Voces

Wednesday 18 Sep 2024 | Actualizado a 12:00 PM

La deficiente política exterior de Trump

Trump toma decisiones apresuradas, sin pensar si cuenta con un plan bien reflexionado y metas claras

/ 22 de junio de 2019 / 12:31

Trump estaba seguro de que la política exterior iba a ser algo fácil y obvio. En su opinión, era evidente que Barack Obama carecía de las cualidades necesarias para ponerles un alto a Irán y a Corea del Norte. Pero no había nada que temer: Trump le demostraría a todo el mundo cómo hacerlo.

A los norcoreanos les dijo que si EEUU se veía obligado a defenderse y a defender a sus aliados de un ataque con misiles, no le quedaría “más remedio que destruir por completo a Corea del Norte”. En cuanto a Irán, tuiteó: “Si Irán quiere pelear, será el fin oficial de Irán”. ¡Qué susto, el fin oficial de Irán! ¿Y eso qué significa? ¿Lanzaremos un arma nuclear en Irán, un país con 80 millones de habitantes? ¿Dejaremos a Corea del Norte con tanta radiación que brille en la oscuridad, pero sin ocasionarles ningún daño a Corea del Sur, Japón y China? En realidad, son expresiones que solo utilizaría alguien que desconoce por completo el poder militar y se ha fabricado una idea exagerada de lo que este puede lograr. Esas frases solo podrían salir de la boca de alguien que actúa como comandante en jefe… en un programa de televisión.

Los casos de Irán y Corea del Norte han hecho patente la debilidad de tener un Presidente que cuenta con los instintos correctos en algunos temas de política exterior (como la necesidad de confrontar a China en lo referente a los intercambios comerciales o el deseo de mejorar el convenio con Irán); pero que toma decisiones apresuradas, sin detenerse a pensar si cuenta con un plan bien reflexionado y metas claras, un equipo sólido de seguridad nacional para poner en marcha lo que quiere, o una coalición amplia de aliados que puedan ayudarle a mantener una confrontación prolongada, y sin la menor consideración por la regla cardinal que aplicaba el exsecretario de Defensa Jim Mattis en todo conflicto armado: “El enemigo tiene voto”.

Desglosemos estas ideas. ¿Alguien sabe si la meta de Trump en el caso de Irán o Corea del Norte es, como preguntó Robert Litwak (experto del Centro Wilson en países rebeldes), un “cambio transformativo del régimen” o un “acuerdo para transigir”, en cuyo caso tendríamos que renunciar a algo para obtener una concesión a cambio?

En el caso de Irán, Trump y su equipo han dado tumbos a diestra y siniestra. Después de que Trump retiró a Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán (con todo y que ese país se había sujetado a sus términos), su ambicioso y psicopático secretario de Estado, Mike Pompeo, dio un discurso en el que identificó 12 elementos que Irán debía cambiar tanto al interior como hacia el exterior, una serie de exigencias equiparables a un cambio de régimen.

Obama, en contraste, no ocultó la naturaleza de su acuerdo con Irán en 2015. Era solo de transigencia; prácticamente, su único objetivo era garantizar que durante 15 años Irán tuviera prohibido construir un arma nuclear. Obama esperaba (aunque no lo predijo) que, gracias al acuerdo de eliminar las sanciones económicas a cambio de que Irán abandonara durante 15 años su programa de armas nucleares, la nación persa se abriera más al mundo y así se fortalecieran sus fuerzas más moderadas. Esto último no ocurrió. Irán se convirtió en un actor regional más agresivo hacia las naciones árabes sunitas vecinas. Sin embargo, tampoco hizo nada que representara una amenaza para EEUU y en realidad fue un aliado tácito para derrotar al Estado Islámico en Siria e Irak.

Trump, a su vez, intentó opacar a Obama con el programa de 12 pasos de Pompeo. Por desgracia, no le funcionó. Ahora se dice que el contrataque de Irán (en respuesta a la salida de EEUU del acuerdo nuclear y la imposición de sanciones diseñadas para reducir a cero las ventas petroleras de Irán) ha consistido en desplegar elementos y agentes encubiertos para atacar a los buques tanque que atraviesan el golfo Pérsico, con lo que obliga a Estados Unidos a proteger esos corredores marítimos.

