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Doctor honoris causa para Xavier Albó

Una casa vetusta de estilo republicano, pero remodelada, ubicada a pocos pasos de la plaza principal 14 de Septiembre en Cochabamba, convertida en la residencia “La Esperanza”, sirve para acoger hoy a los jesuitas jubilados. Allí vive Xavier Albó. A sus 85 años no ha perdido la manía de producir textos. Hace poco publicó un libro que recoge testimonios de su vida personal y académica, titulado El curioso, incorregible.

Pero Albó no solo es un curioso tenaz o un incorregible innato, es también un inagotable obrero de ideas. En su cuarto devenido en oficina me encuentro con una imagen entrañable: Xavier teclea suavemente su computadora, armando la bibliografía Don Melchor: el coronel que disparaba colores; es decir, del polifacético artista Melchor Mercado (1816–1871), quien produjo importantes pinturas sobre el paisaje boliviano de su época. Es uno de los mejores textos que escribió, e integrará el Tomo VII de sus obras selectas.

Su mesa de trabajo está atiborrada de objetos alusivos a su labor diaria: papeles, manuscritos, libros, DVD, un teléfono fijo y una computadora en la que trabaja, afanosamente, la edición de uno de sus tomos selectos. En la parte contigua a ese espacio está un escritorio, colmado de recortes periodísticos sobre temas de su interés, los cuales diariamente selecciona. Al respecto revela: “Recorto lo que creo que es importante o interesante. Antes lo hacía para inspirarme y escribir mi columna en La Razón que clausuré a fines del año pasado”. En la pared está colgada la mítica cruz con la hoz y el martillo realizada por Luis Espinal, que fue replicada por el Gobierno para que Evo Morales se la regalara al papa Francisco, en ocasión de su visita a Bolivia.

Quizás esta sea la mejor imagen para ilustrar su inagotable labor para escribir textos, para producir conocimientos. Inclusive hoy que, por su estado de salud, no puede mantenerse en pie mucho tiempo, pero participa en su silla de ruedas en todo acontecimiento académico sobresaliente en Cochabamba, ciudad que le acoge actualmente. Por ejemplo, hace poco me encontré con él. Siempre de buen humor, siempre lúcido, salía de un encuentro de investigadores sociales en el que se debatió sobre los avances y perspectivas de las ciencias sociales en Cochabamba. Me dijeron que su participación fue perspicaz.

Durante una reciente entrevista que le estaba haciendo me interrumpió para pedirme que le llame como todos: “Pajla, por razones obvias”, y sacándose su cachucha me mostró las cicatrices de su operación en su cabeza. Con su humor inconfundible indicó con su pulgar: “Aquí me abrieron el cráneo como hacían los incas. Esa es mi identidad inca. Pero al revés de lo que dice San Juan Bautista: los montes y las quebradas se convertirán en planicies. Pero mi cabeza se convirtió en serranías abruptas”.

La labor académica de Albó no se restringe a ser un “intelectual de escritorio”, sino que ha recorrido por los parajes más recónditos de Bolivia. Allí aprendió, como él dice, el “quechuañol”, y en su paso por una comunidad de menonitas descubrió que había indígenas en situación de esclavitud. Esta sensibilidad social le hizo participar conjuntamente con Luis Espinal, otro jesuita entrañable, en la huelga de las mujeres mineras que abrió el surco del retorno de la democracia durante el régimen de Hugo Banzer.

Por esta su semblanza de intelectual boliviano, a pesar de su origen catalán, y por su compromiso social, especialmente por los más pobres, la Universidad Mayor de San Simón (UMSS) aprobó otorgarle el reconocimiento de doctor honoris causa.

* Sociólogo.