La desertificación es una forma elegante de decir que el suelo se está volviendo un desierto”. Así alertaba Allan Savory del avance de las tierras muertas en las que no crece ni pasto ni arbusto, incluso en lugares donde llueve unos pocos meses al año. Lo dijo en febrero de 2013 en una charla TED, un evento en el que pensadores del mundo comparten durante unos 20 minutos lo que más les apasiona. Pero el ecologista de Zimbabue tenía un mensaje de esperanza. Hay solución: la caca de vaca.

Conocido como manejo holístico, el sistema de Savory consiste en dejar que los rumiantes se alimenten durante un tiempo en territorios donde hay pastos, orinen y defequen en el lugar para abonar el terreno, y dejar descansar después ese espacio para que la hierba vuelva a crecer. Esto fue lo que un equipo del nodo español del Instituto Savory (AleJAB) le expuso a trabajadores de Acción Contra el Hambre. Ambas entidades decidieron entonces probar este modelo en el distrito de Keita, en Níger, donde la desertificación y la sequía están detrás de los altos índices de inseguridad alimentaria (el 40% de los hogares la sufre cada año). Lo han hecho este año y el proyecto piloto ha funcionado.

“Supone un cambio de paradigma, porque la ganadería permanente, junto con los monocultivos de cereales, están relacionados con la degradación de los suelos”, explica el agrónomo Joaquín Cadario, coordinador del proyecto. El suelo desnudo, cuando llega la época de lluvia (que en Keita se prolonga unos dos o tres meses), se degrada mucho más porque está desprotegido. “Se compacta y cuando llega la siguiente temporada de precipitaciones, el agua no penetra, se pierde; lo que provoca que haya baja producción de cultivos y de pastura”, detalla. “Es un círculo vicioso”.

Las heces y orines de las propias vacas, sin embargo, son el abono natural que esos suelos pelados, secos y compactos necesitan. Pero es necesario que después se deje descansar el terreno para permitir que la naturaleza siga su curso. Eso fue lo que probaron en una parcela en Keita, una zona especialmente afectada por la desertificación y el hambre. Para ello, convencieron a los habitantes de tres pequeñas comunidades para que hicieran pernoctar a sus 18 vacas en un perímetro cercado durante una semana. Después, se cerró al paso de los animales. “En solo ocho semanas el pasto volvió a crecer”, afirma Cadario con entusiasmo. “Es un círculo virtuoso”.

La siguiente fase, que la ONG va a iniciar en julio de 2019, es ampliar el área de acción a 12 aldeas que suman 12.000 habitantes. “En las pequeñas parcelas demostrativas ha funcionado, pero para trasladarlo a una comunidad más grande hay que planificar el territorio”, aclara el experto. Llega el momento de volver a terreno, reunirse con los líderes del lugar y los ciudadanos, y también con los trashumantes que pasan por la zona dos veces al año, para elaborar un plan de gestión. Que todos respeten el descanso de las áreas abonadas es fundamental.

Esta es la parte innovadora de su proyecto, destaca Cadario. “Hasta ahora, la mayoría de los campos en los que se hace un manejo holístico, que suman unos 9 millones de hectáreas, son privados. Es decir, hay un solo tomador de decisiones y es más sencillo. Nosotros tenemos que aunar 12.000 voluntades para crear un modelo de gestión del territorio”. No cree que convencer a los vecinos vaya a ser imposible, el ejemplo de las parcelas demostrativas y el trabajo de la ONG en la zona durante 15 años “va servir para que haya buena acogida a este sistema y luchar contra la desertificación”, considera.

Con caca de vaca y tiempo de relax, el suelo del desierto del Sahel podrá absorber los 300 litros por metro cuadrado al año de precipitaciones, concentradas en dos o tres meses, y ser fértiles otra vez. Algo “clave”, en un continente especialmente golpeado por las crisis climáticas, en el que 45 millones de personas en 18 países necesitan ayuda humanitaria por culpa de las sequías.