Se trata de una acción muy costosa para EEUU, e implica un desgaste excesivo para la Fuerza Naval. Necesitamos aliados para confrontar esta estrategia iraní de manera exitosa. Pero Trump ha ido alejando a nuestros aliados con sus mentiras incesantes, por la decisión de imponer aranceles a sus productos y por no darle importancia a su interés en renegociar el acuerdo nuclear con Irán con ciertas limitaciones.

Trump podría haber dialogado con Alemania, Francia, el Reino Unido, Rusia y China para intentar mejorar el acuerdo con Irán. Podría haber propuesto que se exigiera a los iraníes mantener congeladas sus armas nucleares 10 años más (una ampliación de 15 a 25 años) y que sus pruebas de misiles quedaran restringidas al área del Medio Oriente. Con tales propuestas es muy probable que Trump hubiera logrado mejoras aceptables al acuerdo. En vez de eso, pretendió demostrar que podía transformar a Irán y ser mejor que Obama.

Ahora que esa ambición ha producido una crisis, Pompeo y Trump han comenzado a desdecirse; y así le dan al mundo el mensaje de que no les interesa un cambio de régimen, sino recurrir a la diplomacia e incluso sostener conversaciones con el Presidente de Irán. No obstante, al menos por el momento, los iraníes, que sufren consecuencias económicas dolorosas, han decidido forzar la mano de Trump. No solo se supone que han atacado los corredores marítimos, sino que anunciaron planes de aumentar el nivel de enriquecimiento de uranio con el objetivo de llegar al nivel apto para armas nucleares. El conflicto puede escalar a niveles peligrosos.

Entre tanto, en Corea del Norte, según señala Litwak, la Administración Trump ha adoptado su propia versión de la misma postura que le criticaba al gobierno de Obama: la “paciencia estratégica”. Trump ha decidido ignorar crecientes pruebas de que el régimen de Kim sigue desarrollando misiles capaces de alcanzar a EEUU. Como en el caso de Irán, afirma Litwak, para resolver el estancamiento con Corea del Norte es necesario olvidar la meta transformadora (la desnuclearización total e inmediata) y optar por transigir (un congelamiento verificado del arsenal nuclear y el programa de misiles de Corea del Norte para evitar que una situación negativa se agrave).

Reducir las armas nucleares a cero sencillamente no es una opción que Corea del Norte quiera poner sobre la mesa de negociación, pues la familia Kim siempre las ha considerado esenciales para la supervivencia del régimen. Además, en vista de que a Trump le bastó un tuit para desbaratar el acuerdo nuclear con Irán, no es probable que Kim Jong-un quiera colocarse en la misma posición de vulnerabilidad. Cuando el periodista George Stephanopoulos, de ABC News, preguntó sobre los informes de violaciones recientes de Corea del Norte a sus acuerdos con Trump, Trump respondió: “No sé. Espero que no. Me prometió que no lo haría”.

Esto es lo que conseguimos por tener un Presidente que actúa por instinto en vez de elaborar planes a conciencia, que está encantado con los dictadores y hace a un lado a nuestros aliados democráticos, que cuenta con el respaldo de un partido y una red televisora que se conforman con repetir como merolicos todo lo que dice y nunca lo cuestionan, que piensa que el enemigo no puede opinar y que no comprende la regla básica de la política para Medio Oriente. En aquella región lo opuesto de “malo” no es “bueno”. Allí, lo contrario de malo es, por lo regular, desorden y algo “peor”. Hay que tener cuidado con lo que uno pide.

Si Trump se hubiera conformado con hacerle pequeños ajustes al acuerdo con Irán para mantener su programa nuclear suspendido 25 años, y si no se hubiera propuesto transformar a la nación persa para demostrar que puede superar radicalmente a Obama, estaríamos en una situación mucho mejor que la actual. En fin, estamos como estamos. “Irán y Corea del Norte no responden a las presiones, pero si no hay presiones tampoco responden”, concluye Litwak.

