras, ya saben, eso de construir cosas. En cambio, han propuesto unas colaboraciones público-privadas complejas que en la práctica subvencionarían la privatización de bienes públicos. A los demócratas les ha resultado fácil rechazar estas ideas, porque no tienen realmente nada que ver con las infraestructuras.

Sin embargo, después de las elecciones de mitad de mandato de 2018, daba la impresión de que Trump, con ganas de conseguir una victoria política, estaba dispuesto, por fin, a hablar de un plan de infraestructuras de verdad. Y esto podía convertirse en una trampa para los demócratas, que tendrían dificultades para negarle esa victoria política. Pero no ha sido así.

No intentemos pretender que la salida airada de Trump de la mencionada reunión forma parte de una inteligente estrategia política; no era nada más que un síntoma de su inmadurez e inseguridad, pero incluso más evidente de lo normal. Y el intento de hacer quedar a Pelosi como alguien que ha perdido los papeles es tan ridículo que solo la gente totalmente crédula —es decir, aproximadamente un tercio del país— podría tragárselo. Por eso, si yo fuese Pelosi y Charles Schumer (líder del Partido Demócrata en el Senado), le daría las gracias discretamente a Trump por su pataleta y por evitar que cayesen en una posible trampa política.