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¿Piensan los árboles?

T engo la mala costumbre de comentar libros en mi columna. Soy un worm book (un gusano de biblioteca) impenitente e incorregible, y ya no tengo edad para cambiar de hábitos. Confieso también que tengo aversión contra los libros que se convierten en grandes éxitos comerciales y en modas efímeras; prefiero, por esnobismo, leer textos raros, complejos y extravagantes. Pero La Vida Secreta de los Arboles, de Peter Wohlleben (más de medio millón de ejemplares vendidos y traducido a 20 idiomas) me ha sorprendido y encantado.

Para comprender qué es un árbol tienes que perderte en un bosque. Sucede que siempre es de noche en los grandes bosques: la vida secreta de los arboles acontece en un mundo subterráneo desconocido para los hombres. La mitad de la biomasa de un bosque se encuentra por debajo de la superficie y es invisible para el ojo humano. El árbol solitario que crece en la ciudad es un huérfano que sufre. En cambio, el bosque es una comunidad vegetal solidaria (análoga a la humana). Los árboles se comunican entre sí, cuidan a sus hijos y a sus viejos y enfermos vecinos. Son sensibles y tienen recuerdos de otros siglos.

Para el autor, un guardabosque alemán, filósofo de la naturaleza, el bosque es una “red microrrítica” (una especie de internet vegetal) que conecta las plantas y los hongos y nos aproxima a la idea de solidaridad y “supervivencia poblacional”, la cual ocurre a través del transporte de carbono, agua, nitrógeno y otros nutrientes. A su manera, los árboles también hablan entre sí. Su lenguaje son las sustancias odoríferas. Cuando se aproxima un peligro, dice, la acacia alerta a sus hermanas emitiendo etileno, un gas de alarma.

¿Piensan los árboles? Peter Wohlleben deja abierta esa posibilidad. Las raíces serían su cerebro, cuando ellas encuentran sustancias toxicas, analizan la situación y transmiten información a otras partes del árbol para contornear los obstáculos. En su opinión, los árboles comparten numerosas facultades con los animales, aunque éstos practican la ingesta de organismos vivos y aquellos, la fotosíntesis. Naturalmente, estas afirmaciones han hecho levantar la ceja a eminentes biólogos que critican el “misticismo” y la excesiva “espiritualidad” de Wohlleben.

No estoy en la capacidad de zanjar el debate científico sobre la inteligencia colectiva de los bosques. Pero también me resulta obvio, desde la filosofía de Spinoza y la poética de la naturaleza de Goethe y Bachelard, pasando por los libros de Michael Serres, que los bosques son entidades inteligentes: crean afectos y son afectados. Su vida secreta y su apariencia producen en mí una empatía desconocida. No hay nada que me produzca más emoción que perderme en un bosque, y en esos momentos me parece obvio que las raíces piensan y los follajes susurran.

* Sociólogo.