Así que vayamos aceptando la realidad. Ninguno de estos regímenes se verá forzado a cometer un suicidio, y tampoco vamos a sumirnos en una guerra para “ponerle fin oficial” a ninguno de ellos, si es posible evitarlo. Así que este es el mensaje para Trump: si lo que quieres es superar a Obama, la única forma de hacerlo es en la mesa de negociaciones. En ese caso, si pretendes tener éxito, tendrás que aceptar el mismo tipo de acuerdo que concretó Obama y transigir. Si logras mejores términos, que Dios te bendiga. Pero tampoco creas que te vas a salir con la tuya sin darles algo a cambio. Ah, y más te vale estar preparado para que los gruñones de Fox. (22/06/2019)

Comparte y opina:

Joe Biden debe retirarse

Thomas Friedman

/ 29 de junio de 2024 / 03:13

Vi el debate Biden-Trump solo en una habitación de hotel de Lisboa y me hizo llorar. No puedo recordar un momento más desgarrador en la política de la campaña presidencial estadounidense en mi vida, precisamente por lo que reveló: Joe Biden, un buen hombre y un buen presidente, no tiene por qué postularse para la reelección. Y Donald Trump, un hombre malicioso y un presidente mezquino, no ha aprendido nada ni olvidado nada. Es la misma manguera de mentiras que siempre fue, obsesionado con sus quejas, ni mucho menos de lo que se necesitará para que Estados Unidos lidere en el siglo XXI.

La familia Biden y el equipo político deben reunirse rápidamente y tener la conversación más difícil con el presidente, una conversación de amor, claridad y determinación. Para darle a Estados Unidos la mayor posibilidad posible de disuadir la amenaza de Trump en noviembre, el presidente tiene que presentarse y declarar que no se presentará a la reelección y que liberará a todos sus delegados para la Convención Nacional Demócrata.

El Partido Republicano, si sus líderes tuvieran un ápice de integridad, exigiría lo mismo, pero no lo hará, porque no la tienen. Eso hace que sea aún más importante que los demócratas pongan los intereses del país en primer lugar y anuncien que comenzará un proceso público para que diferentes candidatos demócratas compitan por la nominación.

Si la vicepresidenta Kamala Harris quiere competir, debería hacerlo. Pero los votantes merecen un proceso abierto en busca de un candidato presidencial demócrata que pueda unir no solo al partido sino también al país, ofreciendo algo que ninguno de los dos presentes en el escenario de Atlanta hizo el jueves por la noche: una descripción convincente de dónde está el mundo en este momento y una visión convincente de lo que Estados Unidos puede y debe hacer para seguir liderándolo: moral, económica y diplomáticamente.

Porque no estamos en un momento cualquiera de la historia. Nos encontramos en el comienzo de las mayores disrupciones tecnológicas y climáticas de la historia de la humanidad. Estamos en los albores de una revolución de la inteligencia artificial que va a cambiar todo para todos.

Si alguna vez hubo un momento en que el mundo necesitó un Estados Unidos en su mejor momento, liderado por sus mejores, es ahora, porque ahora nos aguardan grandes peligros y oportunidades. Un Biden más joven podría haber sido ese líder, pero el tiempo finalmente lo alcanzó. Y eso quedó dolorosa e ineludiblemente obvio el jueves.

Si corona su presidencia ahora, reconociendo que debido a su edad no está preparado para un segundo mandato, su primer y único mandato será recordado como una de las mejores presidencias de nuestra historia. Nos salvó de un segundo mandato de Trump, y solo por eso merece la Medalla Presidencial de la Libertad, pero también promulgó una legislación importante y crucial para enfrentar las revoluciones climática y tecnológica que ahora se avecinan.

