Volvió a ser como ante Brasil y Perú. Derrota. Padeciendo tres goles. Balance del cotejo final y de la copa en sí. Es cierto que cada partido constituye una historia diferente. Sí. Aunque en este caso con deficiencias demasiado reiteradas. Como los ostensibles malestares en ambos laterales defensivos. Como las dificultades para controlar y emplear el balón. Como la inconexión entre la línea de volantes y el pálido atisbo de ataque.

Paul Arano, Leonardo y Ramiro Vaca representaron las novedades iniciales. El segundo apenas si duró algo más de media hora en el campo. Castro lo sustituyó en el marco de una decisión absolutamente técnica. Lamentablemente —y éste es otro de los temas a subsanarse—  el equipo entró desconcentrado, dormido.

Apenas con un minuto y fracción de juego Darwin Machís metió un frentazo en el que quedaron al descubierto dificultades de marca y posicionamiento. Siempre es complejo partir con una desventaja de vestuario; para Bolivia aún más. Venezuela halló en ese tanto un sustantivo respaldo a su andar, reflejado en el orden y dinámica que impuso.

Identifico plenamente su rodaje. Savarino, Añor y Rincón entretejieron fluidez y, sobre todo, claridad para ir —salvo contingencia extrema— hacia adelante, porque profundizar acerca, obviamente, al objetivo básico: el gol. Pese a todo, Arano se animó con un muy buen disparo de media distancia y el balón dio en uno de los verticales luego de que el arquero Faríñez lo arañara. Válido en el marco de intento, de atrevimiento, de explotar la sorpresa. Hubo cierta mejoría en recobrar el esférico dividido, en luchar con decisión la denominada segunda acción.

Raúl Castro también probó de afuera y su envío se encontró con otro de los postes. Sin embargo, Marcelo Martins —en un movimiento revelador— nuevamente fue observado retrocediendo muchísimos metros, procurando hacerse útil lejos de su hábitat natural frente a la anémica asistencia hacia la tarea que le compete, la de ser hombre de área. No es ciertamente una irresponsabilidad suya.

Al contrario. Resulta ponderable el afán de participar, de ser valioso al conjunto, pero ese despliegue manifestó nítidamente un hueco profundo de funcionamiento. La alusión involucra al estandarte ofensivo del elenco y no es, seguro, un dato conceptual menor. Arano, ya en la parte final, obligó a una firme intervención del portero y reafirmó que constituye una inserción interesante, digna de ser tomada en cuenta cuando se vuelva al ruedo competitivo.

En el pórtico de enfrente Machís completó su destacada actuación al firmar el doblete, desairando a Haquin; que tampoco reaccionó con presteza para hacer frente, con el epílogo encima, ante la arremetida aérea de Martínez, que generó el tercer tanto venezolano. Cabrá analizar que la zaga, incluido el arquero, se mantuvo inalterable en los tres encuentros.

A pesar de las nueve bofetadas que dejó como saldo la campaña no puede ignorarse que lo menos cuestionable se situó en la valla, donde Carlos Lampe, involucrado sí en alguna falla, evitó que las distancias numéricas se estiraran aún más. En Belo Horizonte no hubo excepción al respecto. Leonel Justiniano se dio el gusto de descontar y vale apuntarlo, toda vez que dicho acierto trazó el único alcanzado en Brasil con el balón en movimiento.

Otro testimonio sintomático. Es evidente que el análisis de esta lánguida expedición lleva a terrenos propios de una realidad archiconocida. De ahí que esta columna ha procurado centrarse en el particular rumbo de cada uno de los juegos. El hincha —apesadumbrado, enfadado— se pregunta cuándo acabará esta sequía.

Ningún indicio de respuesta aislada contendrá la verdad absoluta. Lo que sí se erige como certeza es que cada vez los demás se alejan y acaso éste sea el momento para admitir que se ha tocado fondo.

Para tomar de una vez por todas las decisiones que correspondan. Para no continuar hiriendo la ilusión de un pueblo futbolero que merece otra cosa. Para no ser ‘habitúes’ de los descalabros. Para que algún día, así no sea cercano, se recupere el dulce sabor del éxito. (23/06/2019)