Delon: un ídolo políticamente incorrecto
Alain Delon recibió la Palma de Oro de Honor en reconocimiento a las 89 películas en las que fue la ‘estrella’.

Desde tempranas horas comenzó a formarse la cola para ingresar al elegante Teatro Debussy, donde galancetes enfundados en sus esmóquines y féminas en traje de coctel y tacones altos, tal como exige el código vestimentario del Festival de Cannes, alternaban extasiados la posibilidad de participar en el homenaje a Alain Delon, quien recibiría la Palma de Oro de Honor en reconocimiento a sus 62 años como actor y a las 89 películas en las que fue la principal “estrella”.
Cuando empezamos a montar la escalinata de alfombra roja, los murmullos cesaron y de pronto nos encontramos ocupando las 1.200 plazas reservadas para el evento. Al anuncio de la entrada triunfal de Delon, todos de pie aplaudieron al ídolo irremplazable de su generación, particularmente aquellas damas de hermosura marchita que musitaban “comment il était beau” (cual bello era). Seguramente fue para Alain su día más glorioso, ante las estruendosas ovaciones que duraron 15 minutos.
Una vez en escena, el director del Festival de Cannes, Thierry Frémaux, rememoró los logros del homenajeado, para enseguida convocar a Anouchka, la hija predilecta del comediante, una beldad toda bronceada que fue la encargada de entregar el galardón a su padre con emotivas palabras que arrancaron lagrimas del aludido.
En breve discurso, Delon dijo que el premio lo recibía no como fin a su carrera, sino como despedida a su vida, “porque sé que pronto partiré”. Ante el exabrupto, el público exclamó al unísono “No, no, no”. Con llantos a granel, se apagaron las luces y se inició la proyección de Mr. Klein, la cinta de Joseph Losey, que en 1976 recordaba los años aciagos de la ocupación nazi. A sus 83 años, Delon no sólo cuenta con una multitudinaria admiración, también tiene sus detractores, quienes incluso intentaron revertir el trofeo acusándolo de homofóbico, de manos violentas con sus cónyuges y apegado a posiciones de extrema derecha.
Ese mismo día observé la cinta Libertad, de Albert Serra, cuyos osados episodios parecían salidos de los mórbidos sueños del Marqués de Sade. Tantos traseros desnudos y colgandijos masculinos daban la impresión de un enorme mingitorio unisex, en vez de los jardines versallescos donde se sitúa la fábula, con ancianos de cabellera empolvada y damiselas en flor.
Que contraste, con Retrato de la chica en fuego (Portrait de la jeune fille en feu), dirigida por Celine Sciamma, cinta que desarrolla un amor lésbico dulce y enternecedor entre una pintora y su modelo, prisioneras de irrefrenable deseo en un castillo campestre. Fotografía maravillosa y fondos musicales de celestial mesura.
Cannes es el camino a la fama tanto para noveles productores como para actores y actrices debutantes pero plenos de ambición; aunque a veces ser tolerante con la mediocridad es tarea difícil, como ocurre con la película Frankie, de Ira Sachs, cuyos diálogos triviales en Sintra (Portugal), cuentan los días terminales de aquella artista que reúne a sus familiares y amistadas más cercanas para despedirse de este mundo. El tedio venció a mi compasión y salí de la sala, a media película, vociferando mi descontento.