Hasta ahora había estado dispuesto a darle a Biden el beneficio de la duda, porque durante las veces que hablé con él personalmente, me di cuenta de que estaba a la altura de la tarea. Está claro que ya no lo está. Su familia y su personal deben haberlo sabido. Han estado encerrados en Camp David preparándose para este debate trascendental durante días. Si esa es la mejor actuación que pudieron lograr de él, es hora de que mantenga la dignidad que se merece y abandone el escenario al final de este mandato.

Si lo hace, el estadounidense común elogiará a Joe Biden por hacer lo que Donald Trump nunca haría: poner al país por delante de sí mismo. Si insiste en postularse y pierde ante Trump, Biden y su familia (y su personal y los miembros del partido que lo permitieron) no podrán dar la cara. Ellos merecen algo mejor. Estados Unidos necesita algo mejor. El mundo necesita algo mejor.

Thomas L. Friedman es columnista de The New York Times.

Comparte y opina:

EEUU esquivó una flecha

/ 12 de noviembre de 2022 / 01:25

Las elecciones del martes en Estados Unidos fueron la prueba más importante desde la Guerra de Secesión para determinar si el motor de nuestro sistema constitucional —nuestra capacidad para el traspaso pacífico y legítimo del poder— permanece intacto. Y parece haberla superado, un poco maltrecho, pero bien.

No estoy ni mucho menos preparado para anunciar que el peligro ya ha pasado, para afirmar que ningún político estadounidense volverá a tener la tentación de postularse con una campaña basada en el negacionismo electoral. Pero, dado el insólito nivel de enaltecimiento del negacionismo electoral alcanzado en estas elecciones de mitad de mandato, y el batacazo que se han llevado varios imitadores de Trump, figuras de cabeza hueca que centraron sus campañas en el negacionismo, es posible que hayamos esquivado una de las mayores flechas dirigidas al corazón de nuestra democracia.

Sin duda, podría haber otra flecha apuntada hacia nosotros en cualquier momento, pero el conjunto del sistema electoral estadounidense ha parecido funcionar de modo admirable, casi ignorando los dos últimos años de controversia, para reducirla a lo que siempre fue: la vergonzosa elucubración de un hombre y de sus aduladores e imitadores más desvergonzados. Dada la amenaza que representaron los negacionistas trumpistas para la aceptación y la legitimidad de nuestras elecciones, esto significa mucho.

No podría llegar en mejor momento, cuando los dirigentes de Rusia y China han manipulado sus sistemas para atrincherarse en el poder más allá de los plazos establecidos para sus mandatos.

De hecho, en mayo, en el discurso que pronunció en la ceremonia de graduación de la Academia Naval de Estados Unidos, el presidente Biden contó lo que le dijo el presidente de China, Xi Jinping, al felicitarlo en 2020 por su victoria electoral: “Dijo que las democracias no se pueden sostener en el siglo XXI, que las autocracias gobernarán el mundo. ¿Por qué? Las cosas están cambiando muy rápidamente. Las democracias requieren consenso, y eso lleva tiempo, y no se tiene el tiempo”.

Por esa razón, tanto Xi Jinping como el presidente de Rusia, Vladimir Putin —y el líder supremo en Irán, que ahora se enfrenta a la rebelión encabezada por las mujeres iraníes— también perdieron el martes por la noche. Porque, cuanto más salvaje e inestable sea nuestra política, menos capaces somos de traspasar pacíficamente el poder y más fácil les resulta a ellos justificar que nunca se haga.

Sin embargo, aunque el negacionismo electoral como mensaje ganador se llevó un varapalo esta semana, ninguna de las cosas que siguen carcomiendo los cimientos de la democracia estadounidense ha desaparecido.

Hablo de cómo nuestro sistema de elecciones primarias, la manipulación de circunscripciones electorales llamada gerrymandering y las redes sociales han confluido para envenenar continuamente nuestro diálogo nacional, polarizar continuamente nuestra sociedad en tribus políticas y erosionar continuamente los dos pilares gemelos de nuestra democracia: la verdad y la confianza.

Sin ser capaces de ponernos de acuerdo en qué es verdad, no sabemos por dónde ir. Y, sin ser capaces de confiar unos en otros, no podemos dirigirnos allí juntos. Y todas las cosas grandes y difíciles necesitan que las hagamos juntos.

