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Trabajo infantil

Mañana se conmemora el Día Mundial contra el Trabajo Infantil, ocasión en la que Estados y sociedades pueden revisar la situación de miles de niños y niñas dedicados a diversas actividades, la mayoría de las cuales pueden ser consideradas trabajo, y por tanto, debieran estar prohibidas para los menores de edad. Bolivia no es la excepción y todavía discute esos límites.

La buena noticia para el país es que el trabajo infantil, es decir la cantidad de niñas y niños que trabajan, se ha reducido en un 50% desde 2008. La mala es que la cifra obtenida en el último estudio del Instituto Nacional de Estadística (INE) sobre este tema es de 393.000 menores de edad dedicado a alguna actividad productiva, lo cual sigue siendo demasiado alto.

Según datos de la Encuesta Nacional de Niños, Niñas y Adolescentes que realizan una actividad laboral (ENNA), efectuada en 2016, en Bolivia hay 257.808 niños y niñas en actividades relacionadas con el sector agropecuario (65,6% del total); 100.608 (25,6%) en el sector comercio, servicios y manufactura; y 34.584 (8,8%) en otros rubros. Es posible que los trabajos considerados peligrosos o insalubres estén en este último porcentaje.

El debate, sin embargo, no está en si esta enorme cantidad de niños y niñas trabajadoras debe dejar de trabajar, sino en qué se considera “trabajo” y si las actividades que se hacen son parte de su socialización o de alguna forma de explotación laboral. Al respecto, el Jefe de la Unidad de Derechos Fundamentales del Ministerio de Trabajo afirma que, en efecto, en el área rural es común que niñas y niños aprendan junto con sus familias a pastar ovejas, acarrear agua o llevar la merienda. “Es parte de la cultura que tenemos y sirve al menor para generar destrezas; está en el ámbito del vivir bien”, asegura.

El máximo ejecutivo de la Federación de Maestros Rurales confirma esta idea, y afirma que luego de esos primeros años, a los 10 o 12 las y los menores ya participan en tareas de siembra y cosecha; y a los 14 o 15 hace labores pesadas como cargar la cosecha o el abono.

Es posible que la situación no sea tan romántica en las otras áreas donde hay niños y niñas trabajando. Considérese, por ejemplo, que quienes trabajan en el rubro “comercio” están vendiendo caramelos y gelatinas en las calles, la mayoría en El Alto, dice la estadística que maneja el Ministerio de Trabajo. La precariedad también debe estar presente en las otras formas de trabajo identificadas, incluso si se dice que los menores ayudan a sus familias.

Es, pues, una buena ocasión para recordar que no basta con escuchar las demandas de niñas y niños, y componer conmovedores discursos en su honor. Lo que urge es revisar las políticas públicas para mejorarlas y seguir creando incentivos para que las y los menores no dejen de estudiar, incluso si eso implica un doble esfuerzo laboral.