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Entrenamiento

Nuestras estrellas se niegan a brillar. Durante su participación en la Copa América, en el Brasil, una vez más demostraron en cancha su molestia por el esfuerzo al que fueron sometidos para poder formar parte de una selección nacional, representar a un país y tener que jugar en un certamen internacional. Lo que mal empieza debe terminar igual, eso es ley. Los seleccionados empezaron descontentos por el pago de casi $us 7.000 por partido para cada jugador y exigieron cobrar el doble. En vez de $us 20.000 por los tres partidos de la primera ronda, demandaron $us 40.000. No se les concedió este pedido y en cancha dejaron muy claro su descontento, su molestia. Simplemente no jugaron.

Su venganza se ensañó donde más le duele al hincha y al boliviano, en la humillación de perder sin haber dado batalla. Y eso avergüenza y humilla. Los que saben de fútbol dicen que, con lo que se tiene, no se puede pretender el campeonato, pero sí es posible una representación decorosa, que demuestre esfuerzo, que contribuya al espectáculo y a la fiesta del fútbol.

El seleccionado mayor, el director técnico de la selección (Eduardo Villegas), dio el santo y seña del fracaso apenas llegó al Brasil. En una entrevista con una cadena internacional de noticias dejó muy en claro que los bolivianos no iban a competir, sino a participar “de un entrenamiento de muy alto nivel”. Y de ahí se pueden inferir los gajos que se desprenden de este argumento: que iban a “ganar experiencia”, “roce internacional”, iban a “perder el miedo escénico” y un rosario de etcéteras. Quedó claro, entonces, que los bolivianos fueron a cualquier cosa menos a competir, menos a ganar. Para hacerse cargo de la selección de fútbol, el señor Villegas también exigió más dinero que el que le habían ofertado, que por supuesto no es poco, y tampoco coronó con éxito sus pretensiones.

Bolivia lleva esforzándose décadas por ser un buen competidor en el ámbito futbolístico. Y tras cada derrota se repite que estamos adquiriendo experiencia. Experiencia para ser derrotados, porque los muchachos de quienes se dice que están adquiriendo experiencia terminan su vida útil en el fútbol en eso, adquiriendo experiencia. Y vienen nuevos a los que les va igual. Uno se pone verde de la envidia de ver jugar a los japoneses o a los venezolanos, países sin tradición futbolera, pero con una exuberante dignidad deportiva. Es imposible pensar que los nuestros no saben jugar, porque no hacen nada más que eso. Entrenan todo el tiempo, con un salario, comida especial y todo lo que precisa un profesional. Se les trata y paga como a profesionales para que compitan, pero al final no lo hacen. Y para curarse en salud, el entrenador aclara que no van a competir, sino a entrenar.

Algo debiera cambiar tras estas historias conocidas. Ya que queda claro que a los seleccionados no les motiva ni el honor, ni su orgullo deportivo, ni la camiseta, ni el país. Entonces este asunto debiera resolverse solo con dinero, que parece ser el idioma que dominan: se les paga extra por participar. Tomando como parámetro los casi $us 7.000 que cobraron por partido en la Copa América, en torneos de este tipo se les debería pagar $us 3.000 por jugar, por competir, por esforzarse en la cancha y $us 4.000 adicionales por ganar. Y no debería pagárseles antes del campeonato, sino después de que concluya.