Así que nuestros enemigos harían bien en no darnos por muertos, pero mejor haríamos nosotros en no extraer la conclusión de que, como hemos evitado lo peor, hemos asegurado lo mejor de cara al futuro.

No todo va bien. Salimos tan divididos de estas elecciones como entramos en ellas. Yo no lo sé, pero, si estas elecciones son una señal de que, al menos, estamos alejándonos del abismo, es porque aún hay un número suficiente de estadounidenses en este campo independiente o centrista que no quieren seguir abundando en las quejas, las mentiras y las fantasías de Donald Trump, conscientes de que están llevando a la locura al Partido Republicano y enturbiando el país entero. Tampoco quieren verse esposados por los agentes del orden concienciado o woke de la extrema izquierda, y les aterra que se extienda el tipo de violencia política enfermiza que acaba de visitar al marido de Nancy Pelosi.

Tenemos una gran deuda, por mantener vivo este centro, con los representantes republicanos Liz Cheney y Adam Kinzinger y la representante demócrata Elaine Luria. Los tres ayudaron a iniciar la investigación sobre el 6 de enero en el Congreso y, en consecuencia, acabaron expulsados de su cargo. Pero el mensaje que el comité envió a los suficientes votantes contribuyó sin duda a la ausencia de la ola pro-Trump en estas elecciones de mitad de mandato.

En resumen: no nos ha salido un certificado médico perfecto. Nos ha salido el diagnóstico de que nuestros glóbulos blancos políticos hicieron lo justo para repeler la infección con metástasis que amenazaba con matar el conjunto de nuestro sistema electoral. Pero esa infección sigue ahí, y por eso el médico nos aconsejó: “Mantén conductas sanas, recupera fuerzas y vuelve dentro de 24 meses a hacerte otro examen”.

Thomas L. Friedman es columnista de The New York Times.

Comparte y opina:

Cómo derrotar a Putin

/ 21 de septiembre de 2022 / 01:22

Mientras que algunos soldados rusos en Ucrania están votando con sus pies en contra de la vergonzosa guerra de Putin, su retirada veloz no significa que Putin vaya a rendirse. De hecho, la semana pasada abrió un nuevo frente: contra la energía. El Presidente de Rusia cree que ha encontrado una guerra fría que podría ganar y va a intentar congelar a Europa este invierno, literalmente, al cortar los suministros del gas y el petróleo rusos para presionar a la Unión Europea hasta que abandone a Ucrania.

Ojalá pudiera decir con certeza que Putin fracasará y que los estadounidenses lo vencerán en producción. Y ojalá pudiera escribir que Putin se arrepentirá de sus tácticas, porque a la larga transformarán a Rusia de ser un zar de la energía para Europa a una colonia energética de China, donde ahora Putin está vendiendo mucho de su petróleo a un precio descontado para compensar su pérdida de los mercados occidentales.

Sí, ojalá pudiera escribir todas esas cosas. Pero no puedo, a menos que Estados Unidos y sus aliados de Occidente dejen de vivir en un mundo de fantasía verde en el cual podemos pasar de los combustibles fósiles contaminantes a una energía renovable limpia con solo encender un interruptor.

Antes de que comenzara la guerra en Ucrania, Rusia suministraba casi el 40% del gas natural y la mitad del carbón que Europa utilizaba para calefacción y electricidad. La semana pasada, Rusia anunció que suspendería la mayoría de los suministros de gas a Europa hasta que se le levanten las sanciones occidentales. Putin también ha prometido cortar todos los cargamentos de petróleo a Europa si los aliados occidentales llevan a cabo su plan de limitar lo que pagan por el petróleo ruso.

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, acaba de dar un gran impulso a la producción de energía limpia del país con su proyecto de ley sobre el clima, que también fomenta la producción de gas y petróleo más limpios mediante incentivos inteligentes para frenar las fugas de metano de los productores de petróleo y gas, y motivando a éstos a invertir más en tecnologías de captura de carbono.

