Privatización, amiguismo y acuerdos comerciales
Todos los que han seguido la visita de Donald Trump a Reino Unido seguramente tienen una escena preferida del desastre diplomático. Pero el momento que más ha contribuido a envenenar las relaciones con nuestro tradicional aliado europeo —y a truncar cualquier posibilidad que hubiese de alcanzar el “tremendo acuerdo comercial” con el Reino Unido que Trump pretendía ofrecer— fue la aparente insinuación de Trump de que ese convenio implicaría abrir el Servicio Nacional de Salud británico (NHS, por sus siglas en inglés) a las empresas privadas estadounidenses.
Tal proposición dice mucho sobre las cualidades de nuestro Presidente, sobre quien lo mejor que alguien puede decir en su defensa es que no sabe de qué está hablando. Sin embargo, sí que sabe qué es el Servicio Nacional de Salud británico, solo que no entiende cuál es su función en la vida del Reino Unido. Al fin y al cabo, el año pasado tuiteó que los británicos se manifestaban en las calles para protestar contra un sistema sanitario que “iba a la quiebra y no funcionaba”. En realidad, las manifestaciones eran a favor del NHS y demandaban más financiación pública.
Pero olvidémonos de lo que le pasaba al Presidente por la cabeza y centrémonos en el hecho de que ningún político estadounidense, y Trump menos que ninguno, tiene derecho a dar consejos a otros países sobre la atención sanitaria. Tenemos el sistema sanitario que peor funciona del mundo avanzado, y Trump está haciendo todo lo posible para deteriorarlo aún más. Resulta que los sistemas sanitarios británico y estadounidense se encuentran en los dos extremos de un espectro definido por las funciones relativas del sector privado y del público.
Aunque la Ley de Asistencia Sanitaria Asequible (conocida como Obamacare) amplió la cobertura y aumentó el papel de Medicaid (la asistencia de salud para personas sin recursos), la mayoría de los estadounidenses siguen contratando seguros médicos (si es que los tienen) con empresas privadas, y reciben atención sanitaria en hospitales y clínicas con ánimo de lucro. En otros países, como Canadá, el Gobierno paga las facturas, pero los centros sanitarios son privados. Sin embargo, Reino Unido tiene una medicina verdaderamente socializada: el Gobierno es propietario de los hospitales y paga a los médicos.
Entonces, ¿cómo funciona ese sistema? Mucho mejor que en los sueños de la filosofía conservadora. En primer lugar, las facturas médicas no son un problema para las familias británicas. No tienen que preocuparse por arruinarse por el costo de un tratamiento o por tener que renunciar a la atención básica porque no pueden permitirse los pagos de los tratamientos.
Podrían pensar que proporcionar este tipo de cobertura universal es prohibitivamente caro. Sin embargo, en realidad, Gran Bretaña gasta menos de la mitad por persona en atención sanitaria de lo que se paga en Estados Unidos. ¿Es buena la atención sanitaria? A juzgar por los resultados, sí. Los británicos tienen una esperanza de vida más alta que los estadounidenses, una mortalidad infantil mucho más baja, y también una “mortalidad relacionada con la atención sanitaria” mucho más baja. ¿Significa esto que Estados Unidos debería adoptar un sistema como el británico? No necesariamente. Resulta que existen muchas maneras de prestar una atención sanitaria universal: el sistema canadiense de pagador único también funciona, como también lo hacen los sistemas en los que hay competencia entre prestatarios privados, como en Suiza, siempre que el Gobierno haga un buen trabajo a la hora de regular y proporcione ayudas adecuadas para las familias de rentas bajas.
Sin embargo, el Servicio Nacional de Salud británico funciona correctamente. Tiene sus problemas —¿qué sistema no los tiene? — pero hay razones para que a los británicos les encante. Ahora bien, mi experiencia a la hora de tratar con conservadores en temas relacionados con la atención sanitaria es que simplemente se niegan a creer que los sistemas de otros países funcionen mejor que el de Estados Unidos. Su ideología dice que el sector privado siempre es mejor que el Gobierno, y esto pesa más que cualquier evidencia.
De hecho, les lleva a rechazar las partes de nuestro sistema gestionadas por el Gobierno que funcionan bastante bien. Lo que me lleva a la razón por la que Trump es la última persona que debería criticar al NHS.
Verán, Estados Unidos tiene su propia versión en miniatura del NHS: la Administración Sanitaria de los Excombatientes (VHA) perteneciente al Departamento de Asuntos de los Excombatientes, que gestiona una red de hospitales y clínicas. Y al igual que el Servicio Nacional de Salud británico, el VHA funciona bastante bien.
Algunos de ustedes probablemente se muestren incrédulos, porque han oído cosas terribles sobre la Administración Sanitaria de los Excombatientes, como las historias sobre su enorme ineficacia y las largas esperas para recibir un tratamiento. Pero existe una razón por la cual han oído estas historias: han sido difundidas por políticos y organizaciones de derechas que se aprovechan de los casos problemáticos para utilizarlos como parte de su campaña para privatizar el sistema.
Según estudios independientes, lo cierto es que, por lo general, los tiempos de espera del VHA son inferiores a los del sector privado, y sus hospitales prestan una mejor atención sanitaria. Sin embargo, este buen historial podría cambiar pronto. Históricamente, la política de la Administración Sanitaria de los Excombatientes, como la política del NHS, la han establecido en gran parte los profesionales médicos. Pero una noticia publicada el año pasado por ProPublica revelaba que gran parte de la política del Departamento de Asuntos de los Excombatientes está siendo dictada no por funcionarios debidamente nombrados, sino por un trío de amiguetes de Trump a los que los enterados llaman “la gente de Mar-a-Lago”.
Por cierto, el que lidera esa troika es Ike Perlmutter, el presidente de Marvel Entertainment. Y si creen que la influencia de Perlmutter reducirá los costes y mejorará la atención sanitaria para los excombatientes de nuestro país, probablemente también crean que el Capitán América existe de verdad.
Lo que nos lleva otra vez a los comentarios sobre el Servicio Nacional de Salud británico. Independientemente de lo que el Presidente pensase que estaba diciendo, el país anfitrión tenía todas las razones del mundo para interpretarlos como una insinuación de que un acuerdo comercial llevaría la privatización y el amiguismo a lo Trump a la atención sanitaria británica. Y eso sí que sería, en efecto, “tremendo”.