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Proceso electoral sin polarización

El proceso electoral ingresará en una fase decisiva en la segunda quincena de julio, después de la inscripción de los binomios presidenciales. Es posible que para entonces algunos partidos desistan de su participación, puesto que las encuestas no les auguran cifras superiores al 3%. Es decir, correrían el riesgo de perder su personería jurídica y, de esta manera, no tendrían opción de participar en las elecciones subnacionales de 2020, donde tienen posibilidades de disputar algunas alcaldías. Esa puede ser una de las escasas novedades de una contienda que, por ahora, presenta algunos rasgos que es preciso destacar. Me refiero a la ausencia de polarización política y una suerte de convergencia de carácter centrípeto.

A diferencia de lo acontecido en Brasil y Colombia en las elecciones de 2018 o de la contienda que se realizará en Argentina, también en octubre de este año (que estuvieron y están signadas por una nítida polarización política), el caso boliviano presenta rasgos disímiles. Si bien existe una división de las preferencias electorales entre dos candidatos, cada uno de los cuales concentra un tercio del electorado (aunque Evo Morales obtiene cada vez mayor distancia respecto a Carlos Mesa), dicha división en las tendencias de votación no expresa una confrontación entre propuestas programáticas ni posiciones irreconciliables entre los actores políticos relevantes. Estamos lejos de la contraposición entre proyectos políticos antagónicos que marcó la primera gestión de Evo Morales y se expresó en una aguda polarización ideológica y conflictividad social.

En esa oportunidad estaban en disputa dos proyectos (Estado plurinacional y autonomías departamentales) que eran enarbolados por poderosas coaliciones con capacidad de movilización callejera y recursos de poder. Los clivajes regional y étnico, y mercado versus Estado, marcaron esa coyuntura, que fue resuelta con la nacionalización de los hidrocarburos y la aprobación de la CPE. En la actualidad el panorama es distinto. Incluso uno de los actores centrales de la coalición opositora al MAS durante el proceso constituyente, me refiero a Oscar Ortiz (quien fue presidente del Senado entre 2008 y 2009), es un candidato que crece de manera incremental en las encuestas, bordeando el 10% de las preferencias de voto.

Es evidente que Carlos Mesa y Oscar Ortiz no ahorran críticas a la gestión gubernamental de Evo ni al “proceso de cambio”. Empero, se concentran en cuestionar la calidad de la gestión pública, marcada a su juicio por la corrupción, o de las instituciones, sobre todo en el sistema judicial o los servicios de salud.

 Es decir que no plantean una propuesta de transformación del modelo económico, y cada día es más débil su apelación a la antinomia entre democracia y dictadura como factor de interpelación electoral. En el caso de Evo Morales, se percibe algo análogo por su apertura a las entidades empresariales y su convocatoria a los sectores medios citadinos, resaltando los logros del crecimiento económico. En suma, no existe un clivaje estructural que se traduzca en polarización política. En esa medida, es posible sostener que predomina una convergencia centrípeta en la contienda electoral. Es decir, prevalece una tendencia de carácter moderado, porque los principales contendientes avanzan al centro del espectro ideológico.

Es cierto que el proceso electoral está en una fase prematura y pueden surgir elementos que modifiquen esta tendencia, pero no deja de ser un aspecto positivo que es preciso tener en cuenta para evitar lecturas apocalípticas.