Pero el factor más importante para ampliar rápidamente nuestra explotación de petróleo, gas, energía solar, eólica, geotérmica, hidroeléctrica o nuclear es dar a las empresas que las buscan (y a los bancos que las financian) la certeza normativa de que, si invierten miles de millones, el Gobierno los ayudará a construir con rapidez las líneas de transmisión y los oleoductos para llevar su energía al mercado.

A los ecologistas les encantan los paneles solares, pero odian las líneas de transmisión. Quiero ver cómo logran salvar el planeta con ese enfoque.

No sé quién es más irresponsable: los progresistas moralistas que quieren una inmaculada revolución verde de la noche a la mañana, con paneles solares y parques eólicos, pero sin nuevas líneas de transmisión ni oleoductos, o los cínicos y falsos republicanos que prefieren que gane Putin y que pierdan nuestras empresas energéticas antes que hacer lo correcto para Estados Unidos y Ucrania dándole la razón a Biden.

No puedo enfatizar esto lo suficiente: la política energética de Estados Unidos debe ser el arsenal de la democracia para derrotar el petroputinismo en Europa, proporcionando el petróleo y el gas que tanto necesitan nuestros aliados a precios razonables para que Putin no pueda chantajearlos. Éste tiene que ser el motor del crecimiento económico que proporcione la energía más limpia y asequible de combustibles fósiles en nuestra transición a una economía con bajas emisiones de carbono. Y tiene que ser la vanguardia de la ampliación de las energías renovables para que el mundo llegue a ese futuro bajo en carbono tan rápido como podamos.

Cualquier política que no maximice esas tres cosas nos dejará menos sanos, menos prósperos y menos seguros.

Thomas L. Friedman es columnista de The New York Times.

Comparte y opina:

Putin solo tiene dos opciones

/ 14 de marzo de 2022 / 02:27

Si esperabas que la inestabilidad que la guerra de Vladimir Putin contra Ucrania ha provocado en los mercados globales y en la geopolítica haya llegado a su punto culminante, esperas en vano. Todavía no hemos visto nada. Espera a que Putin comprenda bien que las únicas opciones que le quedan en Ucrania son cómo perder: rápido y poco y apenas humillado o tarde y mucho y bastante humillado.

Ni siquiera puedo imaginarme qué tipo de consecuencias financieras y políticas irradiará Rusia —un país que es el tercer mayor productor de petróleo del mundo y tiene unas 6.000 cabezas nucleares— cuando pierda una guerra de elección que fue encabezada por un hombre que no puede permitirse admitir la derrota.

¿Por qué no? Porque seguramente Putin sabe que “la tradición nacional rusa no perdona los reveses militares”, como señaló Leon Aron, experto en Rusia del American Enterprise Institute, quien está escribiendo un libro sobre el camino de Putin hacia Ucrania.

“Prácticamente todas las derrotas importantes han dado lugar a un cambio radical”, añadió Aron, quien escribe en The Washington Post. “La guerra de Crimea (1853-1856) precipitó desde arriba la revolución liberal del zar Alejandro II. La guerra ruso-japonesa (1904-1905) provocó la primera Revolución rusa. La catástrofe de la Primera Guerra Mundial provocó la abdicación del zar Nicolás II y la Revolución bolchevique. Y la guerra de Afganistán se convirtió en un factor decisivo para las reformas del líder soviético Mijaíl Gorbachov”. Asimismo, la retirada de Cuba contribuyó de manera significativa a la destitución de Nikita Jrushchov dos años después.

En las próximas semanas será cada vez más evidente que nuestro mayor problema con Putin en Ucrania es que se negará a perder pronto y poco, y el único otro resultado es que perderá a lo grande y tarde. Pero como esta es su guerra únicamente y no puede admitir la derrota, podría seguir redoblando la apuesta en Ucrania hasta… hasta que contemple el uso de un arma nuclear.

¿Por qué digo que la derrota en Ucrania es la única opción de Putin y que solo nos falta ver el momento y el tamaño? Porque la invasión fácil y de bajo costo que imaginó y la fiesta de bienvenida de los ucranianos que imaginó eran fantasías totales, y todo se deriva de ello.

Cuando un líder se equivoca en tantas cosas, su mejor opción es perder pronto y poco. En el caso de Putin, eso significaría retirar inmediatamente sus fuerzas de Ucrania; decir una mentira para disimular su “operación militar especial”, como afirmar que protegió con éxito a los rusos que viven en Ucrania y prometer que ayudará a los hermanos rusos a reconstruirse. Pero no hay duda de que la ineludible humillación sería intolerable para este hombre obsesionado con restaurar la dignidad y la unidad de lo que considera la patria rusa.

Por cierto, tal y como se están desarrollando las cosas en Ucrania en este momento, no se puede descartar la posibilidad de que Putin pierda pronto y en grande. Yo no apostaría a ello, pero cada día que pasa mueren más y más soldados rusos en Ucrania, quién sabe qué pasa con el espíritu de lucha de los reclutas del ejército ruso a los que se les pide que luchen en una guerra urbana mortal contra compañeros eslavos por una causa que de hecho nunca se les explicó.

Dada la resistencia de los ucranianos en todas partes a la ocupación rusa, para que Putin tenga una “victoria” militar sobre el terreno su ejército tendrá que someter a todas las ciudades importantes de Ucrania. Eso incluye la capital, Kiev, después de semanas de guerra urbana y de enormes bajas civiles. En resumen, solo podrá hacerlo si Putin y sus generales perpetran crímenes de guerra no vistos en Europa desde Hitler. Esto convertirá a la Rusia de Putin en un paria internacional permanente.

Además, ¿cómo podría mantener Putin el control de otro país —Ucrania— que tiene más o menos un tercio de la población de Rusia y con muchos residentes hostiles a Moscú? Tal vez necesitaría mantener cada uno de los más de 150.000 soldados que tiene desplegados allí, si no es que más, para siempre.

Sencillamente no veo ningún camino para que Putin gane en Ucrania de manera sostenible porque sencillamente no es el país que él pensaba que era, un país que solo espera una rápida decapitación de sus dirigentes “nazis” para poder regresar con suavidad al seno de la Madre Rusia.

Así que, o bien se da por vencido ahora y muerde el polvo —y, con suerte, se libra de las sanciones suficientes para reactivar la economía rusa y mantenerse en el poder— o se enfrenta a una guerra eterna contra Ucrania y gran parte del mundo, que minará poco a poco la fuerza de Rusia y colapsará su infraestructura.

Como parece empeñado en esto último, estoy aterrado. Porque solo hay una cosa peor que una Rusia fuerte bajo el mando de Putin, y es una Rusia débil, humillada y desordenada que podría fracturarse o estar en una prolongada convulsión de liderazgo interno, con diferentes facciones luchando por el poder y con todas esas cabezas nucleares, ciberdelincuentes y pozos de petróleo y gas por ahí.

La Rusia de Putin no es demasiado grande para fracasar. Sin embargo, sí es demasiado grande para fracasar de una manera que no sacuda a todo el resto del mundo.

Thomas L. Friedman es columnista de The New York Times.

Comparte y opina:

¿Quieres salvar la Tierra?

/ 18 de noviembre de 2021 / 02:50

Si soy honesto, solo hay un lema que le daría al movimiento para frenar el cambio climático tras la cumbre de Glasgow, Escocia: “Todo el mundo quiere ir al cielo, pero nadie quiere morir”.

Esto no es serio, no cuando se habla de revertir todas las maneras en que hemos desestabilizado los sistemas de la Tierra. La respuesta al COVID-19 sí fue seria, cuando de verdad parecía que la economía mundial se estaba acabando. Nos defendimos con las únicas herramientas que tenemos tan grandes y poderosas como la Madre Naturaleza: el Padre Ganancias y la Nueva Tecnología.

Combinamos las empresas biotecnológicas innovadoras con la enorme potencia informática actual y una gigantesca señal de demanda al mercado, ¿y qué obtuvimos? En poco más de un año después de haber quedado en confinamiento a causa del virus, tenía una vacuna eficaz de ARNm contra el COVID-19 en mi cuerpo, ¡seguida de un refuerzo!

No vamos a descarbonizar la economía mundial con un plan de acción del mínimo común denominador de 195 países. No es posible. Solo lo conseguiremos cuando el Padre Ganancias y los emprendedores que asumen riesgos produzcan tecnologías transformadoras que permitan a la gente corriente tener un impacto extraordinario en nuestro clima sin sacrificar mucho, al ser solo buenos consumidores de estas nuevas tecnologías.

En resumen: necesitamos unas cuantas personas más como Greta Thunberg y a muchos otros como Elon Musk. Es decir, más innovadores arriesgados que conviertan la ciencia básica en herramientas aún no imaginadas para proteger el planeta con el fin de heredarlo a una generación que aún no ha nacido.

La buena noticia es que está ocurriendo. Dos ejemplos: El primero es Planet.com, tiene en órbita casi 200 satélites de imagen de la Tierra con el fin de que los cambios que se producen sobre el terreno sean “visibles, accesibles y prácticos”.

Con estas nuevas herramientas podemos empezar a remodelar el capitalismo. Durante años, las normas e incentivos del capitalismo permitieron a las empresas petroleras y del carbón extraer combustibles fósiles sin pagar el verdadero costo de los daños que causaban. Eso era fácil de hacer porque la naturaleza era difícil de valorar; la destrucción era a menudo difícil de ver en tiempo real; y los consumidores no tenían herramientas para reaccionar. Tenían que esperar a los tribunales.

Los satélites “nos permiten ahora incluir el capital natural en el balance de todas las empresas y países”, de modo que no solo se tendrán en cuenta los beneficios y las pérdidas de las empresas, “sino también todos sus impactos” en el medioambiente, me dijo Will Marshall, uno de los tres cofundadores de Planet y su director general.

Esos datos pueden utilizarse —en teoría— para desencadenar boicots de los consumidores, difundidos a través de las redes sociales, contra el gobierno o la empresa alimentaria o minera que está haciendo el daño, o pueden estimular la ayuda o la inversión extranjera en el país o la comunidad que protege sus recursos naturales.

La otra empresa es Helion Energy, que está trabajando en “la primera central eléctrica de fusión del mundo”. La energía de fusión ha sido durante mucho tiempo el santo grial de la generación de energía limpia. En junio, como lo informó el sitio web New Atlas, Helion publicó los resultados que confirmaban que su último sistema había conseguido calentar un plasma de fusión a una temperatura superior a los 100 millones de grados Celsius.

La generación actual del sistema de Helion, según informó Techcrunch.com, “no podría sustituir el Tesla Powerwall ni los paneles solares ya que el tamaño del generador es similar al de un contenedor de transporte. Pero con 50 megavatios, los generadores podrían dar energía a cerca de 40.000 hogares”. Como señaló New Atlas, “Helion prevé que generará electricidad a precios mínimos de alrededor de $us 10 por megavatio hora, menos de un tercio del precio de la energía de carbón o de las instalaciones solares fotovoltaicas actuales”.

¿Es Helion el santo grial? No lo sé. Solo sé esto: Nos hemos metido en este agujero gracias a lo peor del capitalismo: dejar que las empresas privaticen sus ganancias al saquear el medioambiente y calentar el clima, mientras socializan las pérdidas entre todos nosotros.

Podemos salir adelante, en parte, acelerando lo mejor del capitalismo estadounidense. Tenemos que revitalizar nuestro ecosistema de innovación para que el gobierno financie la investigación básica que supere los límites de la física, la química y la biología y, a continuación, combine esa innovación con políticas de inmigración que reúnan a los mejores talentos de la ingeniería del mundo y, después, dé rienda suelta a ese talento —impulsado por los que asumen riesgos— para inventar nuevas tecnologías limpias que frenen el calentamiento global a la velocidad y a la escala que necesitamos.

Thomas L. Friedman es columnista de The New York Times.

Comparte y opina: